✺ CAPÍTULO 3 ✺

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Hasta donde podía recordar, Rick siempre había deseado vivir en el lujoso barrio del Upper East Side, cumbre de la alta sociedad neoyorquina y emplazamiento de los mejores bailes y eventos sociales de la ciudad

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Hasta donde podía recordar, Rick siempre había deseado vivir en el lujoso barrio del Upper East Side, cumbre de la alta sociedad neoyorquina y emplazamiento de los mejores bailes y eventos sociales de la ciudad. Un lugar de ensueño para personas tan ambiciosas y soñadoras como él.

«Esa es una meta inalcanzable para los de nuestra clase, Ricky», le había repetido su madre en numerosas ocasiones.

Pero Rick consideraba que las palabras de alguien como ella, que había caído tan bajo como para prostituirse por dinero para droga y posteriormente había muerto de sífilis, no valían nada. Ella había sido adicta a la heroína durante gran parte de su vida, una burda cualquiera y una coleccionista profesional de deudas a las que jamás había podido hacer frente. ¿Quién era ella para meterle en su mismo saco y creer que por ser su hijo no podría llegar a lo más alto?

Él no la necesitaba para cumplir sus sueños, ni siquiera al seguramente también yonqui de su padre que los había abandonado y al que no había conocido. Se bastaba consigo mismo, y por ello iba en esos momentos de camino al mercado de la 125 en Harlem a hacerse con su tan ansiado Ford T Touring en compañía de su mejor amigo Archie, el cual compartía con él la ilusión del primer coche.

—Ferdinand lleva días sin pasar por casa... —comentó Archibald paseando entre los puestos de comida, arte, joyas y bártulos de segunda mano.

—Lo habrás espantado con tu olor de pies —rio Rick sacando la cajetilla de cerillas de su bolsillo—, o con ese espantoso nombre con el que le has bautizado.

—Muy gracioso, Rick, pero lo digo en serio. Me tiene preocupado.

—Es solo un gato, ¡por el amor de Dios! Y no uno cualquiera, ¡uno callejero! Lo habrá atropellado un coche o habrá sido descuartizado por algún perro en algún callejón.

Archibald puso la peor de sus caras al insensible de su compañero antes de ponerse pálido y frenar su marcha al pensar en el cadáver putrefacto de Ferdinand abandonado detrás de algún cubo de basura.

—Era broma, Archie —dijo Rick. Volvió sobre sus pasos para animar a su amigo—. Lo más seguro es que ande tras alguna gata en celo del barrio. Ya verás como regresa sano, salvo y con regalito incluido —añadió apremiándole para seguir avanzando.

—¡Qué difícil es ser padre! —Archibald soltó un suspiro y negó con su cabeza.

—Por eso jamás tendremos hijos.

El vendedor de automóviles se encontraba al final de la hilera de puestos, y el gentío amontonado en cada uno de ellos les impedía caminar a buen ritmo. Rick se moría de ganas por llegar, el dinero quemaba en sus bolsillos, a pesar de saber que iba a desembolsar todos sus ahorros de los últimos tres años. Pero iba a tener su propio coche, merecía la pena.

—Estoy deseando ver la cara que se le queda a Diana cuando me vea llegar a Belmont Park conduciendo mi Ford.

—Si tan obsesionado estás con Diana, no sé por qué demonios sigues ilusionando a Samantha... —comentó Archie.

El juego del demiurgoWhere stories live. Discover now