Capítulo 8

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Djeric y Alon están de pie a escasos tres metros de los seis contrincantes más extraños que han visto jamás. Tres son de piel cobriza, los otros de piel blanca, todos de ojos rasgados y pintados de negro. Visten chalecos abiertos, oscuros, con flecos sin nada debajo, salvo tatuajes. Todos van armados con cuchillos.

—Creí que las armas estaban prohibidas en esta ciudad —dice Djeric en tono casual.

—Lo están, pile delka —responde el más escuálido y pálido; lleva pendientes en las orejas y en la nariz y todo el contorno de los ojos pintado de negro.

La mayoría llevan pantalones ajustados dónde pueden ocultar más armas. Entre Alon y Djeric suman una daga de dilmun. Alon no quiso traerse ninguno de sus cuchillos a un país donde el dilmun es una rareza de mucho valor, tampoco imaginó necesitarlos.

—Míralos, si son dos delkas piles bien vestidos —dice otro de melena lila, piel cobriza y muy fornido—. Queréis ir de tigueres pero solo sois unos choros.

—¿Recuerdas ese diccionario de jerga urbana que dijiste que deberíamos comprar? —murmura Djeric con el ceño arrugado—. Debí hacerte caso.

Alon no responde, parece demasiado perplejo por el vocabulario o el aspecto de los intrusos.

—¿No entendéis? —replica el escuálido con sonrisa siniestra—. Os lo diré clarito y despacito: Somoh la pandilla de los fleco, delkas. Estamos aquí porque nos han hablado de una bonita daga de dilmun.

Djeric siente como sus tripas se revuelven al recordar la expresión de Jerat cuando vio su daga: era igual de codiciosa que la de estos pandilleros.

—¿Quién os ha hablado de ella? —pregunta con la boca tan seca como el papel de lija.

Algunos pandilleros ríen.

—Ya lo sabeh, pile. —El escuálido se acerca más a Djeric moviendo amenazador su navaja—. Dánosla y noh largamos, resístete y os agujereamo, ¿comprende?

Djeric esboza una mueca de fastidio mientras se desabrocha su casaca negra de brocado dorado. Bajo la mirada perpleja de los pandilleros, la dobla y la coloca en el respaldo de la silla. Djeric continúa con el ajustado chaleco color perla. Alon permanece a su lado evaluando a sus enemigos que empiezan a reír a carcajadas.

—¿El delka no quiere manchar su ropita? —ríe el escuálido a medio metro de distancia, alza el cuchillo hasta el pecho de Djeric—. Quizá te desnudemoh nosotros para vender esas telas caras que tienes.

Con un rápido movimiento de manos, Djeric se apodera del cuchillo del pandillero.

—No os será fácil conseguirlo —comenta Djeric con tranquilidad, pasando el arma a su amigo.

—Mejor os marchais ahora que aún podéis —aconseja Alon deslizando con destreza el mango del cuchillo por cada uno de sus dedos.

—¡Piles, delkas! —ruge el escuálido—. ¡Destrozarlos!

La daga se ilumina en las manos de Djeric, los dos pandilleros que corrían hacia él se detienen, recelosos. Los dos que van a por Alon atacan. Alon levanta a uno por el cuello del chaleco, le arrebata su cuchillo y lo lanza sobre la mesa del comedor como si fuera un peluche. Con un cuchillo en cada mano, sonríe a su otro contrincante, que ya no parece tan decidido.

—¿Quién os envía? —pregunta Alon—. Decidnos su nombre.

De pronto, Djeric siente un fuerte picor en su espalda. Se gira instintivamente, pese a no comprender qué puede amenazarlo si sus enemigos están a la vista. Se materializa ante sus ojos el pandillero de melena lila que se había quedado en la retaguardia junto al escuálido. Djeric interpone su daga cuando lo ataca. Ambos se contemplan con sorpresa.

Choque: Alas Encadenadas #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora