Capítulo 13

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Suni no cree en el infierno, pero de existir su entrada tiene que ser idéntica al valle humeante de Ilgarar. Una llanura desierta repleta de nubes grises, donde enormes columnas de humo se elevan del suelo, como si el valle estuviera en ebullición. Las montañas parecen inalcanzables, Suni confía en que así sea, porque están cubiertas de hielo y sus picos son tan afilados como una sierra nueva. La tierra es negra. No hay nada verde. Ni tampoco edificios. Solo un sabor metálico en el aire.

—No es el camino más acogedor —grita Alon desde el asiento delantero para hacerse oír sobre el ruido del motor—, pero sí el más rápido, rodear la costa nos habría llevado todo el día. Hemos tenido suerte de encontrar este coche en alquiler.

Suni lo observa como si se estuviera riendo de ella. Jamás ha visto un coche en peor estado. El tubo de escape expulsa más humo que el valle. Traquetea como un viejo achacoso. Y su velocidad es irrisoria, Suni lleva viendo el mismo árbol seco desde que salieron del pueblo de Fukerin y entraron en esta carretera desierta.

Alon trata de iniciar una conversación con Djeric, pero él se mantiene en un silencio tan denso como el humo que sale de la tierra. Lo intenta con Suni, y ella actúa igual.

—Viajes así son los que te hacen valorar el hogar —gruñe Alon echando su sombrero hacia delante, como si fuera a dormir.

Suni tararea para sí canciones de Takiro, siempre la relajan; ahora la sumergen más en la desesperación de no saber cuándo volverá a casa. Recuerda la competición de la Diosa de Fuego. ¿Qué pensarán Maiq y sus amigos de su repentina desaparición? ¿Vendrá su padre y su hermana a impedir la boda? Es el único pensamiento que le da esperanzas, pero si las acusaciones de los delkas son ciertas... Contiene las lágrimas que empujan tras sus ojos. No quiere llorar, no podrá parar si lo hace. Inspira el aire que entra por la ventanilla, huele a humo y hielo.

—Si me hubieras hecho caso desde el principio, mi terco amigo —rompe el silencio Alon en ílgaro—, no te habrías llevado esta desilusión. Habrías apostado por una sanadora de nuestra tierra, quizá no tan poderosa, pero más conveniente. Cómo yo ya te dije...

—Mi queridísimo, queridísimo Alon —Djeric habla con suavidad mientras aprieta el volante hasta que sus nudillos se ponen blancos—, como acabes esa frase volverás a casa andando.

Alon refunfuña antes de guardar silencio. Djeric necesita ese silencio. Sabe desde niño que la familia no se elige, ni en la que naces ni la que formas con una mujer desconocida. Él estaba más preparado para imprevistos de lo que Alon se imagina. Pero la criatura que hay en el asiento trasero parece algo sacado del sueño de un fumador de opio.

Djeric la observa por el retrovisor, ella hace lo mismo y sus miradas se traban como dos espadas que colisionan.

A medida que se acercan a la capital, hay un cambio gradual en el paisaje. El humo y vapor del valle se disipan, el aire se vuelve más fresco y limpio, aparece vegetación de un verde oscuro. A lo lejos, se alza una estructura alargada y alta, con techo puntiagudo, como un barco que hubieran puesto boca abajo. Es el pabellón deportivo, la entrada norte de Rajtariv, un lugar lleno de bares, hostales y casas de apuestas. Su primera parada para comer.

Suni baja del cacharro que los delkas llaman coche con el estómago revuelto. Se frota los brazos, el aire atraviesa sus fosas nasales como agujas de fuego helado. Entran a un bar de paredes de piedra ceniza y ventanas anchas enrejadas que a Suni le recuerda al interior de una celda; salvo por el alboroto de voces y risas fuertes. Descubre que la mayoría son hombres, todos grandes, de ojos y cabellos claros, pero con vestimentas más holgadas y menos refinadas que las de sus acompañantes. También se da cuenta de que muchos la contemplan con aturdimiento, como si no comprendieran lo que ven.

Choque: Alas Encadenadas #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora