3. La enigmática puerta roja

16 1 0
                                    

No le pareció tan mala idea después de todo. ¿Sería muy complicado ponerse nombres en esas circunstancias? Quizás era una forma de que el hombre intentara aliviar la tensión que se respiraba.

Asintió con la cabeza, convencida.

—¡Qué bien que aceptes! ¿Por qué no comienza usted, señorita? —Le preguntó con una gran sonrisa. 

Con ojos grandes y redondos, lo miró fijamente, entrecerrados por la duda. Bautizar a un extraño en medio de tanta ansiedad e ignorancia no era fácil.

Su mente estaba en blanco. No tenía tiempo para pensar. Apenas lo conocía desde hacía unos minutos. Se llevó la mano a la frente, frunciendo el ceño.

Sus miradas se cruzaron.

De repente, él soltó una carcajada.

Sintió que se le subía el color al rostro al darse cuenta de que su nerviosismo le impedía pensar en un nombre. El hombre le dedicó una sonrisa amable y le dijo que él se encargaría de ponerle un nombre.

—«Jennett». ¿Qué piensas de ese? Creo que es un nombre con una buena conjunción para ti. ¿Te gusta?

Su nuevo nombre le pareció dulce y suave, como un caramelo de miel que se fundía en su lengua. Le gustaba que el nombre fuera antiguo y suave, como una caricia.

Le tocaba a ella nombrarlo a él. Pero por más que lo pensó, no se le ocurrió ningún nombre que le hiciera justicia al hombre que tenía frente a ella.

Felipe, Lewis, Gaëlle… Lo intentó con todos los que le vinieron a la mente, ¡pero ninguno le convenció!

Negó con la cabeza porque no quería pensar en nada más.

¿Cómo había podido inventarse un nombre tan hermoso, «Jennett», con solo mirarla? La cabeza le daba vueltas de solo pensarlo…

°☆☆°

De acuerdo, será Lucían —aceptó ella al fin, con resignación.

Él soltó otra carcajada. Y con una sonrisa radiante, le dio las gracias por darle el nombre que le había puesto.

Desde ese momento, ambos se llamarían de esa manera.

Él se quedó pensativo unos instantes, y luego sus ojos se llenaron de ilusión.

—Ya que te sientes mejor, ¿por qué no salimos? —propuso él con entusiasmo—. Tal vez al ver los pasillos te ayude a recuperar la memoria.

—¿A qué te refieres? —inquirió ella, curiosa.

Él se acercó más a ella, y le hizo una seña con la mano izquierda para que le siguiera.

—Hay algo que quiero mostrarte. Ven, te lo enseñaré.

Jennett siguió a su guía, subiendo las escaleras tras sus pasos. Su corazón latía con expectación y nerviosismo. 

No tenía idea de qué le esperaba al final del recorrido. Pero soltó un grito suave de asombro. El interior de la torre era mucho más amplio y majestuoso de lo que parecía desde fuera. Las paredes estaban decoradas con tapices y candelabros, y el techo tenía una cúpula de cristal que dejaba entrar la luz del sol. 

Lucían se rió entre dientes al ver su reacción inocente.

—Qué curiosa eres. —Le dijo con voz amable.

Ella se detuvo a observar un retrato peculiar que colgaba en la pared del pasillo. Representaba a dos amantes abrazados bajo un manto dorado. Sus rostros estaban ocultos por el cabello, pero se podía percibir la intensidad de su pasión. La pintura era impresionante, de una belleza triste y conmovedora. Era difícil clasificarla como un retrato, más bien era una escena íntima y misteriosa. Jennett quedó cautivada por los detalles de cada trazo y se demoró un rato admirándola antes de seguir mirando a su alrededor.

El Sendero de la LuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora