capítulo 4

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Mientras trataba de escuchar el largo discurso de uno de los
directivos más antiguos del banco, Harry se dejó llevar por una
ensoñación erótica.
A medida que el discurso se iba alargando, Harry iba añadiendo
detalles y más detalles a la fantasía. Se imaginaba a Molly completamente
desnuda bajo el cálido sol de España. Sus turgentes y blancos senos
coronados por rosados y erectos pezones que brillaban por el champán
que él estaba derramando y lamiendo. Estaba recordando el brillo del
cabello negro y rizado de ella sobre el vientre de él y la aterciopelada
gloria de su boca...
-¿Señor Carrera?
Harry apartó inmediatamente aquellas seductoras imágenes que
había elaborado una imaginación que él no sabía que poseía. Aunque su
cuerpo estaba caliente e incómodo por la necesidad sexual, se olvidó
completamente de todo en un abrir y cerrar de ojos y se centró en los
negocios.
-¿Quiere que le dé mi opinión? ¿En un par de palabras? Póngase
duro. No acepte ningún tipo de excusas por mala gestión. Despida al
equipo de dirección. Han tenido su oportunidad y la han echado a perder.
Déle esa oportunidad a empleados más ambiciosos -le aconsejó Harry
sin dudarlo ni un segundo.
Con eso, dio por terminada la reunión con la eficacia que lo había
convertido en una leyenda en círculos financieros.
Seguido de cerca por su pequeño ejército de asistentes y con la
cabeza muy alta, Harry salió al pasillo. Estaba ardiendo por las
ensoñaciones eróticas que se habían atrevido a nublar su concentración
en momentos inapropiados de su día laboral. El sexo jamás había sido tan
bueno. Nunca. Ni tan salvaje ni tan apasionado. Posiblemente podía ocurrir también que hubiera esperado demasiado para liberar las necesidades naturales de su cuerpo y la energía acumulada durante un año de celibato seguía atormentándolo para que la liberara.
Por ello, decidió utilizar uno de los muchos números de teléfono que
le habían dado desde la muerte de Aloise. Salió a cenar con una hermosa
divorciada rubia que se había mostrado muy dispuesta siempre que la había visto. Desgraciadamente, descubrió que su libido no se manifestaba adecuadamente frente a los atractivos de la rubia. Seguía deseando a Molly y le parecía que no le serviría ninguna otra mujer.
Decidió no preocuparse por ello. Había tenido a muchas mujeres en el
pasado antes de casarse. Lo de sentar la cabeza había terminado para
siempre. La vida era muy corta. El sexo era sólo sexo y él era un hombre
joven y saludable. No había nada de malo en la búsqueda del placer.
Además, tenía la excusa perfecta para buscar de nuevo a Molly: debíacomprobar que no había habido consecuencias de la noche que habían
pasado juntos.
Molly lanzó un gruñido de frustración cuando sacó sus creaciones del
horno eléctrico. Se habían pegado varias piezas a la bandeja porque se
había excedido con el esmalte. Al intentar retirarlas, las piezas se
rompieron. Más roturas innecesarias. En los últimos días, había cometido
una buena serie de caros errores mientras trabajaba.
Sus sentimientos seguían corroyéndola por dentro. Aún seguía
enfadada consigo misma por haberse acostado con Harry. Conocerlo y
caer víctima de sus encantos la había obligado a aceptar que tenía más en
común con su madre biológica, Cathy, de lo que le habría gustado. Su
madre se había dejado llevar por sus impulsos con hombres a los que
jamás se había tomado la molestia de conocer. Igual que ella.
La actitud de Harry a la mañana después había sido la máxima
humillación. Le había entregado su cuerpo a un hombre que quería una
mujer mansa a la que encerrar en una jaula para tener con ella
gratificación sexual siempre que quisiera. Ni la había respetado ni la había apreciado. ¿Acaso podía caer más bajo?
Estaba en la cocina haciendo café cuando sonó el timbre de la puerta.
Tras limpiarse las manos sobre el mono que llevaba puesto, fue a abrir.
Al ver a Harry en el umbral se quedó completamente atónita.
Tampoco pudo hablar. Bañado por el sol de primavera y el maravilloso
cabello negro alborotado por la brisa, su hermoso rostro presentaba un
aspecto completamente arrebatador.
-¿Puedo entrar? -le preguntó él. Molly estaba muy pálida. El shock
que le había producido la repentina aparición de Harry era palpable.
-¿Por qué? ¿Qué es lo que quieres? -le espetó ella.
-Verte. ¿Qué otra cosa podría querer?
Molly lo dejó pasar tan sólo porque no quería discutir con él en la
puerta de la calle. Harry no tenía derecho alguno a acudir a su casa. Se
sentía acosada y le resultaba imposible pensar. Cuando vio el imponente coche que había aparcado frente a su casa, se quedó boquiabierta.
-¿Es tuya esa limusina?
-Sí -respondió él antes de dejarle a Molly en las manos la cubitera
que llevaba-. Me pareció que podríamos tomarnos una copa juntos.
Sin saber qué decir, Molly observó la botella que había dentro de la
cubitera. Vio que se trataba de un champán muy caro. El mejor. Bollinger Blanc de Noir.
-Es mediodía.
La miró profundamente a los ojos. Aquel cruce de miradas provocó en
ella una extraña sensación en el estómago. Durante un terrible momento,
le resultó imposible controlar su cuerpo y los recuerdos que tanto se había esforzado en suprimir de la memoria. Sin embargo, allí estaba él, en persona. De repente, lo único que ella pudo recordar fue el peso de Harry sobre ella, el ardor con el que la poseyó y la salvaje excitación de
aquel encuentro.
-Te invito a comer, querida.
-No, estoy cociendo... en el horno -replicó ella. Entonces, poseída
por un repentino ataque de vanidad, dejó el cubo de hielo sobre el suelo y
comenzó a quitarse el mono.
Harry cerró la puerta. Ver aquella vivienda tan poco acogedora le
había chocado profundamente.
-Así que es aquí donde vives -comentó, señalando el oscuro pasillo,
que no era más que un modo de acceder a las habitaciones. Como la
ajada fachada, los ajados muebles revelaban una pobreza que él jamás
había conocido.
-¿Cómo demonios has descubierto dónde vivo? -le preguntó Molly.
Abrió la puerta de su dormitorio y entró, pero sólo porque se sentía
atrapada en un espacio tan pequeño como el del pasillo con un hombre
tan alto y corpulento como Harry. El salón era el espacio privado de Jez
y, además, siempre lo tenía lleno de piezas de motor, de revistas de motos
y de latas de cerveza.
Harry inmediatamente vio su personalidad en el brillante colorido
de la habitación. Un loro de arcilla multicolor adornaba la pared junto a un biombo chino. La cama estaba cubierta con una colcha de seda de color azul brillante. Las tablas del suelo estaban pintadas de blanco. Un jarrón con forma de cebolla y un brillo iridiscente le llamó la atención.
-¿Lo has hecho tú?
Ella sonrió. Al ver cómo se le iluminaba el rostro con aquel
maravilloso gesto de alegría, Harry estuvo a punto de tomarla entre sus
brazos y besárselos. Respiró profundamente para controlar a su rebelde cuerpo y observó cómo ella se quitaba unas zapatillas planas para ponerse unos zapatos de tacón alto que sólo consiguieron acentuar la
excentricidad de su atuendo. Su devoradora mirada volvió a centrarse en las estrellas que ella llevaba tatuadas en un tobillo. Iba ataviada con un vestido floreado ceñido a la cintura con un grueso cinturón y unos leggings que le llegaban a media pantorrilla. Aunque él jamás habría considerado que aquel atuendo fuera de su gusto, le pareció que ella tenía un aspecto muy sexy.
-Aún no me has dicho cómo has descubierto dónde vivo.
-Es cierto. Hice que te siguieran aquí aquella mañana...
-¿Que hiciste qué?
-Ya te dije que no estaba dispuesto a perderte, gatita.
-¿Y quién me siguió?
-Mi equipo de seguridad.
-¿Tan rico eres? -susurró Molly. Estaba asombrada.
-Digamos que no pasaré hambre nunca. Cuando veo cómo vives,
siento más deseos que nunca de cuidar de ti.
-Sólo los niños necesitan que se les cuide.
-O las mujeres muy hermosas -replicó él. Extendió las manos y las
colocó encima de los hombros de Molly para atraerla hacia él.
-Yo no quería volver a verte. Creo que te lo dejé bastante claro.
Harry la arrinconó contra la pared. Al sentir la mirada de aquellos
ojos, del color del oro, Molly notó que le costaba respirar. La masculinidad
de Harry resultaba abrumadora. Los pezones se le irguieron bajo el
vestido y sintió un erótico hormigueo en la entrepierna.
-Dios mío... Eres una pequeña mentirosa. Claro que querías volver a
verme y, en estos momentos, estás ardiendo por mí.
-Veo que tienes una opinión muy buena sobre ti.
-¿Y por qué no? ¿Acaso no me diste buenos motivos aquella noche?
-murmuró él contra una de las sienes de Molly.
-No quiero hablar de eso...
-Supongo que suponías que nos iba a costar un poco hablar en el
dormitorio, ¿verdad, querida?
Entonces, con un gruñido de impaciencia, Harry la levantó y
aplastó los suaves y rosados labios de Molly con devoradora urgencia.
Mientras la rodeaba con sus brazos, ella hizo lo mismo con los suyos. Molly sintió que la respiración se le aceleraba en la garganta y que los latidos del corazón le resonaban en el pecho. Se había olvidado de lo bien que él sabía y de la excitación que podía provocar en ella sólo con introducirle la
lengua entre los labios. Hizo ese gesto una y otra vez, incendiándola de
deseo y remarcando así su dominación sexual.
A Molly jamás se le pasó por la cabeza negarse a lo que él le estaba
ofreciendo. Aquellos embriagadores besos destruían sus defensas y
devolvían traicioneramente la vida a su cuerpo. Deseaba más. Se dijo que,
al cabo de un par de minutos, le diría que se apartara de ella, que se
marchara. «Sólo un minuto más», se decía mientras él le moldeaba los
pechos con hábiles manos.
Se sentía frustrada por la barrera que suponían las prendas que
ambos llevaban puestas. El deseo que tenía de él era como una llama que
la atormentaba por dentro. Tal vez por ello, consciente del deseo que
estaba provocando en ella, él le metió la mano por debajo de los leggings
para acariciarle la entrepierna. Molly contuvo el aliento y luego gimió de
placer, para terminar separando los muslos y facilitarle el acceso. El poder
de su propia respuesta ante las caricias de Harry la devastó por
completo.
-Veo que me deseas mucho, gatita -susurró él mirándola
apreciativamente-. Y tú me haces desearte a ti de un modo que jamás
creí posible...
A ella le ocurría lo mismo. No podía sacárselo de la cabeza, ni de día
ni de noche. Era como si hubiera contraído una enfermedad para la que no había cura. Harry apretó los labios contra la suave piel de detrás de las orejas e hizo que Molly temblara de gozo mientras luchaba contra las capas de ropa para tocarla donde ella más lo deseaba. Molly arqueó la espalda y soltó un grito de profundo placer cuando él encontró la húmeda y caliente hendidura que la hacía responder de aquella manera. Se sentía desesperada por experimentar las caricias de Leandro y gemía incansablemente mientras se retorcía y gozaba con los sensuales
movimientos de los dedos de él. La excitación se iba acrecentando de tal
manera que no la podía controlar. Se sentía por completo a merced de
exquisitas sensaciones que la hacían tensarse cada vez más.
-Deja de resistirte -susurró Harry, observando con gozo la pasión
que se reflejaba en los rasgos de su rostro y en el abandono de su
excitación.
Molly no pudo encontrar voz con la que responderle. Hacía mucho
que había perdido el control. Entonces, él introdujo un único dedo en la estrecha entrada de su feminidad. Eso fue lo único que ella necesitó.
Estalló en mil pedazos con un grito de éxtasis mientras las oleadas de
placer se le iban extendiendo por todo el cuerpo. Un segundo después, se
quedó atónita por lo que había permitido que ocurriera.
-Antes de que tome tu hermoso cuerpo, debemos tener una
conversación, querida -dijo Harry-. Iré por el champán.
Frenéticamente, Molly se colocó la ropa mientras su traicionero
cuerpo vibraba de euforia sensual. Estaba convencida de que no volvería a mirar a Harry a la cara. Había tenido la intención de echarlo y, en vez de eso, había permitido que él le regalara un arrollador orgasmo. Harry había prendido una hoguera en su cuerpo y había aplastado su orgullo.
-¿Tienes copas? -le preguntó él suavemente cuando apareció para
colocar la cubitera sobre la cómoda.
-Sé que te estoy dando mensajes contradictorios con mi actitud -
replicó ella-, pero no quiero volver a irme a la cama contigo.
Harry la observó con una expresión divertida en el rostro. Molly se
había sonrojado como una adolescente. Su falta de sofisticación jamás había sido más evidente o más atractiva.
-No estaba pensando en la cama, querida. Tal y como me siento en
estos momentos, me vale en cualquier sitio -dijo él, haciendo que Molly
se sonrojara aún más-. ¿Tienes copas?
-No, no tengo copas -repuso ella, apartándose todo lo que pudo de
él-. ¿De qué querías hablar conmigo?
Harry se tensó y respiró profundamente.
-En la noche en la que nos conocimos, yo no utilicé preservativos
cuando hicimos el amor. ¿Utilizas tú algún tipo de método anticonceptivo? Molly lo miró fijamente. Las alarmas comenzaron a saltar a su

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