CAPÍTULO 39

4.1K 641 32
                                    

SIERRA

Medicine-Daugther

Abro y cierro la boca, dudando de si mi cerebro está registrando realmente sus palabras. Bajo la mirada a los rasgos congelados de Viktor, como si ahí fuese a encontrar las respuestas. Mi padre se pone de cuclillas y me agarra del mentón, clavando sus ojos en los míos.

—Puedes hacerlo. —asegura.

Siento como mi barbilla tiembla con el pequeño sollozo que quiere escapar de mi boca. ¿Puedo hacerlo? ¿Cómo puede decirme eso? Me ha visto fracasar una y otra vez en todos mis intentos y dudo que ahora vaya a ser diferente. De todas las cosas dolorosas a las que me he enfrentado: el sentimiento de vacío y desolación, la desilusión ante la vida, el dolor de la falta de aire en los pulmones, las puñaladas por la espalda, la fealdad de las mentiras, la desorientación y el no saber quién eres, la pérdida de pedazos de ti...el sostener los hilos apagados de Viktor ha sido una de las peores cosas. La voz interna en mi cabeza que me susurra que una vez más he fallado a alguien que quiero. Los ojos caramelo de Abigail me observan desde alguna parte, reprochándome el no haber sido capaz de salvarla, de dejarla fuera de este mundo bañado de sangre.

—No puedo. —Niego con la cabeza. —Lo he intentado, no puedo. No puedo hacerlo.

Clava sus dedos con más fuerza, la necesaria como para que preste atención, sin hacerme daño.

—Puedes y vas a hacerlo. No voy a dejar que lo pierdas porque te estás paralizando. Eres sin lugar a dudas la persona más poderosa que hay ahora mismo aquí y si alguien puede traerlo de vuelta eres tú.

—Estás tú.

—Yo no he traído jamás un ejercito de almas para que luche a mi lado.

Miro a mi alrededor, encontrando las miradas de todos puestas en nosotros. Vuelvo a mirar a Atarothz, rogándole con los ojos que no me haga pasar de nuevo por esto. Si sostengo una vez más los hilos sin vida de Viktor y no lo consigo, no creo que pueda recuperarme de esto. Habrá quien piense que me repondré con el tiempo, que he sobrevivido a mucho como para rendirme ahora. A esa gente le diría que jamás han perdido a su persona. No, no la que crees que es la persona con la que podrías pasar el resto de tu vida. No, hablo de esa persona que el universo tiene destinada a ti, vuestra conexión es tan especial que podrías sentirlo entrar a cualquier habitación, aunque tengas los ojos cerrados pues tu cuerpo parece reaccionar a su cercanía, como dos imanes que se atraen, que se buscan, para unirse al fin. Tu corazón busca el ritmo del suyo para imitarlo, para bombear a la vez, como corazones gemelos. Tus pulmones ya no quieren llenarse de aire, solo del aroma de esa persona. Así de primaria es mi conexión con Viktor, aunque sienta el interior de mi cuerpo como una cáscara vacía, mi conexión con él permanecerá siempre, como quien pierde un miembro y aún lo siente.

—Cierra los ojos Sierra, busca los hilos de su alma y tira de ellos con todas tus fuerzas. —Me indica. —Cuando los tengas retenidos haz que su alma quiera volver a unirse.

—¿Cómo hago eso? —Mi voz suena como la de una niña pequeña, desorientada. —Tú sabes cómo hacerlo, es mejor que seas quien se encargue.

—Piensa en tus recuerdos con él, muéstraselos, atrae su alma. Está aquí, puedo sentirlo, pero necesita que le enseñes el camino. No hay nadie mejor que tú para esa tarea.

Al principio me muestro reacia, dudando de si seré capaz, de si podré soportar la decepción. Cierro los ojos y dejo en blanco mi cabeza, olvidando las respiraciones contenidas del resto y las miradas que recaen sobre mí con peso de hierro. Despliego mis sentidos, mi don, buscando esos hilos que se que han perdido su brillo. No tardo en encontrarlos. Los sostengo entre mis manos, penden en ellas sin fuerza alguna, fríos. Aprieto con más fuerza los párpados, poniendo todo mi empeño y mi ser en esto. Me debato en qué recuerdo exponer primero, son tantos mis favoritos que no sé por donde empezar. Así que decido hacerlo por el principio. Intento mostrarle cómo fue verlo desde mis ojos esa primera vez, cuando choqué con su cuerpo al salir de la habitación en la que se encargaron de prepararme para él. El choque fue abrumador, casi como estamparse contra un muro. Ni siquiera me dirigió una mirada esa primera vez, pero los vellos de mi nuca se erizaron igualmente, como si todo mi cuerpo fuese muy consciente de que estaba ante una amenaza, no solo hacia mi vida, si no hacia mi corazón.

Me parece sentir un aleteo entre mis manos pero al bajar la mirada encuentro lo mismo: hilos sin brillo, sin vida, sin alma.

Le muestro entonces esa vez en la que dormí en el suelo del bosque y mi cuerpo lo buscó inconscientemente. Podría pensar que buscando calor o simplemente es que él ya era conocedor de algo que nosotros desconocíamos. Nunca le confesé que en un momento de la noche sentí sus dedos en la frente y me hizo perder el sueño. Mantuve los ojos cerrados, con miedo a que al abrirlos tuviese que enfrentarme al cosquilleo que se formó en mi estómago.

Siento calor entre los dedos, así que prosigo.

Le hago ver cómo recuerdo sus ojos, sus distintas miradas. Aquellas miradas frías que me daba al principio, capaces de congelar el infierno. Esas otras en las que había un brillo pícaro cada vez que hacía un comentario que sabía que me provocaría. Y las más importantes, esas que conseguían rodearme como un abrazo, calentándome como solo él sabe hacerlo, mostrándome el amor más visceral que he conocido. O esa que jamás pensé que vería, la del amor puro de un padre mirando a sus hijos con lágrimas sin derramar.

El calor ahora es fuerte, parece aferrarse a mis dedos.

La primera vez que nos besamos fue mágico y a la vez aterrador, nunca había odiado tan fuerte y deseado con la misma intensidad a la misma persona. Pero eso no fue nada comparado con la primera vez que sentí su cuerpo sobre mí. Me sentí segura en las manos de la persona que más daño podía hacerme.

Dejo salir el aire entre mis dientes y veo como una bruma de un aspecto gris azulado se acerca poco a poco a los hilos que sostengo en mis manos, ahora ligeramente calientes.

Por temor a que lo que sea que está ocurriendo se detenga, invoco un recuerdo más. Esta vez son sus ojos azules los que veo en mitad de una habitación de la que ninguno de los dos era dueño. Sus dedos apretados en el marco de la puerta mientras su mirada exigía respuestas. La primera vez que nos encontramos tras mi regreso de ese estado catatónico, quise odiarlo. Ojalá hubiese podido hacerlo, pero no fue así. En cuanto lo tuve frente a mí, los insectos que habitaban en mi estómago, esas orugas que llevaban semanas y semanas anidando en mi barriga, estallaron todas en furiosas mariposas.

La bruma gris se revuelve entre mis manos, como si fuese un animal encaramándose contra su amo buscando una caricia. Con cada segundo que pasa, la flor de la esperanza empieza a florecer en mi pecho. Bajo mi mirada de asombro, veo como el alma comienza a rozar los hilos, fundiéndose poco a poco con ellos y a la vez forzando a que estos se unan de nuevo. Es como ver a cámara lenta a unas manos invisibles tejiendo. Cuando creo haberlo conseguido, abro los ojos de verdad y observo mi entorno. Deslizo mi visión hasta el pecho de Viktor, el cual sigue sin moverse.

—Tiene que funcionar. —digo con la voz quebrada.

La mano de Atarothz aprieta mi hombro.

—Lo ha hecho. —Miro su rostro, encontrando en él una sonrisa sincera. —Mira su pecho.

Hago lo que me dice, viendo como la herida de la lanza ha desaparecido por completo. Es su lugar hay una cicatriz. Extiendo la mano hasta la marca, dibujando el contorno y entonces lo siento:

Un latido.

Un latido que nunca estuvo pero que ahora retumba con fuerza.

INQUEBRANTABLE +18Where stories live. Discover now