✺ CAPÍTULO 2 ✺

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Los establecimientos comerciales de toda la ciudad habían comenzado a exponer cantidad de juguetes y regalos en sus escaparates, ornamentados con guirnaldas y luces de colores, anunciando la próxima llegada de la Navidad

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Los establecimientos comerciales de toda la ciudad habían comenzado a exponer cantidad de juguetes y regalos en sus escaparates, ornamentados con guirnaldas y luces de colores, anunciando la próxima llegada de la Navidad. Las personas entraban con grandes sumas de dinero a las tiendas y salían, sonrientes, cargando con bolsas enteras de presentes para sus familiares y allegados a pesar de haber dejado la cartera tiritando.

Pero ¿qué les importaba a ellos el dinero cuando les entregaban a sus hijos el juguete que habían estado pidiendo durante meses? ¿Cambiarían esa momentánea felicidad de sus retoños por un par de dólares más en sus bolsillos? Definitivamente no. Navidad era época de derroche; ya llegarían los arrepentimientos en enero, cuando apenas pudieran hacer frente a los gastos de la casa.

De camino a su encuentro con Samantha, Rick se alegró de no tener descendencia y, por lo tanto, de no tener que gastar ni un mísero centavo en nadie más que en él. Esa misma mañana, Benedict le había mostrado la larga lista de regalos que sus pequeños le habían dejado escondida en el interior de uno de los calcetines que colgaban de su chimenea. Su amigo había llegado con sofocos a su turno de trabajo, preguntándose cómo diablos iba a conseguir hacer frente a tales gastos para no defraudar a sus hijos.

Archie y Rick se habían reído de la desgracia de su amigo en común y le habían agradecido al cielo por hacerlos tan irresponsables como para ser incapaces de sentar cabeza y formar una familia. Aun así, le habían tendido a Benedict cinco dólares cada uno, aportando su granito de arena.

Ahora Rick contaba con cinco dólares menos para su cita con la rubia, pero aquellos niños tendrían un regalo más bajo el árbol de Navidad. Con ese gesto, daba por concluida su recién inventada lista de buenas acciones, la cual estaba limitada a una por año.

La fachada del Museo Metropolitano de Arte comenzó a hacerse más grande a medida que se acercaba. Samantha le esperaba junto a las escaleras. Un abrigo largo y marrón de terciopelo le llegaba casi por los tobillos y un sombrero a juego adornaba su cabeza. Tenía uno de sus brazos apoyado en la cadera mientras utilizaba la mano contraria para sujetar un cigarrillo cuyo humo se fundía con la niebla surgida del frío del atardecer.

—Llegas tarde.

—Lo siento, nena, me he entretenido en el trabajo. —Rick dejó un beso en su mejilla.

—Pues sal antes la próxima vez, no me gusta esperar, y menos con este frío —dijo Samantha apagando el cigarro con desgana en el suelo.

—Más tarde te lo compenso.

Le guiñó un ojo y ofreció su brazo para comenzar a ascender por las escaleras.

—Oh, ya lo creo que sí —asintió Samantha.

Rick se sentía en la extraña obligación de satisfacer a la rubia en todo lo que podía. No era su intención ni mucho menos pedirle matrimonio, pero era una mujer que le atraía en todos los sentidos y, más importante aún, era amiga de Diana. No podía dejar de pensar en la cantante de blues del Walker Walter desde que fue hechizado con su voz, una mujer que estaba lejos de ser el prototipo perfecto de Rick, pero que llamaba su atención de una manera que aún no lograba comprender del todo.

El juego del demiurgoWhere stories live. Discover now