Para algunos es fácil comunicar sus sentimientos, sus alegrías, tristezas o pensamientos, pero para mí es imposible a veces.
En algunos momentos me sumerjo en mis caóticos pensamientos y al final no digo ni hago nada de lo que pienso, eso me moles...
Y entonces detuvo toda plática, la conversación que muy amenamente mantenía con sus amigas quedó reducida a la nada cuando escucho aquella exclamación impregnada de sorpresa por parte de ese chico moreno.
Los ojos marrones se posaron rápidamente en aquel rostro con toscas facciones, lo que menos esperaba era esa reacción de alguien a quien siempre había tratado de alejar, y sin querer, su expresión antes alegre cambió a una llena de confusión mezclado con pesar.
Bryony se vio de nuevo en aquel pasillo junto al grupo, estaban planeando una de esas tantas fugadas fallidas mientras la chica internamente sollozaba por algo de comida, su malestar le hizo observar las vidrieras de la cantina y sintió como su boca se volvía agua ante cada empaque de golosinas, para luego solamente sentirse apenada cuando señaló sin vergüenza aquella barra de chocolate que se encontraba detrás de los vidrios.
—Elige lo que quieras, ¡Yo te lo compro!
Esas habían sido sus palabras y el chico de toscas facciones lo había cumplido; pidiéndole a la femenina con cierto recelo que no lo compartiera con ninguno de los demás, pues esa barra de chocolate era simplemente suya y de nadie más.
Así como esos hubieron más acontecimientos, pedidas de salidas, cumplidos, comentarios chocantes que sacaban de quicio a la femenina, también esos momentos en que terminaban hablando de animes de los cuales el chico no entendía ni siquiera una pizca de ellos, pero que gustoso se disponía a escuchar con una sonrisa aquellas batallas que Bryony narraba como si fueran lo más impresionante del universo. Recordó con vagancia aquel día, donde en medio de un salón bullicioso había tomado el boli y sacado una libreta vieja para disponerse a escribir, rememoraba perfectamente bien que el joven se había acercado a ella, pero lo ignoró, por el contrario se dispuso a recitar en un bajo murmullo aquel fragmento que había logrado escribir de esa vieja y amarga historia de amor.
"—...El avellano de él la hipnotizaron y fue como si el piso, el mundo y demás personas hubieran desaparecido en ese instante. Se fijó en la expresión apacible, en el cabello ensortijado que caía con gracia en un pequeño flequillo entorpeciendo un poco la vista, noto las vestimentas sencillas que generalmente los jóvenes aspirantes a guerreros portaban y fue en que reparó en aquella pequeña cajita dorada que trataba de ser ocultada..."
Leyó despacio, casi en susurro, tratando de que los demás no se dieran cuenta de su presencia y cuando finalizó fue asaltada con un millón de preguntas, similar a aquellas vez cuando se aventuró a ver una película de Saint Seiya a finales de clases en medio del salón bullicioso.
Lo dejo pasar, situaciones junto a comentarios con doble sentido y en cierta parte incómodos que fueron ignorados, pero que al final terminaron siendo todo.
—Me debes un abrazo...
Y Bryony no supo cómo responder ante aquella demanda frente a las puertas del instituto en aquel último día donde compartirán aula juntos. Ella rehuía de cualquier contacto con aquel chico de tez morena, todo por la mera corazonada de que él aún seguía prendado por su persona, pero al final lo hizo. No se sintió emocionada, ni feliz, ni mucho menos ansiosa, simplemente no sintió nada, y cuando se separó corrió como alma llevadas al Hades para refugiarse en los brazos de su amiga que le recibió con leves caricias en la espalda.
Acercamientos suaves.
Bryony se sobresaltó cuando el joven dejó la cabeza reclinada sobre su hombro y apretó con fuerza la mano de su amiga en busca de auxilio, ¡No quería dar más falsas esperanzas! Pero ¿Cómo hacía para que esa alma insistente entendiera?
—¡Wow! ¡Estas utilizando bisutería dorada! ¡Se ve cool!
Y fue ahí donde todo a su alrededor volvió a derrumbarse, Bryony deslizó su mano tocando los aretes nuevos que guardaban una historia muy importante para ella, un significado que solamente compartía con su madre, sus ojos vagaron hacia unos cuantos peldaños más abajo de las gradas donde observó la cabellera ensortijada y cayó en cuenta de algo.
El chico se había enamorado de una alma terca, complicada y que quizás ya estaba atada a otra persona.
Bryony lo entendía, entendía el amor desenfrenado, el encaprichamiento que el contrario experimentaba por ella y no lo culpo, porque sabía bien que se sentía al ver a alguien y que el corazón latiera desbocado hasta el punto donde los pulmones proclaman aunque sea un pizca de aire.
Ahí lo entendió, él se había enamorado, pero ella no.
Él solamente seguía insistiendo, porque en su léxico no había cabida para rendirse, pero Bryony bien sabía que no podía amar a alguien que no era su otro extremo, que no podía forzarse a estar en una relación donde su corazón no latía de emoción, donde su madre se interpondría miles veces impidiéndoles ser felices y donde un futuro al lado de aquel chico de toscas facciones no se materializaría en premoniciones.
Una lágrima silenciosa y cálida resbaló por la mejilla tersa de aquella piel trigueña, su corazón se achicó y por un instante tuvo compasión del chico. Lo había tratado tan mal, tal como si fuera solamente una insignificante basura, que no reparó en que ella fue tratada de la misma manera, que ella había insistido tanto hasta que decidió rasgar la hoja para comenzar en una nueva. Se había comportado de la misma manera en que aquel idiota la trato; que solamente pudo evadir la realidad con las charlas de historias de fantasías con sus amigas.
Su corazón lloraba, pero la razón lo abofeteó; haciéndole entender que si no lo trataba con rudeza el chico nunca entendería que no quería nada. Bryony sollozo. Su lado racional; ese donde no había cabida para las emociones, aquel que solamente se materializaba cuando no existía amor, comprensión o cercanía. Era despiadado. Crudo. Realista. Podía ser quizás un fiero león destazando a su presa, arrancando de cuajo cada miembro hasta dejar un cadáver inerte flotando a la deriva de un manso lago.
Bryony lo sabía y aun así apartado la mirada para disponerse a ignorar el torrente de pensamientos que le embargaban; en su mente se repetía cada cinco minutos aquella observación que la inocente alma con facciones toscas notaron como si fuera algún nuevo brillante tesoro que había sido descubierto en ella.
Bryony se apoyó en su mano, y con la palma cubrió aquella imperceptible sonrisa que se posó en sus labios cuando recordó de nuevo aquella frase dicha con tanto orgullo y sin saber que nadie mas; salvo él había notado un minúsculo detalle como los aretes en su persona.
—¡Eh! Estás utilizando nuevos aretes ¡Me gusta!
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Escrito: 13 de julio 2023 Editado: 25 de diciembre 2023