Capítulo 31

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Los radicales habían fijado sus ojos en mí en numerosas ocasiones; sus poderes muchas veces habían sido arrojados hacia mi cuerpo, con la intención de acabar con mi vida

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Los radicales habían fijado sus ojos en mí en numerosas ocasiones; sus poderes muchas veces habían sido arrojados hacia mi cuerpo, con la intención de acabar con mi vida. El fuego de muchos Mágicos había quemado mi piel, pero yo jamás había absorbido su poder. Jamás. En cambio, sí había absorbido —supuestamente— el de un Rey Menor.

Mi cuerpo había absorbido el más puro de los poderes. Supuestamente.

Supuestamente, los Cristales podíamos ser la última criatura creada por la diosa Aledis, antes de que esta desapareciese, o muriese. O lo que fuera que le hubiese pasado.

Supuestamente, los Cristales éramos también puros, creados por las manos de Aledis. ¿Pero qué hacíamos nosotros? ¿Qué podíamos hacer? No teníamos poderes. Yo, sin embargo, había absorbido el poder de un Rey Menor. ¿Cuántas veces había atacado un Rey Menor a un Cristal? Seguramente nunca. Seguramente ninguno se había molestado nunca en atacarnos o acabar con nuestras vidas cuando era tan fácil dejar que lo hiciese un Mágico corriente.

Solté un suspiro y giré sobre mi cuerpo, quedando boca arriba en el colchón inflable de Estigia.

¿Y si había sido una trampa? ¿Y si querían engañarme otra vez? Estigia había sido el que me había llevado hasta la sala de reuniones, el que había planeado que escuchase tales barbaridades y sinsentidos. ¿Lo habrían planeado él, Rommel y los alcaldes?

Era consciente de que no era el ser más importante, ni nada cercano, como para que ellos se molestasen en tratar de hacerme perder la cordura, pero... Eso mismo había hecho Psychikos hacía bien poco: jugar conmigo. Divertirse jugando con mi mente.

¿Rommel y Estigia estaban jugando conmigo? Porque... ¿poderes? ¿Qué sentido tenía que los de mi clase manifestásemos ahora unos poderes que, en cuatro siglos de existencia, nunca se nos hubiesen presentado? Por Aledis, nuestro propio nombre —Cristales— reflejaba nuestra fragilidad.

Me levanté de la cama y, tras vestirme con el uniforme de combate, me dirigí hacia la pequeña cocina de la casa de Estigia.

Me había desvelado a las tres de la mañana, y había estado poco más de una hora intentando conciliar el sueño otra vez, pero me era imposible.

Estigia había dicho que me levantaría a las seis para entrenar, y debían de ser las cuatro y algo. Supongo que me iba a tocar a mí despertarle a él.

Me preparé algo para comer, a pesar del poco apetito que tenía. Si hacía deporte sin comer algo, me desplomaría.

Encontré en el armario también un botecito con adormidera, y vertí unas gotas en un vaso de agua, que bebí de un trago.

Me enjuagué la boca con más agua para quitar aquel desagradable sabor, y me dirigí hacia la salida de la casa.

No había nadie a esas horas, así que me sentí segura corriendo sola por aquella desértica aldea con mi rubia melena al descubierto.

El peón del rey (Coronas de Papel I) ©Where stories live. Discover now