Cliché tres: la diva mala

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—Alexis Schubert... Alexander Schovere... —musitó Lautaro. Mantenía la mirada en el patio del colegio, aunque no observaba ningún punto con interés particular, más bien, lucía pensativo—. Mmm. Nah, no se parece.

Elena alzó las manos en un gesto incrédulo.

—¡Pidió que lo llamen Alex!

—¿Tienes idea de lo loca que te oyes? —acusó—. ¿De esto se trataba todo en realidad? Solo quieres fantasear con que un chico lindo venga a buscarte, ahora entiendo por qué te insertaste en tu propia historia...

—No me inserté en mi propia historia, —Muy a su pesar, le ardían las mejillas al decirlo—, ni tampoco fantaseo con algo así. No soy una de esas —dijo con un énfasis despectivo.

—No, claro. Esas no piensan que sus personajes cobran vida...

—Ay, cállate.

Arrancó un puñado de césped y se lo lanzó a la cara, lo que le ganó una risa socarrona por parte del muchacho. Tras eso, se acompañaron en un silencio tranquilo mientras observaban desde al resto del cuerpo estudiantil desenvolverse a lo largo del patio. La estructura del edificio era pequeña, pero contaba con un buen terreno de tierra donde pasar los ratos entre clases.

—¡Eh, Lauti! —llamó un chico al rato desde lejos. Estaba reunido con otros muchachos y se pasaban un balón entre ellos—. Echamos un partido, ¿te sumas?

El susodicho no precisó más invitación; se puso en pie de un salto y avanzó hasta el resto de los chicos mientras se sacudía el césped que le había quedado pegado a la ropa. Elena suspiró ante la soledad y dedicó unos segundos a observar cómo los jugadores se dividían en grupo y ocupaban la improvisaba cancha, cosa que no tardó en aburrirla.

Decidida a utilizar su tiempo de forma productiva, sacó el móvil, ingresó a la aplicación de escritura y comenzó a tipiar.

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Tengo que admitir que apartar los ojos de los de Alexander requiere un esfuerzo sobrehumano.

No puedo explicar por qué, pero hay una atracción irresistible que me obliga a mirarlo, como un sol que de pronto ilumina un mundo oscuro, o una reluciente gema sobre un montón de carbón. Así de llamativo e intoxicante es. Siento que podría admirarlo todo el día y jamás me cansaría, y, si soy sincera, no me molestaría en absoluto embriagarme de él, de su rostro, su cuerpo. Beber su imagen como el primer vaso de agua en un día caluroso.

Pero no puedo hacerlo, así que aparto la mirada, muy a mi pesar.

Aprieto las manos contra mis brazos para resistir el impulso que me pide a gritos voltear y encontrar esa mirada penetrante una vez más. En lugar de eso, recojo mis pertenencias con mucha prisa y salgo prácticamente corriendo de la clase.

La historia más tonta de WattpadWhere stories live. Discover now