Capítulo 29

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"¿Hablamos de fantasías?, yo quiero que tu voz sea lo primero que escuche al despertar."

Ahí estaba Max frente a Leo, desnudo como Diosito Bendito lo trajo al mundo. Acostado a su lado, observándolo fijamente. La sola visión de su pene erecto, su textura suave como la seda y el color intenso que tiene durante la excitación, le provocaban una atracción tal que era incapaz de apartar su vista de él. Claro que él también tenía uno, pero estaba otro hombre frente a él y no uno cualquiera, era Max, su amigo Max.

Sentía la garganta seca, no sabía si tocarlo o echarlo, era un completo manojo de nervios y no atinaba a hacer algo más que mirarlo. Hasta que Max dio el primer paso. Rozó su pene y ahí comenzó la tortura de Leo, tanto su cerebro como sus terminaciones nerviosas recorrieron su médula espinal y comenzaron a transmitir una orden directa a sus genitales cuya reacción se transformó en una erección. Su respiración comenzó a acelerarse de forma vertiginosa hasta el punto en que era casi un jadeo. Su corazón comenzó a latir de prisa, bombeando sangre a todo motor, haciendo que su pene se alzara hasta alcanzar casi el doble de su tamaño.

Max sonrió ante su mirada desconcertada y poco a poco comenzó a agacharse, hasta que su rostro estuvo a la altura de su miembro. Cuando abrió lentamente sus delicados labios, Leo sintió algo estallar dentro de sí mismo y acabó saltando en la cama, bañado en sudor y con una erección de lo más visible. Un Anthony dormido y roncando como León yacía en la cama de al lado.

Leo se levantó rápidamente y fue casi volando al baño para correrse una paja. Una erección como esa era algo difícil de ocultar. En su propia estimulación, no pudo alejar de su pensamiento la sensualidad que Maximiliano emanaba en su sueño. Sin contabilizar el tiempo, llegó a un punto donde los músculos de sus nalgas y sus muslos se contrajeron para dar paso a un temblor volcánico que lo agitó completamente mientras se producía su eyaculación.

Suspiró aliviado y complacido, al tiempo que escuchaba el cantar de las aves, anunciando el amanecer. Justo cuando pensó en ducharse, escuchó que tocaron a la puerta y se apresuró, totalmente nervioso, a limpiar cuanto desastre pensó que había dejado. Lo que menos quería era ser agarrado con las manos en la masa.

— ¿Te falta mucho? –preguntó un Anthony somnoliento-, quiero orinar.

— ¡Ya casi termino!

— Tengo media hora despierto y nada que sales, ¿tienes diarrea o algo?

— Algo así –mintió y tratando de calmar sus nervios, salió fingiendo dolor de estómago.

— Yo te dije que no comieras como un cerdo anoche.

— No pude evitarlo, siempre escuché que la comida francesa era la mejor del mundo.

— Ya, quítate, me haré pis encima si aguanto un poco más.

Prácticamente le cerró la puerta en la cara, cuando Leo escuchó el agua salpicar, pudo soltar el aire que tenía contenido. Esperaba que no se hubiese notado su mentira, pero espera, ¿por qué mintió?, es decir, no es que alguien pudiese ver a través de sus pensamientos y masturbarse era un acto normal e incluso necesario a veces. Negando con la cabeza fue a buscar en su maleta la muda de ropa que se pondría hoy. El aire veraniego comenzaba a soplar y la cálida brisa parisina se colaba por la ventana.

Cuando terminaron de alistarse, bajaron al comedor para encontrarse con el resto, mientras tomaban el desayuno, planificaron el itinerario de este día y debía admitir que sonaba bastante interesante.

— Primero iremos a la Catedral de Notre Dame –anunció Sam.

— Genial, siempre he querido verla –concordó Brandom.

Matiz - Realidad censuradaWhere stories live. Discover now