Capítulo 8

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El lunes, Viviana y Genoveva llegaron juntas. Justo en ese momento, Genoveva descubrió a la dueña de la camioneta que había hecho que su coche y el de Viviana se separaran, obstaculizándole la visión.
Irene era la dueña de la camioneta de lujo que se había interpuesto ante ellas, por eso, es que había insistido en que fueran juntas. Le parecía una locura que, siendo casi vecinas, fueran en distintos autos, cuando su destino era el mismo y la hora de entrada y salida era igual.
Genoveva se alegró de que Irene y ellas dos hubiesen llegado en el mismo momento, de esa forma, vería a su maestra llegar con ella y no sola, quizas, de esa manera probablemente se hiciera ideas o se pusiera celosa y se desenamorara de ella.
Genoveva se dio cuenta perfectamente de que Irene las había visto, pero disimulo que no las vio y bajo de su camioneta tan rápido como hubo aparcado, para que ellas no la vieran, sobre todo para que su profesora de historia no la mirara.
Cuando Viviana entró al aula, se encontró con Irene, quien le dió un sus de muerte, para luego ser sustituido por enojo e irritación, cada vez le parecía más molesta la forma en que su alumna aparecía.
―Que susto me diste ― le dijo Viviana controlando su mal humor por verla ―. ¿Puedo ayudarte en algo?
―Parece que ha perdido los modales, profesora.
―Buenos días, Irene.
―Buen día profesora. Le he dejado un café sobre la mesa del escritorio.
―No tienes por qué tomarte esa molestia ― dijo pasando a un lado de ella, para colocar su bolso y algunas carpetas sobre la mesa.
―Es solo para agradecer el que me haya permitido sentarme en la misma mesa de la cafetería el viernes.
―Estoy segura de que tu hubieras hecho lo mismo por nosotras.
El termino en plural de nosotras no le gustó nada a Irene, escuchara aquello era casi como una declaración de que su profesora se encontraba en una relación, aun así, con el corazón enfurecido y llenó de rabia se atrevió a preguntar.
― ¿Están saliendo?
A Viviana casi le da un ataque al miocardio cuando escucho aquella pregunta, pero debía de imaginarse que en algún momento alguien tendría la inventiva de suponer y ver cosas en donde no eran. Aun así, debía de dejar en claro, que entre ellas no ocurría nada, solo eran... ¿Que eran? ¿Amigas? Quizas eran algo así, una amistad y nada más.
―No tengo porque darte explicaciones de mi vida privada ― manifestó Viviana con voz y mirada seria a Irene ―. La profesora Genoveva y yo solo tenemos una amistad, nada más. Te lo digo, porque no me gustaría que se anden difundiendo rumores en la universidad de romances que no son.
―Sí, lo siento, profesora ― murmuro Irene fingiendo estar avergonzada, pero que por dentro se moría de la alegría y felicidad de saber que entre ellas no había nada.
Tras disculparse, Irene giro sobre sus talones y salió del aula, dejando a Viviana con la bilis en la garganta.
Por la tarde, cuando se dirigía al coche de Genoveva, se encontraba molesta por el momento tan incómodo que tuvo que pasar esa mañana delante de su alumna, la cual parecía ser más callada de lo normal. Con el ceño fruncido, se recostó en el auto, justo en la puerta del copiloto a la espera de que la profesora de literatura llegara.
Genoveva había tenido un día normal, nada fuera de lo común, excepto por la hora del almuerzo, que noto a Viviana algo seria y tensa, pero que no dijo nada y a ella no le pareció correcto presionarla para que hablara, ya trataría de saber lo que le ocurría a la hora de salida. Cuando se acercaba a donde había dejado su auto estacionado, vio que Viviana ya se encontraba aguardándola, solo esperaba, que no estuviera molesta con ella por el breve retraso.
―Hola, tu ― la saludo Genoveva al llegar.
Viviana alzo la vista y se le quedó mirando, Genoveva se dio cuenta de que estaba enojada, lo sabía porque las pequeñas arruguitas que había en su frente, estaban pronunciadas, cuando normalmente, estaba relajada.
―Hola ¿Nos vamos?
―Claro, ¿Esperaste mucho?
―No ¿Que estabas haciendo? ― la pregunta sorprendió a ambas, pero Viviana se dio la vuelta y fingió no darle tanta importancia a lo que había acabado de cuestionar.
―El profesor de matemáticas me ha invitado a su fiesta de cumpleaños y hemos cruzado más palabras de lo habitual ¿Te ha invitado a ti también?
―Sí.
― ¿Vas a ir?
―No lo sé. Soy muy floja, y si voy, una vez que como, se acaba la diversión de la fiesta y deseo regresar a casa inmediatamente ¿Vas a ir?
― ¿Me acompañarías?
―No ― dijo rotundamente Viviana subiendo al auto.
― ¿Porque? ― la cuestiono Genoveva acomodándose en el lado del conductor, para luego encender el auto.
―Porque creo que hemos empezado a dar una imagen equivocada.
Genoveva la miro confundida por un momento antes de terminar de salir del estacionamiento de la universidad.
― ¿De qué hablas? ― quiso saber una vez se puso en marcha para salir del plantel.
―Que Irene cree que estamos saliendo como algo más, no solo como amigas.
― ¿Es solo ella o alguien más?
―No lo sé, ella me lo preguntó esta mañana.
―Creo que has caído en su trampa de saberlo por ti misma ― expresó con una sonrisa en los labios que irritó aún más a Viviana ―. Esta celosa y por tanto quería despejar dudas ¿Cuándo lo preguntó?
―Esta mañana.
―Seguramente lo hizo porque nos vio llegar juntas.
―Imaginé que no iba a hacer buena idea venir las dos en un mismo coche.
― ¿Acaso te importa lo que digan los demás?
―No ― respondio sin dudar.
Guardaron silencio un momento, Genoveva esperaba que al menos sirviera para que Viviana se relajara.
― ¿Porque si la fiesta de su cumpleaños es hasta el sabado, invita con tantos días de anticipación? ― inquiría Genoveva luego de un rato.
―Porque hay gente a la que le gusta celebrar que se pone viejo cada año.
― ¿Y a ti no?
―No.
― ¿Porque?
― ¿Te parece bueno celebrar que cada año te vuelves mayor y que los achaques aumenten?
―Eso no es tan bueno, pero es señal de que alcanzamos una edad, que muchos no alcanzan a llegar y es una manera de celebrar que aún seguimos con vida.
―Si tú lo dices.
―Que amargada ― dijo Genoveva y Viviana no pudo evitar sonreír.
La semana transcurrió rápido y cuando menos lo pensaron, ya era sábado y se encontraban esa mañana como venía siendo regularmente, cada fin de semana, de compras, no obstante, ese día, tenían como objetivo, ademas de adquirir mercancía, necesitaban mercar un regalo para el colega que las había invitado a su fiesta. Viviana se había negado a ir, pero Genoveva le había insistido en que la acompañara y al final, allí estaban las dos, en la casa del profesor de matemáticas.
― ¿Que le podré regalar? ― le preguntó Genoveva a Viviana mientras caminaban por los pasillos de prendas masculinas esa mañana ―. Es un hombre maduro que ya lo tiene todo ¿Tu que vas a regalarle?
―Algo que se coma ― respondió enseguida ―. En particular es lo que prefiero me regalen, si no saben que darme. Sea lo que sea, mientras sea comestible es bueno.
―Que practica eres.
―Júntate conmigo ― dijo guiñándole un ojo.
Se acomodaron las dos en una mesa bajo la sombra de un árbol, luego de haberle entregado sus respectivos presentes al cumpleañero, que se encontraba feliz hablando, saludando y dándole la bienvenida a todo aquel que llegaba.
Viviana sin esperárselo, se encontró a gusto en la fiesta y sobre todo en la compañía de Genoveva, que a pesar de que antes no la soportaba mucho, ahora pasaba mucho tiempo con ella y comenzaba a darle miedo, por momentos dejaba que estos pensamientos no la inquietaran, pero otras veces, le era imposible no pensar en que aquella amistad, derivara a que sus sentimientos la llevaran por ese mal camino en que la hacía distanciarse de las personas.
Se despidieron del cumpleañero y de su esposa, alrededor de las siete y media de la noche, Viviana había permanecido más tiempo en la fiesta de lo que usualmente acostumbraba, pero se encontraba realmente entretenida como nunca, sobre todo, la compañía de Genoveva era diferente, así que se encontraba a gusto.
Cuando salieron a la calle y se dirigieron hacia donde Genoveva había aparcado el auto, se dieron cuenta de inmediato, que las cuatro llantas del vehículo estaban ponchadas y en la acera no se veía ni un alma.
― ¡Pero que, carajos! ― exclamó Genoveva al ver su auto.
―Esto fue hecho por pura maldad ― manifestó Viviana.
―No puedo creerlo ¿Porque solo a mí de tantos autos que había? ― Genoveva y Viviana se miraron a los ojos.
―Puedo llamar a alguien que conozco para que las repare ― dijo Viviana ―. Es de confianza, lo llamó, esperamos a que llegué y si no quieres esperar vamos a mi casa y cuando esté listo, te traigo en mi auto ¿Qué te parece?
―Te lo agradecería mucho.
A sus padres le sorprendió ver a Viviana llegar a casa con Genoveva, ya que anteriormente se había mostrado disgustada cada que ella iba, pero ahora, parecía que la aceptaba y no sabían hasta qué punto, la perspectiva de su hija, había cambiado referente a su colega, quizas ahora la miraba de otra manera, porque del odio al amor, hay un solo pasó.
― ¿Qué tal les fue en la fiesta? ― les preguntó Francisca al verlas.
―Bien hasta que llegamos a donde estaba el coche de Genoveva estacionado y lo encontramos ponchado de las cuatro llantas ― relato brevemente Viviana.
― ¿Quién lo hizo? ― la pregunta de Francisca hizo que Viviana pusiera en blanco los ojos y fuera Genoveva la que respondiera.
―No lo sabemos, cuando salimos, lo encontramos así y tuvimos que venir en taxi.
― ¿Y el carro? ― preguntó esta vez el padre de Viviana.
―Tuvimos que llamar una grúa, las llantas fueron ponchadas con un taladro ― le respondió su hija.
―Se ensañaron con mi auto.
Lo que ambas no se explicaban, era como habían tenido la oportunidad de taladrar las cuatro llantas con un taladro más de una vez. A la vista, todas las llantas no tenían remedio, Genoveva tendría que comprar cuatro llantas nuevas.
Viviana no había querido que Genoveva se fuera a su casa pronto, pues nunca la había visto tan enojada y encolerizada como esa noche. Por eso, se la llevó a la cocina y le preparo un té, el cual lo endulzo con miel.
―Gracias ― le dijo Genoveva y Viviana se sentó a un lado de ella con otra taza ―. Te hubiera aceptado la propuesta de no ir.
―No digas eso. Nos la pasamos bien ¿no?
―Si.
―Pues eso es lo que importa.
Genoveva jamás espero escuchar eso de Viviana, pero allí estaba, sorprendiéndola de nuevo y le gustaba.
―Es mejor que le haya sucedido eso al coche y no a nosotras ¿No crees?
―Tienes razón ― reconoció dando un suspiro, para después darle un sorbo al té.
―No te preocupes por eso ahora. Mañana será otro día y te ayudare con los gastos.
―No tienes por qué hacerlo.
―Bueno, no vamos a discutir por eso ahora. Fue una imprudencia de mi parte.
―Pero quieres hacerlo.
De alguna manera siempre terminaban con alguna pequeña diferencia, era como después de ir en línea recta, a alguna de las dos se les ocurriera tomar una ruta distinta, pero luego de eso, volvían a retomar las cosas desde el tramo bueno, no desde aquel que se tornaba pedregoso y feo.
Cuando se terminó el té, Genoveva se encontraba más tranquila y Viviana dió un largo bostezo. El reloj de la cocina marcaba las diez de la noche, en la casa ya no se escuchaba el ruido de la televisión, Viviana sabía que sus padres ya se habían ido a la cama y que ella probablemente tambien, si no fuera por la presencia de su colega, que la mantenía aun despierta.
―Creo que es hora de que me vaya ― dijo Genoveva bajándose del taburete en el que se había sentado ―. Es tarde, tus padres ya se han ido a dormir y yo aquí desvelando a su retoño ― se burló ―. No quiero que mañana me reclamen.
―Idiota.
― ¿Con que así nos llevamos?
―Lo siento, se me escapo ― dijo sonrojada, al tiempo que se llevaba las manos a la boca. pero para Genoveva era una muestra de que se encontraba más que en confianza con ella.
Genoveva soltó una carcajada y al acordarse de que ya había personas durmiendo, imito a Viviana en eso de taparse la boca con las manos. Como si fuesen dos chiquillas, salieron de la casa para reír un poco más a gusto. Viviana debía admitir que, pese a las llantas ponchadas, se la había pasado bien y aún continuaba riendo como si fuese una estúpida sin saber por qué.
―Debo irme, aunque la verdad no tengo ganas de hacerlo ― confesó Genoveva.
Viviana se le quedó mirando, ella sentía lo mismo. No quería que se fuera, pero si lo decía en voz alta, sería como empezar de nuevo otra vez con esa manía que tenía de enamorarse de las amigas y con Genoveva se lo pasaba, bien y no quería espantarla ni que la rechazara, porque eso sería muy vergonzoso a su edad, ser rechazada sería la mayor herida a su ego.
―Bien, ve con cuidado.
―Lo haré.
―Si ves algo raro o extraño, llámame.
―De acuerdo ― respondió Genoveva alejándose de Viviana sin dejar de mirarla, caminando de espaldas.
―Mira por dónde vas o te caerás.
―Hasta mañana, bebé ― le dijo burlona.
Viviana odiaba que le llamaran bebé, pero no pudo evitar sonreír cuando lo escucho parte de Genoveva, que solo lo hizo para molestarla, pero consiguió lo contrario y Genoveva estaba más que feliz de ver aquella sonrisa de perlas perfectas.


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