Capítulo 25

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—Bueno, mi lujurioso amigo, ya has podido comprobar que la pasión estará presente en tu matrimonio. Eso lo mejora todo, ¿verdad?

Djeric lleva un buen rato arrepentido de haberle contado a Alon el beso que ha compartido con su prometida.

—Ah, la pasión —exclama la gastada voz del sastre; más gastada que su cuerpo largo, delgado y arrugado, muy bien vestido con su traje de seda y terciopelo del más sobrio negro—. La pasión es lo que da color a la vida. Encontrarla en el matrimonio es un tesoro.

Djeric permanece como una estatua sobre la tarima mientras su sastre ajusta las medidas del traje de novio.

—Un fuego que arde sin sustento se apaga rápido —murmura Djeric.

—Es un castigo tener un amigo tan cabezón, señor, se lo digo yo. Primero exageradamente optimista de casarse con una iora, y ahora exageradamente pesimista, no sabe lo difícil que es tratar con él.

Djeric alza el dedo anular hacia su amigo a espaldas del sastre, consiguiendo que Alon amplíe su sonrisa mientras fuma de un narguile granate, repantingado en el sillón.

—Los jóvenes de hoy día son así: exigentes —continúa el sastre ajustándose las gafas para apuntar las medidas de la cintura de Djeric—. Yo con mi mujer no tuve ni pasión, ni amor; tampoco hizo falta. Respeto y compromiso fueron suficientes para un matrimonio bien avenido. La pasión había que buscarla fuera de casa. —El sastre se detiene para medir los hombros de su cliente—. ¿Saben cuál es el verdadero problema? La influencia de los iora. Por las historias que nos llegan de ellos es que los jóvenes son cada vez más exigentes. —El anciano asiente, como dándose la razón a sí mismo—. Eso genera insatisfacción, mucha infelicidad y desgracias.

—Escucha el saber de las canas —dice Alon, cada vez más oculto por el humo con olor a frutas dulces que desprende su narguile.

—Los matrimonios están para producir buena descendencia, alianzas y bienes. Todo el mundo lo sabe, y no debería olvidarse.

—El problema real es que no hay forma de llevarme bien con ella. Cuánto más lo intento más difícil me lo pone. Es maleducada, problemática, y está empeñada en no casarse. —Las palabras escapan amargas por la garganta de Djeric.

—Es muy joven, ¿no es cierto? —pregunta el sastre—. Se adaptará a su nueva situación, con el tiempo.

—Estoy de acuerdo. Una vez estéis casados cambiará su actitud, mi deprimente amigo.

Unas risas femeninas se cuelan por el resquicio de la puerta. Djeric sabe que Suni está en la sala contigua con sus hermanas, probándose el vestido de novia que había sido confeccionado para Mare.

El teléfono suena y Alon contesta; por el cambio en su expresión, Djeric sabe que no está recibiendo buenas noticias.

—Ese hijo de mil perras —exclama en cuanto cuelga—. Nos la está jugando, Djer. Nos la está jugando.

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—¿Cuántos hijos quieres tener?

La pregunta saca a Suni de sus pensamientos. Lleva horas en una salita con maniquíes, espejos de cuerpo entero, máquinas de coser, mecedoras, sillones y muchísimas telas de distintos colores desperdigadas por todas partes. Horas subida en una tarima mientras las hermanas de Djeric le ponen el vestido de novia y le toman medidas para ajustarlo. Además de que cada hermana también se prueba el suyo.

—Yo cinco —continúa Aine al no obtener respuesta; tiene el ceño arrugado mientras ajusta el corpiño de Suni—. Igual que mi madre. Creo que es la cantidad perfecta. Ni pocos ni demasiados. ¿Qué opinas?

Choque: Alas Encadenadas #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora