Capítulo 6

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El domingo pese a sus ganas de ir a casa de Viviana para preguntarle si quería ir al cine con ella, se quedaron solo en eso, en ganas. Aunque el día anterior, Viviana hubiera terminado comportándose diferente con ella, temía que ese día, hubiese vuelto la misma que le abrió la puerta esa mañana. Así que se quedó en su casa, mirando televisión.
El lunes por la mañana, cuando Genoveva aparco su auto en el lugar de siempre, se dio cuenta de que en la plaza que ocupaba, se encontraba otro coche, el cual la separaba del auto de Viviana, quien ya había llegado minutos antes que ella. Al ver esto, sintió que no debía volver a molestarla con lo de ir a comer juntas y que debía guardar distancias.
En clases de primera hora, Viviana volvió a tener la intensa mirada de Irene sobre ella. La joven continuaba poniéndola nerviosa, pues era hermosa, como toda persona que se encuentra en sus veinte y pocos años. Pero pese a su hermosura, para Viviana no le era una tentación, pues ya sabía cómo podía terminar el amor entre persona con diferencia de edad, aquello era imposible y lo más importante, Irene no era su tipo de mujer.
Cuando terminó la clase, como venía siendo costumbre, Irene se quedó a lo último y se acercó a Viviana que acababa de sentarse detrás de su escritorio a modo de tratar de evitarla, pero la joven se detuvo del otro lado y la miró con una dulce sonrisa que Viviana se vio obligada a corresponder.
― ¿Cómo hace para que su clase no se me haga aburrida? ― dijo mirando a la profesora a los ojos.
―Considero que eso solo te sucede a ti, porque noto que la mayoría de tus compañeros tratan de disimular alguno que otro bostezo.
―No es cierto, maestra ¿cómo dice eso? Su clase se me hace demasiado corta, cuando menos me lo espero ya terminó.
―Siento mucho que te pase eso.
De pronto, Irene sacó de alguna parte, la golosina preferida de Viviana.
―Le traje esto ― dijo dándole un Milky Way ―. Espero que le guste.
Viviana lo miró algo desconcertada, ese era su golosina preferida y sintió un escalofrío al ver que Irene le tendía aquel chocolate. Era como si la joven conociera sus gustos y no precisamente porque ella se lo hubiese dicho, sino porque era como si la hubiese estado espiando.
―Veo que le da pena aceptarlo ― manifestó dejando la golosina sobre el escritorio ―. Nos vemos mañana, profesora.
―Te tomas demasiadas molestias.
―No es ninguna molestia.
―Gracias por el chocolate, es uno de mis favoritos. Nos vemos mañana.
A la hora del almuerzo, Viviana extraño ver la figura de Genoveva en la puerta del aula, aunque en un principio le hubiera molestado su presencia, ahora le apetecía ir en compañía de ella, así que fue a buscarla a su aula y no la encontró. Por primera vez, sintió remordimiento por como la había tratado, Genoveva no tenía la culpa de sus estupideces, ni de las veces que se equivocó al pensar que las chicas con las que salía, querían algo más con ella.
Viviana apuro el pasó y la vio caminar hacia otra dirección en la que la semana pasada lo hiciera con ella, como Genoveva caminaba a paso lento, Viviana la alcanzo enseguida y se adaptó a su ritmo. Cuando la profesora de literatura la miró, le sorprendió mucho y sobre todo le alegró enormemente que Viviana la buscara.
― ¿A dónde vas?
―A comer ¿Y tú?
―No fuiste a buscarme para ir juntas a comer.
―No quería fastidiarte más.
―Me he acostumbrado a que lo hagas ― reconoció mientras le brindaba una sonrisa.
Genoveva no pudo evitar sentirse feliz y sonrió de que la singular mujer fuese a buscarla, así que sin decir nada más, las dos se dirigieron con pasó rápido a la cafetería de siempre. Cuando esperaban a que le devolvieran el cambio de su consumición, Viviana extrajo de su bolso, el chocolate que Irene le había dado esa mañana.
― ¿Le ocultaste más golosinas a tus sobrinos? ― inquirió Genoveva.
―No, que va. Este me lo ha dado una alumna de primer semestre.
Genoveva la miró y enarco una ceja llena de curiosidad.
― ¿A menudo recibes regalos de tus alumnos?
―Muy rara vez, pero este es el segundo detalle que recibo de esta alumna. La primera vez me trajo un café.
― ¿También tu favorito?
―Sí y créeme que me pone un poco de los nervios.
― ¿Porque? ¿Es cercana a ti que conoce tus gustos?
―No para nada ― respondió mientras compartía la mitad del chocolate a Genoveva.
―Gracias ― dijo tomándolo.
―Por eso es que se me hace raro, es como si supiera exactamente las cosas que me gustan.
― ¿Como si te espiara?
―Exacto, pero eso se me hace algo demasiado paranoico.
―Eso sería demasiado.
En ese momento, llego la señora que le entrego el cambio y una vez que lo tuvieron en mano, se retiraron.
―Quizas le gustas ― comentó Genoveva luego de que salieran de la cafetería.
Viviana sonrió ante aquel comentario.
― ¿Que te da risa?
― ¿Cómo podría gustarle yo a una joven de veintitantos años? Soy mayor que ella varios años, ni siquiera soy tan guapa.
―Una persona no necesariamente tiene que ser guapa para ser atractiva.
―Bueno, yo no soy ese tipo de persona.
Genoveva había estado a punto de abrir la boca y decirle que estaba muy equivocada, pero se mordió la lengua, no quería retroceder los pocos pasos que había dado hacia ella. Así que continuaron caminando con ese paso de velocista que Viviana imponía y que Genoveva estaba a acostumbrándose a llevar.
Durante toda la semana, ambas fueron a comer juntas y el coche, continuaba obstaculizando la visión de Genoveva para ver a Viviana, aun así, ese no era un total problema, porque siempre iba detrás de la profesora de literatura cada que terminaba su jornada en la universidad.
El sábado por la mañana, Genoveva se despertó temprano y se acordó de inmediato de que Viviana solía correr por las mañanas en su día libre, así que a toda prisa se asomó por su ventana para ver si de casualidad la veía. Se apostó allí con la nariz aplastada en el frío cristal y allí pasó un buen rato hasta que luego de algunos minutos, la miró aparecer trotando a un buen ritmo. Despego la cara del cristal y se enderezo, se pasó las manos por el pelo, por si Viviana sentía su mirada y la observaba desde la distancia y la ubicaba en la segunda planta de su casa.
De nueva cuenta, Viviana experimento la sensación de que era observada. Se retiró el audífono de su oreja izquierda, por si escuchaba ruidos a su alrededor, aun así, siempre llevaba el volumen bajo. Busco en todas direcciones con la mirada, pero no vio nada, sino que fue unos metros más adelante, que vio la silueta de una persona a través de una ventana, despues se dio cuenta de que era la casa de Genoveva y que era esta quien la vislumbraba a la distancia.
Viviana se sintió un tanto avergonzada, pero agradecio que Genoveva estuviera al otro lado de la acera y no la viera tan de cerca, aun así, Viviana la saludo con la mano y Genoveva le devolvió el saludo.
Lo que Viviana no supo, es que su gesto había hecho que en el rostro de Genoveva se dibujara una gran sonrisa y que decidiera, invitarla de nuevo ese sábado a ir de compras. Cuando la perdió de vista, se detuvo frente al espejo de cuerpo entero y se quitó la playera que usaba para dormir, quedándose solamente en bragas.
Se contempló en el espejo. Aunque seguía siendo delgada porque esa era su fisionomía, pero era consciente de que sus brazos y piernas no se miraban tan firmes como los de Viviana. Quizas debería comenzar a hacer ejercicio y acompañar a la profesora de historia a correr por las mañanas, para hacer por lo menos un poco de pierna.
Viviana se dio un baño antes de bajar a desayunar ella y su gata, la cual ya la estaba esperando en la puerta del baño, para exigirle a modo de maullidos el que le diera pronto de comer.
― ¿En dónde estabas? ― le dijo a Fresa ―. Te busqué antes de irme a correr para darte de comer y no te encontré.
Fresa la miro con aquellos ojos azules que tenía y le maulló a modo de respuesta como si en verdad entendiera algo de lo que Viviana le decía. Viviana decidió vestirse no tan fachosa, por si a su nueva amiga se le ocurría ir de nuevo a por ella para que la acompañara de compras. Aun así, no se hizo muchas ilusiones de que eso ocurriera y tras desayunar, se puso a leer un libro que hacía poco había pedido en línea.
A las nueve de la mañana, el timbre de la puerta de su casa sonó y Viviana sabía bien que no era su hermana, ese día, le había tocado ir a casa de su suegra, así que no tendría la visita de sus sobrinos. Como si hubiera sido impulsada por un resorte, Viviana se levantó del sofá en el que se encontraba leyendo y fue casi corriendo a abrir la puerta y allí estaba la mujer de ojos verdes, quien le dedico una sonrisa en cuanto la vio abrir.
―Hola ― fue lo primero que dijo al ver a Viviana ―. Te vi correr esta mañana.
―Sí, te vi mirarme a través de tu ventana. Creo que te acababas de levantar.
―Los fines de semana son para dormir y descansar ¿Porque corres tan temprano?
―Para evitar a los mirones.
Genoveva sonrió, sus conversaciones nunca iban por buen camino, eran las más peculiares que había sostenido con una mujer, pero le encantaba que Viviana fuera distinta.
―Yo no soy una mirona, solo me gusta mirar a través de mi ventana.
―Yo no lo dije por ti.
― ¿Estas ocupada?
―Estaba leyendo ¿Porque?
―Venía a invitarte a ir de compras, pero si no te apetece...
―De acuerdo, te acompaño.
Genoveva, no podía creer que Viviana hubiera aceptado de inmediato y que no estuviera nadie de su familia para que aceptara acompañarla.
―Deseas esperar allí o quieres entrar en lo que voy por mi cartera y aviso a mi madre de que saldré.
―Pasaré para saludar a tus padres.
Genoveva miró a Viviana ir hacia la cocina y de inmediato salió Francisca a saludarla, mientras la profesora de historia, iba a su habitación por su cartera, cuando estuvo de regreso, lo hizo con fresa detrás de ella.
― ¿Lista? ― le preguntó Genoveva y en ese momento fresa maulló para que su ama le hiciera caso ―. ¡Tienen un gato!
―En realidad es de Vivi ― dijo Francisca.
― ¿Cómo se llama?
―Fresa ― contestó Viviana cargando la gata, que de inmediato comenzó a ronronear ―. ¿Qué quieres que te traiga? ― le preguntó a su gata y esta le contesto de una manera bastante cariñosa ―. Ya sé que quieres ― dijo dejándola en el suelo de nuevo y luego se le frotaba en las piernas.
―Ya veo que te ama mucho ― manifestó Genoveva mirando la escena.
―Pues no sé si a mí o lo que le doy.
Después de que Viviana se fuera a lavar las manos, se despidió de su madre para ir con Genoveva de compras.
―Hubiera llamado o mandado mensaje, pro como o tengo tu número. No quería aparecerme directamente en tu casa para hacerte presión y obligarte a ir conmigo, Por medio de un mensaje tienes más posibilidades de excusarte para no venir conmigo.
― ¿Esa es tu manera de pedirme mi numero? ― dijo levantando una ceja, mientras que en sus labios asomaba una sonrisa de burla.
―Sí, acepta que ha sido un buen argumento para convencerte de hacerlo.
―No me has convencido.
―Vaya que eres un hueso duro de roer ― dijo con una sonrisa en los labios.
―Mi número es...
―Espera ― la detuvo Genoveva tomando su celular que descansaba en el asiento del coche en medio de sus piernas ―. Mejor guárdalo de una vez en mis contactos.
―No te distraigas ― le recordó Viviana tomando el móvil ―. ¿Cuál es tu contraseña? ― preguntó antes de encenderlo.
―No tiene, no hay nada que esconder.
Viviana lo encendió y comprobó con sus propios ojos, que efectivamente no tenía contraseña.
― ¿Cómo quieres que me nombre?
―Umm con tu nombre completo, supongo o ¿Te gustaría que te llame en diminutivo Vivi?
“Como Vivi no eres una niña normal, de ese programa de televisión abierta” A Genoveva se le antojo que le quedaba a la perfección, no era normal, a menos no era como las mujeres que había tratado, Viviana era muy suya y le gustaba, pese a ser de ese modo.
―En realidad no me molesta.
― ¿Puedo llamarte así?
―Ya que ― manifestó fingiendo estar molesta, pero lo cierto era que estaba bromeando y Genoveva ahora comenzaba conocer lo que era una broma a un enojo.
―Muy bien, Vivi.
―Muy bien, Geno ― dijo mirándola con un brillo de maldad en sus ojos y una sonrisa torcida en los labios.
Genoveva se vio obligada a volver la vista al camino, mientras su corazón se había movido dentro de su pecho de una manera desigual, al ver aquella sonrisa y escuchar el diminutivo de su nombre en labios de Viviana. Por un lado, se alegró de que no le hubiera llamado Veva, porque de ese modo, su ex la había llamado con cariño, uno que terminó de la peor manera.
En esa ocasión, Genoveva llevó una lista y se la mostró a Viviana, para que no la llamara desorganizada como la otra vez. Una vez que Genoveva tuvo en el carrito los artículos que necesitaba, Viviana se dirigió al departamento de mascotas para comprarle a Fresa unas bolsitas de su alimento favorito, que eran trocitos de carne.
―Ya veo que consientes mucho a esa gata gorda ― comento Genoveva mientras la veía tomar algunos sobres.
―Es como mi hija, la quiero y me quiere. Aunque no sé si es por la comida y los cuidados que le doy. 
―Supongo que algo hay de las dos.
―Tal vez, pero si me quiere. Porque cuando tengo trabajo que hacer y calificar exámenes, Fresa se queda conmigo haciendo compañía en mi habitación, me sigue al baño, juega conmigo, es mi compañera ¿Has tenido mascotas?
―Un perro, cuando estuve casada. Pero él quería más a mi ex que a mí, así que ella se quedó con él. Desde entonces tampoco he querido una, siento que hasta mi mascota me va a traicionar.
―Quizá lo tuyo no sean los perros.
― ¿Un gato?
―A lo mejor o tal vez un pez.
―No lo había pensado.
Una vez en la caja, Genoveva miró en una de las estanterías el chocolate preferido de Viviana y sin que esta se diera cuenta, tomó uno hizo que la cajera lo pasara antes que todo lo demás y se lo guardó en el bolsillo de su pantalón.
Una vez en el coche, Genoveva extrajo la golosina y se la dio a Viviana que la miró a ella y al chocolate.
―Tu favorito ¿No?
―Sí, gracias ― respondió Viviana entre confundida y asombrada por el detalle.
―Es por tomarte la molestia de acompañarme el día de hoy otra vez.
―No tenía nada que hacer, solo iba a leer.
Viviana abrió el chocolate y lo partió a la mitad, una parte para ella y otra para Genoveva. Un simple y sencillo gesto que decía mucho por parte de las dos, sin que ninguna se diera cuenta.

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