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Ardiente pasión. Sexo desenfrenado
Al llegar a casa de los Olsson, Nami y Robin no pudieron aguantar un segundo más, sus cuerpos se necesitaban con urgencia, deseaban unirse en una sola pieza y disfrutar de la lujuría provocada por la otra.
Unieron sus labios en un beso apasionado y duro, los chasquidos que llenaban la habitación sólo servían para aumentar la deliciosa excitación que cargaban.
Robin introdujo su lengua en la boca de Nami, tragándose el gemido que ésta soltó al sentir su sinhueso ivadirla tan de repente.
Nami nunca había estado tan excitada en toda su vida, ni siquiera los vídeos pornofráficos o sus juguetes sexuales le hacían sentir tan extasiada.
Y eso que apenas comenzaban.
Robin había conducido a una velocidad impresionante, importándole muy poco el haberse ganado una multa por exceso de velocidad, ella sólo quería follarse a su hermosa y joven jefa hasta el cansancio, quería sentir su polla apretada en el útero húmedo de Nami.
Y claro que iba a conseguirlo.
—Voy a prepararte ahora mismo, Nami. —dijo mientras la miraba de manera intensa.— Acuéstate en la cama, ahora. —ordenó con dureza. Nami gimió al escuchar la suave y deliciosa voz de Robin, ella era virgen aunque no lo pareciera, nunca pensó que le gustaría tanto el ser tratada de esa manera tan ruda.
Se acostó con rapidez sobre su cómoda cama, ansiando el toque de Robin sobre su piel, quería sentir sus grandes manos recorrer su cuerpo, se había vuelto adicta a ellas a penas éstas la habían tocado en el auto de camino a casa, varias veces creyó que se descontrolaría y terminaría por subirse en las piernas de la azabache para que la follara allí mismo.
Robin se desnudó la parte superior, Nami quedó embobada al tener a la vista tan hermoso cuerpo, la piel de la azabache era ligeramente morena y sin imperfección, la figura de un par de pechos enormes sobre ese sujetador estaban bien marcados al igual que su abdomen, Nami inconscientemente se lamió los labios para después morderlos, provocando que la polla de Robin se revolviera en sus molestos pantalones.
—No hagas eso.
Nami la miró confundida, ¿de qué hablaba?
—¿Hacer qué cosa? —preguntó inocentemente con una ceja alzada.
—Morderte los labios. —respondió con mirada hambrienta.— A menos que quieras que te arranque la ropa y te folle sin dilatarte. —Nami gimió ante la imagen que se había presentado en su cabeza: Robin arrancándole la ropa desesperada, penetrándola y follándola con la más dulce crueldad.
Sonaba muy tentador.
—¿Y qué te detiene hacerlo, Robin? —peguntó con la voz más delicada que antes. Robin la miró seria, sin expresión alguna en su rostro, pero Nami pudo jurar que sus pupilas se habían dilatado al máximo.
