Capítulo 2

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Viviana llegó justo a tiempo y estacionó en el lugar de siempre, por suerte sus clases iniciaban a las ocho de la mañana, así que no tendría que ir corriendo hacia su aula para iniciar su jornada, que culminaba a las tres de la tarde.
Genoveva estaba feliz de encontrarse en una nueva institución como aquella, era una de las mejores universidades y su sueldo, por supuesto, sería mucho mejor que el anterior que tenía y estaba feliz de encontrarse allí, iniciando una nueva etapa. Solo esperaba que los demás colegas no fueran estirados.
Viviana se dirigió a la sala de reuniones y allí ya se encontraban varios profesores, dio los buenos días apenas entrar y justo detrás de ella, entró la mujer que hasta hacía poco había acabado de ayudar a cambiar la llanta de su coche.
Viviana y Genoveva se miraron con cierto desconcierto, pero ni se saludaron ni dijeron nada, pero aparentaron no haberse visto antes. El director de la institución se dirigió hacia la recién llegada y le extendió la mano para saludarla.
―Bienvenida, maestra ― le dijo el director.
―Muchas gracias.
―Colegas, ella es Genoveva y será la nueva maestra de literatura.
Todos los reunidos allí, estrecharon la mano de Genoveva y se presentaron con ella, incluso Viviana, que pareció un tanto seca al momento de devolver el saludo a la maestra de literatura, quien esperaba algo más cordial de su parte.
―Espero que se encuentre a gusto ― le dijo el director a Genoveva.
―Seguro que sí.
― ¿Ya ha visto todas las instalaciones?
―Aun no.
―Me gustaría mostrárselos yo mismo, pero tengo papeleo que hacer ― entonces la vista del director se paseó por la sala de reuniones y se detuvo en la profesora de historia ―. Profesora Viviana, sería tan amable de mostrarle las instalaciones a su colega.
―Por supuesto ― respondio Viviana.
Poco a poco la sala de reuniones fue quedando vacía, dejando únicamente a Viviana y a Genoveva solas en la elegante y sofisticada estancia. Ambas se miraron sin decirse nada, la profesora de historia mantenía el rostro serio, pero no pudo evitar sonreír cuando Genoveva enarco una bonita ceja.
―Con que ademas de saber cambiar llantas eres una profesora de historia en esta universidad ― dijo Genoveva.
―Creo que esa soy yo ― respondió, pero ya no mostraba la misma seguridad y confianza que demostró cuando cambiaba la llanta.
Genoveva notó el cambió, quizá se debía a que Viviana era de esas estiradas o bien, le daba vergüenza que ella ahora sabía su secreto de que era capaz de cambiar una llanta. Pero era todo lo contrario, Viviana estaba nerviosa de poder ser la guía de una mujer tan guapa como la profesora de literatura, aquella mujer que creyó y dio por hecho que no volvería a ver, pero el destino se encargaba de ponérsela de nueva cuenta en su camino.
―Vamos o se nos hará tarde para iniciar nuestras clases.
Genoveva disfruto del rápido recorrido que Viviana le dio por la universidad, era clara breve y concisa a la hora de contarle sobre algo relacionado a la casa de estudios. Viviana había resultado una grata sorpresa a la maestra de literatura, su manera de ser, de hablar y lo poco que había visto de ella hasta ese momento, la tenía bastante interesada en su persona. Lo que le llamaba de ella era su personalidad, esta vez no le había importado si era bonita o no, mucho menos si era delgada o tenía un buen aspecto físico. No, para nada, esta vez había sido diferente, sobre todo, porque la mujer en cuestión, continuaba dirigiéndose a ella con respeto.
―Gracias por mostrarme el plantel y enseñarme el aula en que tengo que dar clases ― expresó Genoveva mirando los ojos color café que tenía delante de ella.
―De nada ― respondió sosteniéndole la mirada de ojos verdes, que la hizo sentir un escalofrío ―. Nos vemos luego.
Genoveva la vio alejarse y entrar a dos aulas más allá. Mientras que Viviana podía sentir la intensa mirada de ojos verdes clavada a su espalda, si algo le gustaban a la profesora de historia, eran las mujeres con ese tipo de color de ojos, sumándole que tuvieran rostro bonito y cejas tan delineada y perfectas como las de Genoveva, que, aunque a Viviana no le gustara mucho el nombre, en la profesora de literatura le venía sobrando si se llamaba Petronila, cualquiera le vendría bien.
La primera clase iba a comenzar y Viviana se preparó para recibir a los del primer semestre. Eran más hombres que mujeres, pero eso a ella no le importaba, su único trabajo era enseñar. Una vez que era momento de iniciar la clase, se presentó e hizo saber sus reglas y el método que tenía para enseñar, una vez que dejo eso en claro dio inicio con la clase.
Viviana era una profesora bastante querida entre el alumnado, no era la más relajada con sus alumnos, pero tampoco era una maestra insoportable, pero sabían que cuando les otorgaba una prórroga para sus trabajos y no la cumplían, se veían en situaciones difíciles, pues no les concedía más tiempo del que ya se les había dado. Aun así, amenudo se tomaba la molestia de ayudar a todos aquellos que tenían problemas con sus trabajos y los ayudaba a salir adelante, solo por eso, se ganaba el aprecio de muchos aquellos que pasaban por su aula.
Así como esa mañana una joven, quedaría prendada de Viviana apenas la mirara y la escuchara hablar apasionadamente sobre historia. Sus ojos negros, no pudieron evitar quedar hipnotizados por la mujer mayor, que vestía de manera formal y tenía un buen físico, además de que llenaba el aula con el aroma de su perfume.
Irene, no aparto la vista de la profesora en ningún momento durante la hora que duró la clase, la maestra de historia la tenía cautivada por la manera de hablar y de verse tan segura a la hora de explicar.
Para Irene, Viviana se encontraba en una edad perfecta, en la que consideraba que ya tenía la vida resuelta y era dueña de tomar todas sus decisiones, y que nadie podía decirle nada, además de que aún era joven, pero no lo suficiente para que la tomaran como una tonta o se burlaran de ella. Fue inevitable, que Irene comenzara a imaginarse una vida con aquella mujer que veía por primera vez.
― ¿Alguna duda? ― preguntó Viviana a Irene al percatarse de que la joven llevaba mucho rato mirándola fijamente, causándole un escalofrió.
―No, ninguna ― respondió con apenas voz.
―Bien, continuemos.
Cuando terminó la clase, Irene aguardó a que todos salieran del aula a la espera de poder acercarse a la profesora, que se había sentado detrás de su escritorio, colocado unos lentes y leía atentamente unas notas.
―Me ha gustado mucho su clase ― soltó Irene asustando a Viviana.
― ¡Dios! Me asustaste ― manifestó viendo a su nueva alumna mientras se llevaba una mano al pecho.
―Lo siento, no era mi intención ― dijo avergonzada, mientras nerviosamente sujetaba los tirantes de su mochila.
―Está bien, no te preocupes ― trato de restarle importancia Viviana regalándole una sonrisa a la joven para que dejara su nerviosismo.
Tras sus muchos años de experiencia dando clases, conocía cuando una persona estaba nerviosa o bien, le costaba mucho dirigirse a alguien.
―Me alegra que te haya gustado mi clase ― continuo Viviana dándole toda su atención.
―Hasta mañana, profesora.
―Hasta mañana ¿Cómo te llamas?
―Irene.
―Nos vemos mañana, Irene.
Genoveva por su lado se encontraba bastante feliz dando clases en la universidad, le parecía mentira que luego de sus muchos esfuerzos ya se encontrara en el lugar donde quería estar desde hacía años, pero sus estudios se habían visto retrasados por culpa del corazón, bien decía el dicho que primero lo que deja y luego lo que apendeja. Pero Genoveva no lo vio de esa manera en ese momento, se enamoró y se dejó envolver por el intenso y maravilloso sentimiento que la invadía en aquel entonces.
Tuvo dos años de noviazgo y después llevaron su relación a algo serio y decidieron casarse, cuando ambas aún estaban estudiando su maestría, al tiempo que trabajaban como maestras de primaria, aquello que en un principio parecía ir viento en popa, un tiempo después, su pareja comenzó a cambiar e iniciaron las primeras peleas fuertes, siempre habían discutido, pero nunca de una manera en la que las palabras hirieran más que cualquier golpe.
Un día, mientras Genoveva intentaba retomar los detalles con su pareja, para dejar las peleas y las discusiones atras, se llevó la sorpresa de su vida. La que en ese entonces era su esposa, su compañera y su todo, la estaba engañando con otra, en específico con una supuesta amiga, la cual daba clases en la misma escuela. Genoveva entendió en ese momento por qué su esposa había cambiado y porque se había extinguido las demostraciones de amor y cariño.
Aquello había sido como un puñal en su espalda y otro en su corazón, más allá de la rabia, le dolía el alma, la traición de la persona que le prometió amarla, le había ocultado la verdad de sus sentimientos.
Lo que sucedió después fue el divorcio y con ella, Genoveva se dedicó a beber, perder el juicio y la cordura por el engaño de la mujer que amó. Si, fu su culpa haber perdido aquel tiempo de estudio, pero en ese momento lo que sentía era más fuerte que cualquier otra cosa que pudiera devolverla a la realidad. En el momento en el que toco fondo, fue cuando la directora de la escuela en la que daba clases le puso un ultimátum, Genoveva sabía que la mujer había sido benévola con ella, al no correrla por llegar a la escuela con resaca y en muchas ocasiones oliendo aun alcohol, pesé a que se vaciara casi los botes enteros de perfume.
Sin embargo, aquello había quedado atras y ahora volvía a ser quien ella era antes de su desastroso y fallido matrimonio, desde entonces solo se había dedicado a tener aventuras y nada más. No había vuelto a enamorarse, había clausurado su corazón y se encontraba bien sin preocuparse de tener alguna persona que pudiera estarle poniendo el cuerno.
No obstante, no podía de dejar de pensar en Viviana, era algo extraño que luego de muchos años se tomara la molestia de dedicarle más de un pensamiento a una persona luego de tanto tiempo sin hacerlo. Pero es que la profesora de historia era algo singular, no era para nada el tipo de mujer con las que solía salir o gustarle, pero Viviana tenía algo que le hacía interesarse en ella. Así que se propuso, intentar acercarse, no le daba miedo el rechazo, pero estaba segura de que, si lo hacía a modo de amiga, sabría descubrirla.
Cuando llegó la hora del almuerzo, Genoveva camino hacia el aula en la que esperaba que Viviana aún se encontrara allí y para su gran suerte, la profesora de historia continuaba sentada frente a su escritorio acomodando unos papeles.
―Hola ― saludo Genoveva haciendo que Viviana levantara la vista.
―Hola ― le devolvió el saludo al tiempo que se quitaba las gafas de lectura.
A Genoveva le pareció interesante y mucho más inteligente.
―Me gustaría invitarte a comer ― le dijo sin apartarle la vista ―, en agradecimiento por haberme ayudado a cambiar la llanta de mi coche y ademas me muestra algún sitio para comer por aquí cerca.
―No es necesario que me invites, pero con gusto te mostrare en donde suelo almorzar o beber un café.
Viviana pasó junta Genoveva y dejó la estela de su perfume que la profesora de historia dejó detrás y que la maestra de historia respiro, antes de seguirla para caminar junto a ella.
Irene había llegado tarde y sintió cierta desilusión al ver a su profesora de historia caminar junto a una de sus colegas, ambas parecían mantener una amena conversación, pero lo que más le molesto a Irene, fue que era la maestra de literatura, una mujer madura, segura y sobre todo guapa.
― ¿Es necesario ir en auto? ― pregunto Genoveva.
―No, queda cerca.
Lo que Genoveva no sabía, es que Viviana caminaba rápido, que seguir su ritmo le costaría mucho más de lo que imagino y lo que decía que estaba cerca, no era exactamente eso, al menos creyó que el lugar estaría al cruzar una calle o algo así, pero con el pasó tan veloz de Viviana, habían hecho aproximadamente cinco minutos en llegar a una pequeña cafetería en la que servían de todo un poco.
―Espero te guste ― dijo Viviana como si nada cuando se dirigió a la mesa que ocupaba cada que iba.
Pero no se había dado cuenta, de que Genoveva apenas podía seguir caminando y respirar a la vez. La profesora de literatura volvía a ser impresionada por Viviana, que se acomodaba muy tranquila en la mesa de siempre y Genoveva se dejaba caer pesadamente sobre ella.
―Parece que no estas acostumbrada a caminar ― observó Viviana mirando el rostro rojo y algo sudoroso de Genoveva.
―Yo más bien diría que lo que hicimos fue correr ― jadeo soplándose aire con la mano.
―Me parece que no estas acostumbrada a caminar ― dijo intentando ocultar una sonrisa que asomaba a sus labios algo divertida por ver a la oji verde azorada por la caminata.
―La verdad es que no ― acepto.
― ¿Y qué haces para mantenerte en forma? ― quiso saber.
―Nada, herede una buena genética ― sonó casi presumida ―. ¿Y tú?
―Yo, trato de hacer ejercicio, correr y llevar una alimentación balanceada.
―O sea que mantienes una dieta rigurosa.
―En realidad no tanto, como de todo, pero sin pasarme.
En ese momento llego la señora que atendía y Viviana pidió pollo con ensalada y Genoveva pidió lo mismo. Se quedaron en silencio y ambas aprovecharon para mirar su celular, cuando estaban por dejarlos les llevaron la comida.
―Gracias ― dijeron las dos.
― ¿Quieres una toalla húmeda? ― le pregunto Viviana a Genoveva cuando la vio que iba a comenzar a comer.
―Heee sí, claro ― dijo tomando la toalla que Viviana le dio.
Tras quedar con las manos limpias, comenzaron a comer, Genoveva se percató de que Viviana comía más lento de lo normal, era cuidadosa a la hora de masticar y de vez en vez daba un sorbo del vaso de agua que había pedido.
―Como de esta manera porque si lo hago más rápido la comida se me atora y es horrible la sensación que tengo en el pecho.
―Y ¿Porque te sucede eso?
―Según por problemas de gastritis y reflujo, pero... ― se encogió de hombros ―, quien sabe.
― ¿Y no has ido a algún medico?
―Sí, pero todos ellos me daban lo mismo y tras llevar el tratamiento todo seguía igual. Unos días está todo bien y otros no. Así que como despacio para evitar atorarme.
Cuando terminaron de comer y pidieron la cuenta, Viviana insistía en pagar lo suyo, pero Genoveva fue más rápida al entregarle un billete a la mujer, para que cobrara el almuerzo de las dos.
―No era necesario ― le recrimino Viviana cuando salían del lugar.
―Ayudarme a cambiar la llanta no era necesario, al menos no era algo que muchos estuvieran dispuestos a hacer esa mañana en la que todos iban al trabajo.
Viviana no respondio nada, solo se limitó a caminar al mismo ritmo de antes y Genoveva la siguio así su corazón trabajara al doble, aquella inusual mujer la tenía más que interesada.

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