11 de agosto - OLAYA

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OLAYA

Cruzar Alondra no debería llevarnos más de media hora, no es tan grande, y sin embargo siento que tardamos una eternidad. No que suena algo malo per se, estar con Cayetano siempre es agradable, pero le noto raro y meditativo, y esa versión suya me pone nerviosa y me hace darme cuenta de todos mis defectos, de lo que digo o dejo de decir. Vamos, que soy más consciente de cómo me comporto.

El paseo por al lado de la playa también es bonito, relajado. Hay familias que han venido a pasar el verano, otros que se quedarán hasta las fiestas y unos cuentos que se irán antes. No sé muy bien porqué ha sacado el tema de las fiestas, la verdad, me tiene dándole vueltas desde hace un rato. ¿Es que no quiere ir? Igual es por lo de Sara. Igual es que la persona que le gusta a Sara, que aún no sé quién es, va a venir. ¡Quiero verla! ¡Quiero saber quién es capaz de desbancar a Cayetano tan rápido!

Me tiene rayadísima.

El chiringuito del Tío José está lleno, Aiden nos saluda desde su puesto junto a las escaleras del hotel, una de mis tías me da cinco euros sin venir a cuento, sólo porque nos cruzamos por la calle, y me pide que no se lo cuente a mi madre. No entiendo su comportamiento pero lo acepto, cinco euros siempre son bienvenidos.

Las bicicletas de los atolondrados están en su puesto habitual, la cesta de mimbre que usé de excusa la primera noche reparada con una brida alrededor del manillar, sus risas llegan desde el lugar habitual. Sara no está, su prima tampoco, la chica andaluza que suele ir con ellos tampoco, ni el amigo de Damián, ni la hermana de Alicia. Es raro no verlos a todos juntos. Sin embargo está la alta que no suele juntarse, la que tiene dos hermanas tan pelirrojas como ella.

—¡Ya era hora! —nos increpa Alicia—. Llevamos esperando un montón.

—Perdón, estábamos en la otra punta.

—¿En vuestra guarida secreta?

No vamos a admitir que tenemos una guarida secreta, es nuestro secreto. Sonreímos con la misma incomodidad que cuando nos preguntan nuestras madres.

—¡Así que la tenéis! —grita Paula—. Me debes dinero, Celia.

—No es justo, no lo han admitido.

—Es como si lo hubieran hecho, el silencio otorga.

Celia es la pelirroja, tiene una voz grave y es muy alta. Saca un par de monedas de su bolsillo y se las da de mala gana, mientras Paula se ríe a carcajadas. Parpadeo estupefacta.

—¿Habíais apostado por nosotros? —pregunto. ¿No suena como quiero que suene o suena justo exacto como me gustaría que sonase? No puedo ni responderme a mi misma. ¿Qué otras cosas tienen en mente?

—Apostamos por todo, aún tenemos un par de cosas pendientes, pero son secretas. —Alicia me saca la lengua con desvergüenza y una confianza envidiable.

—Al menos más secretas que vuestra guarida —se burla Paula—. ¡Yo creo que está por el parque de la Macedonia!

Damián da un par de palmadas al aire para cortar la conversación, cosa que agradezco porque comienzo a sentirme incómoda. ¿Se fijan en nosotros? ¿Se habrán dado cuenta de lo mucho que les stalkeo el instagram?

—Bueno, y si jugamos al blackstories ya, que os veo con ganas de averiguar cosas. Esta vez: la sopa de gaviota.

El grupo se calla, se sientan en círculo en silencio, así que Cayetano y yo los imitamos. Es un momento casi solemne y me siento un poco intrusa, pero ha sido él (ellos, supongo, como un todo) quien nos ha invitado a formar parte y me siento agradecida.

—Esta vez lo voy a averiguar yo más rápido —susurro a mi amigo. Cayetano sonríe.

—Vamos por partes —dice Damián—. Un barco naufraga y un pequeño grupo sube a una barca. Entre ellos va un hombre ciego y su mujer, ambos malheridos, el hombre sobrevive pero la mujer muere. Para que el ciego se recupere le dan de comer sopa de gaviota. Llegan a la península y en un restaurante del puerto les dan comida. El ciego pide sopa de gaviota. Al probarla, se levanta, va al baño y se suicida.

El silencio se queda con nosotros unos segundos, hasta que una gaviota grazna desde el tejado del club y todos damos un salto del susto.

—Joder, qué mal rollo —comenta Paula.

—Esa gaviota está indignada.

—Ha puesto un tweet.

—Ha puesto dos, ha puesto tres. La gaviota turuleca...

Alicia, Paula y Celia hacen el tonto mientras Damián suspira. Yo miro a Cayetano con una sonrisa en los labios. No se la sabe, no sé cuáles habrá mirado en internet, pero este no. Y eso me da ventaja. Eso y que las otras tres estén haciendo el tonto.

Como el sabor a helado de limónWhere stories live. Discover now