5. Flores a la luz de la luna.

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La luz de la luna, brillante y plateada, se colaba por sus párpados cerrados. Abrió los ojos con dificultad, sintiendo todo el peso de su cuerpo y el cansancio de su mente. No había podido conciliar el sueño después de lo que había pasado.

Frunció el ceño al despertarse. Estaba en su dormitorio, el único lugar donde se sentía segura. Miró el reloj de pared: era medianoche. Aún recordaba la última vez que había visto a Lucían, hacía apenas unas horas. Habían tenido una conversación tensa y misteriosa, que le había dejado un nudo en la garganta.

Después regresó a su habitación y se sumergió en la bañera que una de las criadas había preparado para ella, con agua caliente y jabones aromáticos. Quiso fijarse en los rostros de las estás, pero no pudo distinguir nada.

Se levantó de la cama con sigilo y salió por la puerta, envuelta en un camisón de seda y un chal violeta. Sabía que al volver a dormir, la sombra la acecharía de nuevo.

La intensa luz de las velas resplandecía en los pasillos, destacando su visión. Ahora, se encontró con otra pintura, un poco más grande que la anterior, que brillaba a la luz de las velas. Se trataba de un triple cuadro pintado con fondo de un jardín, un cielo azul y muchas figuras extrañas a las cuales no supo darles interpretación: animales fantásticos, plantas exóticas, figuras misteriosas. Era un cuadro hermoso para mirar, pero le provocaba una extraña inquietud. No estaba de humor para apreciar sus detalles, así que siguió de largo, caminando penosamente por el pasillo e ignorando la pintura.

Ella quiso ir directo al jardín de flores que había detrás de la torre. Los árboles que lo rodeaban eran tan anchos que apenas dejaban pasar la luz de las estrellas. La vida en una torre donde nadie le hablaba era tan aburrida y solitaria que antes de su llegada, Lucían pasaba la mayor parte del tiempo en el jardín, buscando algo de consuelo en la naturaleza.

¿Él estaría allí? Ya era muy tarde. Quizás debería estar acostado en su cama y no en el jardín.

Pero le costaba dormir, pensando en lo que le había ocurrido.

Sentía que las cosas habían sucedido de manera un poco injusta. Ambos habían perdido la memoria por igual. Sin embargo, lo que habían experimentado era muy diferente. Jennett había caído bruscamente en medio de un denso bosque donde crecía un musgo venenoso. Tan pronto como recobró el sentido, una sombra de aspecto terrible la había perseguido, y había llegado casi moribunda antes de que pudiera entrar en la torre.

Al menos, ya no la perseguía ahora.

Pero el miedo y la angustia por lo ocurrido seguían ahí, atormentándola.

Lucían había corrido con mejor suerte que ella. Según le contó, había despertado en una cómoda cama de una de las habitaciones de la torre. Allí había mucho por descubrir y siempre se cruzaba con algún empleado. Jennett, en cambio, se sentía atrapada en una pesadilla. Aunque sabía que no era culpa de nadie, no podía evitar sentir rabia e impotencia por su situación.

Mientras caminaba murmurando, se dio cuenta de que ya había salido, y tras avanzar un poco más, se topó con el jardín de flores. Le pareció irónico que lo llamaran «pequeño jardín», cuando era más grande de lo pensaba.

Se quedó boquiabierta ante la belleza del jardín. Pero no soltó ninguna exclamación. Ya se había acostumbrado a las sorpresas de aquel lugar.

Pensó que sería inútil buscar a Lucían en aquel laberinto de flores. Así que decidió pasear a su antojo.

Era increíblemente hermoso. Había llovido tanto que cada rama, cada tallo, estaba en plena floración. Los jardineros habían cuidado cada detalle para que las hojas y los pétalos estuvieran perfectamente colocados. Se notaba que algunos de los empleados eran expertos en jardinería.

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⏰ Last updated: Feb 27 ⏰

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El Sendero de la LuzWhere stories live. Discover now