Capítulo 1

326 18 2
                                    

Se despertó alrededor de las cuatro de la mañana como venía siendo habitual últimamente desde hacía aproximadamente tres años, quizas un poco antes, pero la cosa es que después de que las ganas de orinar la obligaran a levantarse, ya no volvía a pegar ojo, se desesperaba e incluso le molestaba seguir acostada en la cama, pues sentía como la espalda le comenzaba a doler, pero creía que era normal luego de haberse acostado a las ocho treinta de la noche.
Ya nada era igual, tenía treinta y siete años y prefería dormir que estar desvelándose, ademas de que de vez en cuando le salían achaques, como que las rodillas se le inflamaban o de plano no podía caminar cuando una pierna inexplicablemente le dolía si se apoyaba en ella o bien le dolían los hombros y se le hacía imposible mover demasiado el brazo. No sabía si aquello era normal, era cosa de la edad o simplemente era defectuosa por genética de sus padres que eran hipertensos, su abuela paterna con diabetes, la materna murió de infarto antes de que la conociera y su abuelo materno, apenas y caminaba por culpa de las rodillas, el pobre estaba muy malo y aunque se había operado para sentirse mejor, no tuvo mucha mejoría, seguía quejándose de dolores. Su otro abuelo paterno, terminó con demencia senil y su bisabuelo también padeció lo mismo, así que Viviana temía pasar por lo mismo.
A sus treinta y siete años seguía soltera y viviendo en casa de sus padres, nunca vio la necesidad de irse de allí, se estaba bien, sumándole que su madre también padecía del corazón y luego de que les diera un susto, Viviana decidio no irse, pensó que era mejor quedarse
Esa mañana, no le dolía nada y se alegraba de que su cuerpo esa mañana hubiera decidido comportarse de manera decente.  Como cada mañana se dio una ducha antes de comenzar a arreglarse para ir a dar clases. Viviana era maestra de historia, pero ese día le darían la bienvenida a una nueva colega, que impartiría clases de literatura y como era de esperarse, los citaron con minutos antes de antelación para darle la bienvenida a la nueva profesora.
Bajó a desayunar con sus padres y se marchó en su auto rumbo a la escuela, faltando cinco minutos para las siete, le gustaba llegar antes de la hora acordada, era algo que su padre le había enseñado, sobre todo, para que de esa manera no fuera con prisas y fuera con cuidado.
En su recorrido habitual rumbo a la universidad, el trafico estaba inusualmente lento, poco después descubrió el motivo del porque se había hecho el embotellamiento, alguien se había ponchado a medio camino y tuvo avanzar de ese modo unos metros hasta encontrar un lugar en donde orillarse cuidadosamente.
Genoveva maldijo en voz alta cuando se dio cuenta de que se había ponchado, ella no tenía idea de cómo cambiar una llanta y para colmo de sus males, los automovilistas que iban detrás de ella, la estaban volviendo loca con sus pitidos, exigiéndole de esa manera que se apresurara a salir del carril para que les permitiera retomar su camino con normalidad.
Lo que más le fastidió del asunto, es que nadie hasta ese momento se había ofrecido a ayudarle, todos pasaban y pasaban y ninguno se detenía a ayudarle una vez que se orilló para no seguir retrasando a los vehículos.
Frustrada, miro la llanta trasera de su auto, de no encontrar pronto quien la ayudara, tendría que dejar su auto allí e irse en un taxi. Más tarde se encargaría de llevar a un mecánico para que le ayudara.
Genoveva era nueva en la ciudad, así que no conocía a nadie, mucho menos tenía el contacto de un buen mecánico y el momento de hacerse de uno bueno, llegó mucho antes de lo esperado. Continuaba peleando por su mala suerte, cuando alguien detuvo su auto justo detrás del de ella y cuando creía que sería un hombre para ofrecerle su ayuda, de él vehículo bajo una mujer aproximadamente de su misma edad, de cabello castaño claro, lacio cayendo por encima de sus hombros, pantalón de vestir de color negro, blusa blanca y zapatos de tacón bajo.
A Genoveva se le antojo que era tipo ejecutiva o algo parecido por su manera de vestir y por el aroma de su perfume que la invadió de inmediato, era una mezcla entre jazmín, sándalo y madera. Olía bien y se veía en muy buenas condiciones. No era gorda ni flaca, tenía las medidas justas, con todo en su lugar.
― ¿Puedo ayudarle? ― le preguntó Viviana a la mujer que la había divisado rapidamente de pies a cabeza en menos de un segundo.
―No lo sé ¿Sabe de algún mecánico para que pueda cambiar mi llanta? ― quiso saber Genoveva con algo de frustración al casi estar segura de que aquella mujer lo menos que sabía era de mecánicos y que si su auto estaba en condiciones debía ser por su marido.
―Esta de suerte.
― ¿De verdad?
―Sí.
― ¿Puede llamarlo para que venga?
―Tiene delante de usted la persona que le ayudara a cambiar esa llanta ponchada ― dijo desabotonándose la camisa de las muñecas y Genoveva la miraba con incredulidad ―. ¿No me cree? Ya vera que sí la cambió ― dijo con toda seguridad.
Viviana fue a su auto luego de arremangarse las mangas, se ató el pelo en una cola, se puso una enorme playera oscura sobre su impoluta blusa blanca, para enseguida volver con Genoveva y pedirle el favor de que le hiciera el favor de darle el maneral y un gato para comenzar a hacer su trabajo.
―No tengo gato ― le informó Genoveva.
―No te preocupes yo tengo uno, así que no habrá problemas ― dijo yendo de inmediato por el suyo que se encontraba en la cajuela de su auto.
A Genoveva le asombraba la seguridad y el cambio que aquella mujer sufrió al decirle que cambiaría la llanta. Su lado femenino, había quedado de lado para dar paso a uno más rudo, pero que a ojos de Genoveva le agrado.
Viviana coloco el gato en la posición correcta y comenzó a alzar el vehículo, una vez que la llanta quedo en el aire, comenzó a sacar el primer birlo, por un momento, creí que ni lograría aflojarlo, pero luego de unos momentos lo consiguió y dejo a Genoveva con la boca a vierta, porque sus brazos delgados y muñecas, no parecían tener la fuerza suficiente como para aflojar algo como eso.
― ¡Que fuerte eres! ― exclamó Genoveva sin salir aun de su asombro.
―Para nada ― dijo mirándola mientras continuaba agachada, tomándose un momento para continuar con el segundo.
―Por supuesto que sí, yo no sería capaz de hacerlo nunca.
―Es cuestión de mañas y práctica. Cuando le dije a mi padre que quería aprender a manejar, me dijo ― se tomó un momento para mirar a Genoveva a los ojos ―. Te voy a enseñar, pero antes de eso, tendrás que aprender a cambiar una llanta y cuando lo hagas, no tendré problemas en enseñarte. Yo le dije que era injusto y solo una excusa para no hacerlo ― continúo sacando birlos ―. Pero él se tomó la tarea muy enserio y cada tarde que teníamos libres, él me ponía a aflojar birlos.
― ¿Cuantos días pasaron antes de que aflojaras el primero? ― se interesó en saber Genoveva.
―Como dos semanas aproximadamente. Pero lo conseguí.
―Y después de eso te enseño a manejar.
―Eso solo fue el comienzo, me mostro como poner el gato, como ser capaz de sacar la llanta de refacción y demás antes de que por fin me dejara tomar el volante. Decía que debía de aprender como mínimo como aprender a cambiar una llanta por mí misma si llegado el momento no había quien lo hiciera. En su momento me pareció injusto, pero ahora le estoy muy agradecida.
―Y yo también, dale las gracias de mi parte.
―Por supuesto.
Unos minutos más tarde, Viviana había terminado y tenía las manos bastantes sucias, además de que había terminado un poco sudorosa, haciendo que Genoveva se sintiera bastante avergonzada por haberle dado semejante molestia. De haberse encontrado en una situación en la que no tuviera que llegar a su nuevo trabajo, la invitaría a beber algo y no es porque fuera alguien bonita, no lo era, pero tampoco era fea, sino que tenía un rostro anodino, pero su personalidad y las cualidades que había visto, la hacían una mujer interesante, ademas de que su aroma y manera de vestir, la habían cautivado.
―Muchas gracias, no sé lo que hubiera hecho si usted no se hubiera comedido a ayudarme y no sé cómo pagarle lo que ha hecho por mí. Me encantaría invitarle algo de beber, pero tengo que ir a trabajar y acabo de llegar a la ciudad.
―No se preocupe, vaya sin cuidado. Yo tampoco hubiera tenido tiempo de ir a beber algo. Tambien tengo que ir a trabajar.
―Y ahora por mi culpa se ha ensuciado las manos y transpirado.
―No se preocupe, ya me limpiare con toallas húmedas y pondré el aire acondicionado del auto.
―Nuevamente muchas gracias ― dijo tendiendo su mano para estrechar la de Viviana.
―De nada ― manifestó ofreciendo su antebrazo en lugar de su mano sucia ―. Que tenga buen día.
―Igualmente.
Genoveva subió a su auto y poco después retomo su camino, mientras Viviana se limpiaba las manos religiosamente, para despues quitarse la playera, acomodarse la blusa, subirse al auto, encenderlo para así prender el aire acondicionado y empezar a refrescarse, para poco después, soltarse el cabello y acomodárselo un poco con los dedos.
Viviana había sido muy consciente de las miradas que la mujer que acababa de ayudar le había dedicado. No le extraño, la mayoría de las mujeres que la veían cambiar una llanta la miraban con asombro solo por hacer algo sencillo como eso.
Viviana sabía que no era lo que se dice una mujer guapa o atractiva, hacía años que no se fijaba en ninguna mujer, tras lo ocurrido con Nerea, había cerrado su corazón y sus ganas de volver a enamorarse, se quedaron como en el fondo del mar, cubiertas de sarro y corales. Aunque a veces no podía evitar mirar a las mujeres bonitas, pero eso era todo lo que hacía, sabía que esas mujeres no estaban a su alcance y la mujer que había acabado de ayudar, sin duda era una de esas, bonitas, pero no para ella y tampoco quería complicarse la vida otra vez con ilusiones tontas, eso había estado bien cuando era más joven y aquella mujer, no la volvería a ver jamás en su vida.
Genoveva, había buscado en la mujer que le cambiaba la llanta algún anillo de matrimonio, pero no encontró nada, así como tampoco señales que indicara que era madre de familia, no había nada que le hubiera dado una pista de lo que era aquella mujer. Pero, en resumidas cuentas, estaba segura de que sus caminos nunca volverían a encontrarse.

Inocente Obsesión Where stories live. Discover now