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Cuando me retire, mi recuerdo ayudará a ganar partidos

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Cuando me retire, mi recuerdo ayudará a ganar partidos.


Arabella

En cuanto dejamos la casa de Alexey las cosas y los días pasaron fugazmente. Tan fugazmente que en menos de lo que pensé ya nos encontrábamos de vuelta en Miami, en la real fortaleza que no sabía que era Chovert, con más de cinco planos esparcidos por la mesa de madera la oficina principal de Rush, planeando más caos luego de que el ultimo operativo de hace cuatro días nos saliera increíble. 

Aun así, por más que repasaba en mi cabeza todo lo que pasamos en Nueva York, aun no me creía nada. ¿Qué Rush era uno de los hijos que Alexey tenía en secreto? ¿Qué me lo ocultó todo el maldito tiempo? ¿Qué ahora la había declarado la guerra al líder de la pirámide porque tuvo un arrebato de ira y quiere verlo arder en el infierno por fin? No. Nada me cabía en la cabeza. 

Lo que sí cabía en mi cabeza era el pequeño sentimiento de traición por parte del espécimen que también se almacenaba en mi corazón, pero eso era agua de otro arroyo. Eso únicamente lo sentía y lo sabía yo. Yo y Kendall... Quien tampoco lo perdonaba del todo y estaba a favor de eso.

El arrebato de ira por parte de Rush nos tomó a todos desprevenidos, pero lo apoyamos de igual forma. Lamentablemente, aquella declaración hizo que nos moviéramos a Chovert porque ya estaban cazando nuestros culos, accionando así planes de emergencia.

—Logramos explotar un barco cargado de narcóticos de los Thamarj, asegurándonos que recibieran el mensaje —el dedo de Riden se movió a un punto del mapa—. Contamos con el apoyo de las cabezas de los clanes alemanes, japoneses y uno que otro clan del tercer eslabón la pirámide, dejando así a Alexey con menos gente.

—¿Qué tanta menos gente? —Cuestionó el espécimen, cansado.

—La suficiente para cubrirnos el trasero un par de días más —respondió Justine—. Alexey está diezmando nuestras fuerzas.

—Lo está haciendo despacio —comuniqué—. El Boss está respirando en su cuello, matando a su gente por sus puntos.

—Nóvikov está ganando mucho territorio y eso nos va a hundir —ladró la voz de Harrison por el celular—. Hay gente que nos apoya, pero no la gente suficiente para éste tipo de suicidio.

A ese otro imbécil sí que no lo perdonaba. Harrison supo todo el maldito tiempo que Rush era hijo de Alexey y nunca se le ocurrió decirme o advertirme de eso. En su jodida defensa soltó que nunca pensó que Rush pudiera llevarme a la maldita gala y básicamente lanzarme a la boca del lobo, pero no me importó mandarlo a la mierda y no hablarle por más que él intentara contactarme. 

Y solo lo intentó dos veces más en el transcurso de las semanas. 

Maldito orgullo que tiene ese hombre. 

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