29 de julio - OLAYA

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29 de julio

OLAYA

Me muero de ganas de saber cómo le ha ido a Cayetano, si al final le ha dicho una de esas frases ñoñas que nos hemos pasado cuatro días buscando, si se confesó y se liaron y todas esas cosas. Aunque por otro lado no quiero conocer los detalles, ni si hubo un beso. Ni nada, pensándolo mejor no quiero saber nada. ¿Me hace eso ser una mala amiga? Dios, no quiero ser mala amiga, solo quiero evitar... Pensar en ellos. Juntos.

Cojo el móvil. No tengo ningún mensaje de él.

De Dafne sí.

Dice que harán una barbacoa el siete de agosto y nos propone apuntarnos. Será en casa de Alex.

No sé qué le ha dado a mi prima con ser tan maja, igual ha sufrido un golpe de calor... O igual le doy pena. Espero que sea lo primero porque no estoy dispuesta a tragarme su compasión y convertirme en su obra de caridad.

Espera, ¿es así como me perciben en el pueblo? ¿Les doy lástima? ¡Qué rabia, qué frustración! Soy una persona independiente, una loba solitaria, no necesito que nadie salga conmigo solo porque...

Suena otro mensaje de Dafne, otra vez. ¡Qué pesada es!

«Antes de que te calientes: no, no es por pena. Nos lo pasamos bien la otra noche.»

Bueno, pues vale

O no.

No sé, le responderé luego, ahora me importa más hablar con Cayetano. ¿Debería llamarlo? ¿Le mando un WhatsApp? ¿Y qué le digo?

Me muerdo la uña tan fuerte que la rompo, las llevo hechas un desastre. Tal vez debería hacer caso a mamá e ir a la peluquería de Bernarda, en temporada alta contrata a una chica que viene de San Juan del Río para hacer la manicura a las clientas. No sé si me vale la pena, en realidad. También dije que me pondría cremas en la cara para hidratarla y no lo he hecho, ni he bebido más agua que antes, ni he cumplido la mitad de objetivos que tenía previstos para este verano. Claro, que el mayo impedimento es el maldito brazo.

No me arrepiento de haber salvado al niño, ahora soy una heroína en el pueblo, aunque quizá lo podía haber hecho de otra manera. No sé cómo, pero de otra.

Vuelvo a dejar el teléfono y cojo el diplodocus de Cayetano. Siempre lo tengo cerca, como una especie de amuleto, no le había hecho mucho caso porque estoy acostumbrada a verlo ahí, encima de la cama todos los días. Es como lo del libro, «La ardilla hacendosa», no había pensado en él de nuevo desde hacía años y en realidad guardo muchos recuerdos. Dentro de un tiempo recordaré este verano y me pregunto qué es lo que guardaré realmente en la memoria. ¿Será una de las noches con los Atalondrados? ¿Será la fiesta de la playa con los alondrinos? ¿Será un beso con Cayetano?

O sea, no con Cayetano. Sino entre Cayetano y Sara. No conmigo.

Empieza a molestarme por donde van mis pensamientos. No debería pensar en eso, no debería imaginarme nada con él, es mi amigo, le gusta otra chica, estoy ayudándole. Y por toda la información que poseo es posible que ya se hayan liado.

—Olaya, por favor, baja un momento.

Me levanto de la cama y bajo las escaleras de dos en dos, en el comedor están mi madre, mi tía y Dafne.

—No bajes así, podrías caerte y romperte el otro brazo.

—¿Te imaginas?

—¡Olaya!

Dafne se ríe. Mamá quiere cruzarme la cara, lo veo en su mirada. Mi tía suspira. Dos minutos después estamos en el jardín con mi prima dentro del agua, yo mojándome las piernas y nuestras progenitoras hablando de la telenovela turca a la que se han enganchado.

Hace calor, ojalá poder bañarme. La idea de ponerme una bolsa alrededor del brazo no me parece tan mala, como cuando me ducho, con tal de no meter la escayola en el agua debería bastar, ¿no?

—No me has respondido a los mensajes.

Dafne me saca de mis pensamientos y me irrita. Ella está dentro del agua, claro, con su pelo castaño mojado tirado hacia atrás como en los anuncios de la tele, sus enormes ojos de ciervo que dan miedo porque parece que puedan leer tus pensamientos y una sonrisa en la dentadura perfecta que le costó cinco años de aparato feísimo conseguir. ¡¿Por qué sonríe?!

—No he hablado aún con Cayetano.

—Son diez euros por persona, compraremos la carne en donde el Donés —Obvio, la carnicería de confianza del pueblo, aquí movemos el dinero entre los vecinos—, la verdura donde la Marisa y el resto de cosas donde la Herminia.

—Como siempre.

—Como siempre —repite ella—. Aunque tenemos que comprar el alcohol en la gasolinera, es el único sitio donde no nos piden el carnet.

—Estoy segura de que la Herminia no lo pide tampoco.

La Herminia sabe nuestra edad, además, ahora está la Claudia y ella se toma a rajatabla lo de no vender a menores. El otro día no nos dejó comprar.

—¿Y en el Tío José?

Dafne niega con la cabeza.

—Nos sale más caro. Hazme caso, lo tenemos controlado.

Me sorprende no saber dónde venden el mejor alcohol en mi pueblo. Claro que no es algo que haya buscado hasta ahora. Cayetano y yo no somos de beber mucho, igual algún cubata con nuestros padres, por probarlo, pero no hacemos botellón.

Ahora que lo pienso, en la playa, en el cumpleaños, hice botellón. El primero de mi vida, fue con los alondrinos, con mis compañeros. Es un pensamiento rarísimo.

—Bueno, yo os apunto en el grupo.

—No te he dicho que vaya a ir.

—No me lo has dicho aún —enfatiza. Se sumerge en el agua dejándome con la palabra en la boca y cuando emerge de nuevo lleva una de esas estúpidas sonrisas—. ¿Has visto Juego de sillas? Creo que te gustaría.

—No soy una friki como tú.

—No lo eres aún.

Me clava otra de esas miradas que te leen el alma y un escalofrío me recorre entera al tiempo que se nubla el cielo. Se avecina una tormenta de verano, lloverá cinco minutos y se calmará, igual que mi corazón y mi cabeza.

Como el sabor a helado de limónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora