Capítulo 3

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Viviana llegó a casa a eso de las siete de la noche, su madre la recibio con un beso en la mejilla, como era costumbre desde que apenas era una niña y llegaba de la escuela primaria y apesar de que ya hubiera pasado los años y Viviana fuera una mujer adulta, su madre seguía mirándola de la misma manera, dándole los mismos mimos que antes y Viviana no se negaba a los cariños de su madre. Estaba segura de que era los único que iba a recibir y, sobre todo, debía aprovecharla todo el tiempo que fuera posible, tanto sus padres como ella se iban volviendo viejos, en especial su madre, ella tenía un problema del corazón y Viviana, aunque no lo dijera, le asustaba que cualquier mañana, su madre no despertara.
― ¿Cómo te fue, hija?
―Bien.
― ¿Vas a cenar?
―Algo ligero, lo de siempre. No te preocupes.
― ¿Comiste algo al mediodía?
―Claro que sí, mamá.
Subió a su habitación para darse un baño y cambiarse de ropa, le dolían los pies y se sentía cansada. Mientras estaba a solas en su cuarto, recordó a Genoveva y sus ojos verdes, sin duda era una mujer guapa y atractiva, de esas por las que tenía gusto, pero que no estaban en su poder conquistar, porque simplemente hacía mucho tiempo había dejado de buscar el amor o de intentar conquistar mujeres que no le harían caso o que simplemente la veían como una amiga.
Antes, cuando tenía aun veintitantos años, intento ligar con varias mujeres de su edad, pero en ninguna causo el efecto que ellas le provocaban a ella o cuando les hablaba de su atracción por ellas, simplemente desaparecían y no volvían a buscarla o bien, le decían que solo la miraban como una amiga. Así que luego de su última decepción, decidió no volver a buscar nada, porque al final era solo ella quien se sentía mal e insegura.
Ahora, ya no se preocupaba por eso del amor, su amor era destinado a sus padres y a una gata que tenía y la cual ya había ido a verla a su habitación.
―Hola, preciosa ― la saludo Viviana cargando a su peluda mascota en brazos.
Fresa, olía a fresa. Viviana bañaba a su gata una vez por semana o bien, cuando su propia gata se lo pedía. Su hermana se la había regalado el día de su cumpleaños y fue muy feliz, porque aquel animalito la seguía a donde quiera que iba y cuando se quedaba sola en casa o en su habitación trabajando hasta tarde, Fresa estaba con ella haciéndole compañía.
― ¿Quieres comer? ― le preguntó y la gata le contestó con un maullido.
Viviana solía hablar con Fresa más de lo que podía llegar a hacerlo con cualquier persona. Fresa ronroneo cuando su dueña le acaricio la cabeza y bajo con ella a la cocina para que le diera de comer.
― ¿Con que te golpeaste ahí? ― le preguntó su madre cuando descubrió a Viviana poniéndose ungüento en la espinilla, en donde lucía un moratón.
Viviana dio un brinco y miró a su madre de pie en la entrada de la puerta del baño, la cual había dejado abierta, creyendo que no iría por allí.
―Me golpee cuando bajaba la refacción.
― ¿Te ponchaste?
―No, es que ayude a una mujer a cambiar la llanta de su auto.
― ¿Y no que no había pasado nada?
A menudo se le olvidaba a Viviana contar las cosas, no es que ella le diera mucha importancia lo que vivía dia con día, aunque siendo sinceras, tampoco les decía a sus padres cuando se sentía mal y eso era algo que desde que era una niña hacía. Sus progenitores se daban cuenta de su mal cuando se iba a costar y eso para ellos era lo que los alertaba a preocuparse por ella, ya que era siempre muy activa y solo la enfermedad la hacía caer en cama, pero siempre sin quejarse.
―Se me olvido decírtelo ― dijo devolviendo el ungüento en su lugar ―. El mundo a veces suele ser muy pequeño.
― ¿Porque lo dices? ― inquirió su madre curios al escuchar la manera en que se expresó.
―Porque la mujer que ayude a cambiar la llanta, es la nueva profesora de literatura.
―Y lo bueno es que no hubo nada en tu día ― le dijo su madre dándole un beso en la mejilla ―. Sal de aquí que necesito usar el baño.
++
Genoveva se encontraba en su nueva casa aun con algunas cosas por desempacar, pero estaba feliz de que todo estaba saliendo como lo había imaginado. Lo de su llanta ponchada la había desilusionada para hacerla creer que no llegaría a tiempo y desea forma quedaría mal en su primer día, pero por suerte aquella singular mujer se detuvo para ayudarle y aún seguía pensando en ella, recordando lo particular que era Viviana.
A diferencia de Viviana, Genoveva era una mujer que ya no tenía familia, así que se movía sola por el mundo sin temor de dejar a nadie detrás. Ni siquiera tenía una pareja estable que la atara a algún lugar, era tan libre como el viento y ahora que había pasado la prueba del primer día, decidio firmemente que se quedaría en esa ciudad por dos razones o quizas tres.
La primera era que la universidad le había gustado, lo segundo era que la zona en la que vivía le gustaba, era tranquila y, sobre todo, se había dado cuenta de una cosa sin proponérselo. Ella y Viviana vivían en la misma colonia, la profesora de historia residía a una cuadra antes de llegar a la suya y Genoveva se dio cuenta de que la profesora era algo despistada, pues Viviana había estacionado su coche junto al de ella y cuando salieron al estacionamiento, la profesora de historia lo hizo un poco antes y con la velocidad con la que caminaba a Genoveva se le hizo imposible alcanzarla.
Pero la siguio muy de cerca el coche, ya que tomaron la misma ruta y de ese modo fue que descubrió que vivían cerca y que Viviana era un ser muy despistado, pero que aun así no dejaba de llamarle la atención. Lo que más le seguía dando vueltas es que no era una mujer de belleza extrema o que se esforzaba por verse bonita, no, Viviana no era de esas, algo de lo que Genoveva nunca había reparado era en lo natural que debía ser una mujer.
Ella siempre trataba de mostrarse tal cual era, pero a la hora de fijarse en mujeres, ponía sus ojos en aquellas que se preocupaban demasiado en su apariencia y se la pasaban pegadas a un espejo para asegurarse de que se veían bien a base de mucho maquillaje, en cambio la profesora de historia, no parecía llevar maquillaje, ni parecía preocuparse por mirarse en un espejo, a ella solo le importaba tener las manos limpias y no oler mal.
Genoveva sonrió al recordarla ese día, deseaba ser su amiga, porque no parecía ser el tipo de mujer que pregunta cosa apenas le das confianza o a oportunidad para hacerlo, pues a la hora del almuerzo, ni siquiera se molestó en saber cosas de ella y por primera vez, Genoveva deseo que Viviana preguntara, para así de ese modo estar en la condición de poder preguntar, sin embargo, la profesora de historia se limitó a permanecer callada y a hablar lo necesario.
Al día siguiente, Genoveva volvió a estacionar en mismo lugar que el día anterior y estaba por bajar de su auto cuando Viviana aparcó a lado derecho de donde ella había aparcado. Feliz de su fortuito encuentro, sonrió y bajó del coche poco antes de que la profesora de historia lo hiciera.
―Hola ― saludo Genoveva causando cierta sorpresa en Viviana ―. Buenos días.
―Buenos días. No me había dado cuenta de que había estacionado junto a tu coche.
―Creo que lo hice desde ayer.
― ¿De verdad?
―Sí, creo que andabas un poco despistada.
―Siempre soy despistada ― dijo sonriendo colgando su bolso en el hombro ―. Te lo advierto por si alguna vez no percato de ti o de cosas.
―Anotado.
Genoveva se unió a Viviana a la breve caminata hacia la casa de estudios, y la profesora de historia, dejó que la otra mujer la acompañara, pues entendía que se sintiera aun fuera de lugar en la universidad y por eso es que no le molesto que caminara con ella.
―Ahora que me has dicho que eres despistada, te diré que vivo cerca de donde tú vives, conduje detrás de ti todo el trayecto ayer por la tarde y ni siquiera te percataste de ello ― le confesó con una sonrisa y en ese momento, Genoveva fue testigo de cómo Viviana se ruborizaba.
―Eso es para que no te quedé duda de lo despistada que puedo ser.
― ¡Increíble! ― manifestó Genoveva maravillada de lo diferente que era su colega ―. ¿Te molesta si me uno de nuevo contigo para ir almorzar?
―No, para nada.
―Gracias, nos vemos más tarde ― dijo alejándose para ir hacia su aula.
Viviana quería decirle que no, que le gustaba ir sola y estar sola, pero por supuesto que no quería ser grosera. Lo que sucedía, es que Viviana tenía miedo de la cercanía de aquella guapa mujer, a pesar de que hace mucho su cuerpo y su corazón se había enfriado, a veces y por momentos, quedaban rescoldos de que aún seguía viva y sentía algo más que dolor y cansancio. Por eso es que temía de aquellos breves momentos en los que podía sentir más que cualquier otro día, en el que no era inmune a cualquier cara bonita.
Aun así, trato de sacudirse la sensación de malestar por querer deshacerse de Genoveva. Viviana se conocía a la perfección y sabía que, de pasar más tiempo con Genoveva, crearía un vínculo y ese vínculo la llevaría a enamorarse de su colega. No era la primera vez que le pasaba, la primera vez que se enamoró le pasó lo mismo, las otras veces creyó que le estaban dando motivos y resultaba que no.
La última vez había llorado y puesto triste, después se miró en un espejo y comprendió que no era el tipo de mujer que otras buscaban. No era bonita, tampoco era tractiva, ni sexi, no usaba maquillaje ni nada parecido, al menos no era el tipo de mujer que atrae miradas y si no atraía miradas, mucho menos iba a conquistar un corazón, porque para ser sincera, eso de que lo único que importa es lo de adentro es mentira. Viviana sabía por experiencia, que las personas debían de atraerse, que debía haber algo mutuo y reciproco para que funcionara y ella, hasta el momento y las veces que lo intento, no encontraba esa otra parte, esa persona que tambien se sintiera atraída hacia ella.
Algo agobiada entro al aula y se sorprendió de encontrarse con Irene, quien se encontraba de pie cerca de su escritorio a su espera. Así que tuvo que poner buena cara.
―Hola, buenos días ― la saludo Irene alegremente, mientras que en sus manos sostenía un café y le ofrecía uno a Viviana.
―Hola, jovencita. Buenos días ― respondió, pero sin tomar lo que Irene le ofrecía.
―Es para usted.
Viviana no deseaba tomarlo, pero pensó que sería una grosería no aceptarlo, pero necesitaba saber que tramaba la jovencita con aquello. Si iba por un favor, ella no era de ese tipo de profesora.
―Gracias, no te hubieras molestado ― argumentó tomando la bebida.
―No es ninguna molestia.
―Aún faltan algunos minutos para que empiece la clase.
―Lo sé, solo vine antes para darle el café.
―Muchas gracias ― dijo nuevamente Viviana a la joven poco antes de que saliera.
Una vez que se quedó sola, Viviana dejo escapar el aire que no sabía estaba conteniendo por miedo de que Irene fuera a pedirle algo, pero dio gracias a Dios de que solo fuera a llevarle un café y no saliera con alguna otra cosa. Su mañana estaba empezando a no gustarle mucho y si de ese modo empezaba, no quería saber cómo iba a terminar.
Cuando la clase dio comienzo, Irene no despego los ojos de Viviana, quien se sintió algo incomoda por su intensa mirada de ojos de color miel, pero no le dio mucha importancia y continúo dando su clase. No sabía que podría traer esa joven en manos, pero esperaba que pronto se le pasara.
Estaba por irse a comer, cuando Genoveva apareció saludándola de nuevo con un “hola” y con una cautivadora sonrisa de dientes blancos y perfectos.
― ¿Nos vamos? ― le preguntó.
―Sí.
Como era de esperarse, Viviana no disminuyo el paso por solidaridad a Genoveva, la profesora de historia caminó como siempre lo hacía y la de literatura ya lo había visto venir. Pero lo agradecía, porque era una buena manera de ejercitarse.
―No te parecería mejor venir en un solo auto ― el comentario que Genoveva le hizo por la tarde la tomó por sorpresa y dio un salto cuando se disponía a abrir la puerta del coche.
― ¡Me asustaste! ― le recrimino Viviana algo irritada.
Genoveva estuvo a punto de sonreír, pero se contuvo al ver que la mujer que estaba a unos pocos metros de ella, la miraba algo disgustada y le gustó mucho ver la manera en que su nariz se respingaba hacia arriba, al tiempo que se mordía un cachete.
―Lo siento, no era mi intención.
Viviana no dijo nada y le dio la espalda, dispuesta a subir a su auto, fingiendo que no había escuchado lo que Genoveva le había dicho o la olvidadiza por el susto llevado.
―Te decía que serpia buena idea que viniéramos las dos en un solo auto, de esa forma contaminamos menos y ahorramos ― continuó Genoveva.
Viviana hizo mil muecas antes de darle la cara a su colega.
―Estaría bien. Ya me lo pensare.
―Me parece bien.
Viviana llego de mal humor a su casa, esa tarde se dio cuenta de que Genoveva fue detrás de ella durante todo el trayecto de regreso a casa. Sentía que su colega se estaba convirtiendo en un grano en el culo, pero era uno bastante bonito, pero sabía que a fin de cuentas era un grano en un lugar indeseado y ella no estaba para granos.
Mientras que Genoveva le gustaba estar con ella y hacerla enojar, se había dado cuenta de que a Viviana le agradaba estar sola. La profesora se dio cuenta de que la mayoría de sus colegas iban a otro lugar para el almuerzo, sin embargo, Viviana, era la única que iba a la pequeña cafetería y ahora muy a pesar de la profesora de historia, Genoveva la acompañaba.

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