tres

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Tres años después

—Suéltalo, ahora— ordenó el príncipe con su ceño fruncido, sus puños se apretaban a sus costados y la postura rígida hacia verle furioso, bueno más de lo que ya estaba.

—No quiero— farfulló Podd, apretó más el castañito y le enseño la lengua a su primo.

First había pasado por una mañana muy agotadora. Su mayordomo le ponía su día completo de actividades y si no fuera porque Khao estuviera en el palacio, él estaría más que satisfecho por tener la mente ocupada, pero ahora solo quería ver esos ojitos melosos todo el tiempo. Richard, el mayordomo, le interrumpió su sueño exactamente a las cinco quince de la mañana para comenzar el caluroso día con un buen desayuno, para luego dar inicio con clases de educación cristiana, ya que, en la Edad Media la sociedad y la religión era más que una hermandad. Para las siete daba lugar en el aire exterior tres horas de entrenamientos de combate cuerpo a cuerpo, la siguiente actividad era esgrima mientras First lo considera irrelevante. Y el resto de la tarde su objetivo era mejorar en el ajedrez y ganarle a su tonto primo Neo y demostrarle que él es mejor que todos, perfecto para Khao.

—Soy tu príncipe, tienes que obedecerme—resopló el azabache, sus mejillas estaban rojas del enojo y sus ojos soltaban chispas de odio y tal vez celos.

—No discutan— un pucherito se formó en los labios rechonchos del pequeño, a la vez que su vista se humedecía. No le gustan los conflictos eso hacía alejar las personas y él no quería quedarse solito.

—No llores Khao— el menor apretó sus dedos en las mejillas regordetas del niño dulzón, el príncipe pisoteo el suelo. Nadie tenía permitido tocar a su bebé. —No escuches a First, es un tonto egoísta.

—FirFir no es un tonto— gruñó Khao, una sonrisa apareció en el azabache.

Los balbuceos de voces se escucharon por el pasillo, los tacones andar golpeaban el silencio haciendo callar a los pequeños. La puerta se abrió relevando a la reina seguida por un trío de sirvientas con bandejas en mano.

—Khao, cariño, tu mami llego— el pequeñín limpio sus ojitos con los puños y sin mirar a los primos salió corriendo. —¿Que hacen aquí? Deberían estar tomando un baño— la mujer aplaudió un par de veces moviendo el ritmo de los niños.

First caminaba pisando fuertemente el suelo, sus nudillos estaban blancos de la fuerza que ejercía y casi sale humo de sus oídos, por culpa de su primo hizo enojar su pequeño, quería ir tras de él y disculparse por lo tonto que -no- fue ¿Pero que podía hacer? 

Los celos eran como sus poros, si eso eran.

Después de un buen baño caliente en la tina salió con pijama puesta a pesar de ser las cinco, su objetivo claro fue buscar al pequeño niño que robo para él y decirle que le quería mucho mucho previamente después abrazarle fuerte y darle un par de besos en las mejillas gorditas, que por el tiempo empezaban a desaparecer.

Podd había regresado a su hogar con su tía en la carroza así que no sería problema si tenía un entrometido en su plan. Recorrió todo el palacio preguntando a todos por la ubicación del dulzón, su corazoncito se oprimía cuando los sirvientes negaban. Tal vez sería la primera vez que lloraría de solo pensar que Khao no quería verle más y por esa razón se escondía para no encontrarlo.

First, no te rindas.

La cena fue servida y Khao no se encontraba en la gran mesa ocupando el asiento de a lado, tampoco comió voraz como regularmente lo hace para así poder terminar primero y tomarse el privilegio de correrle la silla como todo un caballero a su niño cuando esté termine; más no fue así esta vez. Termino el gran banquete a duras penas, arrastro los pies cuando salió del comedor con la cabeza baja y sus brazos inertes a sus costados.

Regreso a su habitación y se sentó en su cama tomando un libro de la mesita de noche y trató de leer en un intento miserable de distraerse, First estaba más que acostumbrado tener la presencia de su bebé con él, cada momento, cada segundo tenía que ver esos ojitos preciosos iluminar el aburrimiento, escuchar la risilla melódica para que el silencio huyera. Necesitaba a Khao allí para sentirse feliz, estaba seguro que lo quería para su futuro cuando gobernará el reino de su padre, estaba más que seguro que le quería pero luego dudo de eso.

¿Realmente le quería?

Más que si.

Las miradas que sus padres se daban después de que el rey saliera del calvario que pasaba en su oficina arreglando conflictos para mantener la paz entre el resto de los reinos y la tranquilidad de sus habitantes, había percatado que la mirada opaca que tenía se esfumaba cuando los ojos claros de su madre le miraban. Recuerda como su padre le había dicho que cuando estás con esa persona eres el último en controlar tu ser, tu instinto, tu pensamiento, porque así reaccionaba el alma de solo sentir la presencia especial de aquel. Que desees envolverlo como regalo, de solo besarlo para mimarlo y asegurar que no se fuera, de hablarle para que te conociera y confiera, de quererle para hacerlo feliz, todo los síntomas anteriores pronosticaban estar enamorado y que estar enamorado quería decir que amaba a esa persona.

No había duda de que el príncipe amaba al chiquitín.

Las mejillas del azabache explotaron en un color carmesí, brinco enterrando su rostro en la almohada de plumas y grito, gritó tan fuerte que sus pulmones quedaron secos, literal, hasta sus cuerdas vocales picaban. Acomodó mejor su cabeza hacia un lado disfrutando del aire fresco, absorbió como aspiradora el oxígeno y calmo su respiración. El sol comenzaba dejarle paso a la noche tomar su territorio, la oscuridad apenas salía y el atardecer corría a paso veloz. El silencio salió de su escondite e invadió la amplia habitación, capturado al morocho. El sueño comenzó a pesarle al príncipe en los párpados y se dio por vencido, restregó perezosamente su rostro con la mano y cerró sus ojos. Comenzaba a caerse en el abismo del sueño cuando un rayo de luz golpeó su cara pero no abrió la mirada, escucho la puerta rechinar al cerrarse y la luz desapareció, bufo bajito cuando el extraño arrastro sin cuidado el blanquito hasta la orilla de su cama, luego el colchón hundirse un poco para sentir un peso ligero presionar su espalda.

—FirFir ¿Estás despierto?— susurró tan bajito Khao que temió interrumpir el sueño del mayor, se levantó un poco cuando el príncipe se removió quedando boca arriba, First asintió.

—¿Donde estabas? Creí que me habías dejado— dijo el príncipe con tristeza en su voz, acariciando los cabellos negros del niño.

—Mami me llevó al pueblo, quería que la acompañara a comprar unos materiales— contestó tan rápido, excusándose por su ausencia. Se metió bajo las sabanas arropando también a su caballero. —Lamentó no avisarte pero aún seguía triste porque peleabas con Podd— mencionó abrazando en una posición torcida a First, rodeándolo por el cuello. Dejo un besito tronado en las mejillas rojas de éste, sonrió como el sabía.

—No te irás ¿verdad?— Khao negó rotundamente, se escondió bajo el mentón del mayor y suspiro. —Prometes quedarte conmigo para siempre.

—Prometo quedarme contigo por siempre— canturreo haciendo cosquillas en la piel bronceada del príncipe con su aliento, rozó sus labios en ella cuando se acurrucó más en él. —Solo si tu prometes quererme para siempre— optó por abrazarlo en el torso, dejándose envolver.

—No puedo prometer eso, yo quiero amarte— aceptó gustoso el pequeño cuerpo del pequeñín moldearse con el suyo, se dio cuenta que Khao estaba recién bañado ya que su cabello estaba húmedo y desprendía ese característico aroma de manzanas verdes, apretó sus brazos alrededor del menor sintiendo la frescura.

—Amar es de grandes— First río por la inocencia del dulzón, beso castamente su frente y cerró nuevamente sus ojos, dejando el sueño invadirle una vez más.

Entonces quiero ser grande— confirmó el príncipe.

Los deseos del rey. [FirstKhao Adapt.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora