Capítulo 1

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Era un bajón.

Un bajón como cualquier otro. Un bajón después de un subidón. Un bajón antes de un subidón.

El problema es que el bajón se había prolongado demasiado. No recordaba el último subidón, y tampoco veía cercano el próximo.
Aita me recomendó ir al psicólogo. Alvaro me recomendó salir de fiesta. Ruslana me recomendó follar. Lucas me recomendó hacer deporte.

El segundo problema es que yo no encuentro el acierto en ninguna de las soluciones que me han propuesto. ¿Y cómo lo iba a encontrar si tampoco reconocía el problema?

Nadie me advirtió de lo difícil que podía llegar a ser mudarte a una capital solo, con dieciocho inocentes años, y demasiadas expectativas. O puede que sí. El caso es que no lo recuerdo. Y es qué, ¿Quién lo recordaría cuando se te ofrece una beca en una de las universidades más prestigiosas de artes dramáticas? Yo desde luego que no.

Fue un proceso tan rápido y emocionante que ni siquiera recuerdo en qué momento hice las maletas, conseguí un piso o me despedí de todos mis amigos en Getxo. Pero si recuerdo el esfuerzo que hice por convencer a mis padres, las noches en vela estudiando asignaturas que odio con todo mi ser y a mi pequeño yo colgando el catálogo de publicidad de la universidad en la puerta de mi habitación después de que mi izeko me lo regalase y me dijese que esa era la mejor de las mejores universidades para mí.

Porque si no fuese por esos recuerdos ya tendría cogido el pasaje para volver de vuelta a mi casa.

El techo de mi habitación de Madrid no se parecía en nada al techo de mi habitación en Getxo. El techo de mi habitación en Getxo estaba lleno de posters de mis bandas favoritas, tenía luces brillantes colgando, y tenía una lámpara humilde pero bonita. El techo de mi habitación de Madrid no tenía ningún poster, tenía manchas de humedad y la bombilla en el centro del techo no encendía la mitad de las veces.

Hablando de la lámpara que no enciende la mitad de las veces... Se está balanceando, y sorprendentemente no es por la lluvia que mete puñetazos en las ventanas, como de costumbre. Los jadeos que se escuchan me confirman que es Omar, que ha venido a darle los buenos días a Ruslana. Y tanto qué buenos días.

Suspiro, porque no me queda otra cosa que hacer.

Cuando encontré este piso (en el centro, barato, compartido a medias con una chica que parecía simpática y que era pasablemente bonita) me pareció un sueño. Y no me malentendáis, sé que era casi que imposible encontrar algo mejor. El piso está genial para lo que tengo que pagar al mes, vivir con Ruslana es como vivir con una amiga y poder ir a todos los lugares en metro es un regalo de dios; pero sigo echando de menos las cenas de mi aita, las visitas de mis amigos (de esas en las que luego no tenía que recogerlo yo), poder descansar y como no, poder follar.

Diréis, ¿cómo es que independizarte (en vez de darte) te quita oportunidades de follar? Bueno, pues el caso es que asistir a seis horas de clase en la universidad, trabajar seis horas al día y hacer trabajos de clase en lo que queda de día agota. Agota en todos los sentidos. Tanto mental como físicamente. Y eso disminuye mi cantidad de folladas. Y vamos, solo tengo dieciocho años y llevo dos meses sin follar, ni siquiera recuerdo cómo es sentir un buen beso. De esos que dejan tontos, y no de amor que digamos.

Cuando salgo de la habitación ya no se escuchan jadeos, ni el golpe de la cabecera contra la pared. Gracias a dios. Cuando entro en la cocina recuerdo porque Omar me sigue cayendo tan bien, y es que todos los domingos a las mañanas trae tres croissants de la panadería debajo de su casa.

Justo cuando estoy sentándome en unos de los bancos altos de la barra de la cocina, salen los dos (compartiendo un pijama a medias) de la habitación.

Don't you know that I am right here?Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt