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"Fieta aburrida. Provocaciones jefa-empleada"
Aburrida.
Esa sería la palabra que Nami utlizaría en ese mismo instante. La fiesta que la familia Roronoa había organizado, para formalizar el noviazgo de su hijo mayor, era la más aburrida en toda la historia.
Las personas presentas eran demasiado superficiales y sofisticadas—tanto, al punto de irritarla—, muchas joyas y poco cerebro, aquello le desagradaba, y a Nami le desagradaban muchas cosas.
Entre ellas estaba ir a una fiesta a la que no quería asistir.
Los hombres iban vestidos con trajes formales y smokings, la mayoría ya era mayor a los cuarenta años y aquello le asustaba, porque estaba segura de que más de uno se le había quedado viendo el trasero, y no con buenas intenciones claramente.
Las mujeres iban elegantes, no se podía negar que eran muy atractivas con aquellos vestidos largos y llamativos, pero aquella impresión desaparecía al escucharlas hablar de las demás, sus gustos en ropa e incluso manera de actuar.
Ridículo.
El olor de colonias caras la mareaban, todas eran demasiado fuertes y le provocaban ganas de devolver lo poco que había consumido en el almuerzo, porque sí, Nami a penas y pudo probar unos cuantos bocados de su comida, todo por culpa de su guardaespaldas y su llamativa presencia.
Su madre le había insistido en que llevara a su nueva empleada para que la cuidara y estuviera allí con ella por si necesitaba cualquier cosa.
Sinceramente Nami sí necesitaba algo de esa atractiva azabache, pero ese algo se hallaba justo adentro de sus pantalones y no podía obtenerlo alli.
Y es que Nami cayó en la cuenta de que Robin no era como las demás chicas, ella incluía un paquete en medio de sus piernas. Qué agradable pensamiento.
Era increíble cuanta atracción sentía por esa tipa, y no era para menos, ¿quién se resistiría a una mujer con cuerpo de infarto y que obviamente también desea meterse en tus pantalones a toda costa?
Sólo un idiota lo haría.
Zoro estaba coqueteando con Sanji, su mejor amigo, de nuevo, ambos muy alejados de la multitud, Nami no le tomó importancia a aquello, por lo que decidió disfrutar del caro vino tinto en su copa, el licor era dulzón, completamente exquisito ante sus papilas gustativas, y era lo único que disfrutaba de aquella velada.
Había notado que Robin, su guardaespaldas, la veía de manera intensa, casi desnudándole en pleno salón de fiesta, sus ojos la escudriñaban fieramente, como un león dando caza a su frágil presa.
A Nami le gustaba aquella mirada salvaje, le encantaba demasiado.
Nami la veía de vez en cuando, provocandola al morderse los labios después de cada sorbo a su bebida, sin saberlo, Robin sufría internamente, se había quedado hipnotizada por su jefa en el momento de haberla conocido, la deseaba de una manera casi enferma, y su polla endurecida como roca en sus pantalones era la prueba de ello.
