—Ah, ¿sí? ¿Y qué más?—Estrategia militar, manejo de espadas, lucha cuerpo a cuerpo... y...—Frunció la nariz, intentando recordar el resto—. Control. Ninguna más, que yo recuerde.
Apreté los labios, cansada. Era la cuarta vez que le preguntaba aquello esa mañana y la respuesta, por supuesto, era la misma cada vez.
¿Y si estaba madurando, simplemente?
¿Y si el madurar en esta sociedad conllevaba entender, asimilar y reconocer las diferencias entre "razas", reinos, clases...?
—¿Qué te enseñaban en Control? —le preguntó Estigia, apoyando las manos en el respaldo de mi silla.
Confieso que le había contado todo a él también, y él parecía sufrir una preocupación bastante cercana a la mía. Me hacía preguntarme: "¿cómo?". ¿Cómo podía mostrarse tan empático y afectado por mis problemas "simples" cuando una guerra se avecinaba? Y cuando su reino parecía el único dispuesto a actuar y a defender a los Cristales.
—A controlar mis poderes, claro. —Suspiró, aburrida.
No me molesté en reprenderla por el tono en el que le hablaba a Estigia. Estaba demasiado cansada para eso. Además, por una parte, entendía que se hubiese hartado de contestar a lo mismo una y otra vez. Aunque en el fondo sabía que mi hermana, a la que había dejado atrás en nuestra aldea, no hablaría a un desconocido de tal manera. Mi madre y yo no la educamos así. Tal vez, los profesores del campamento sí educasen así. Al fin y al cabo, entrenaban soldados, no diplomáticos, y los soldados no tienen por qué ser educados.
Miré a Estigia, que me devolvió la mirada enseguida.
Mi ceja derecha se alzó y mis labios se torcieron. Él entendió al momento lo que mi mueca significaba y asintió, haciendo un gesto con su cabeza hacia la puerta.
—Tengo que hacer una cosa —hablé, dirigiéndome a mi hermana—. ¿Te importa quedarte un rato con Estigia?
Perséfone se encogió de hombros, sin mirarme, y volví a suspirar.
Miré a Estigia, agradecida, y me marché de la biblioteca.
No podía seguir con aquello. No podía continuar interrogando a mi hermana. No estaba bien, porque ella no tenía la culpa. Yo sí; tenía que aceptar que mi hermana ya no era aquella niña risueña que se pasaba el día haciendo preguntas extrañas para alimentar su insaciable curiosidad por el mundo; tenía que aceptar que, a partir de ahora, las preguntas me las haría yo y que, sin embargo, no podría hacerlas en voz alta. Y todo eso estaba bien. Yo era la que no estaba bien, la que no estaba conforme con la situación, pero tendría que hacerme a la idea. Mi hermana estaba creciendo. Sus poderes también. En algún momento iba a pasar: que ella desarrollase sus poderes y su propia manera de ser y que yo me quedase de espectadora.
Pero eso no tiene por qué ser así.
Detuve el paso a mitad de pasillo cuando aquella voz habló en mi cabeza. Mi propio subconsciente me quería jugar una mala pasada y darme esperanzas sobre una vida en la que yo podía llegar a ser alguien relevante. No, ni aun teniendo poderes aquella idea parecía factible. ¿No?
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El peón del rey (Coronas de Papel I) ©
Fantasy"Tan solo era un peón más en el tablero al que los reyes jugaban. No podía moverme de una casilla a otra por mí misma; ellos decidían por mí. Y habían demostrado tener el poder de sacarme o dejarme en el tablero. " Todos los seres vivos del reino de...