Capítulo 3.

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Los días en una capital se hacían largos, demasiado largos.

En una capital tienes que seguir el ritmo constante y estresante de ella, disfrutar de los constantes pitidos de los coches como si de tu canción favorita se tratase y soportar el trato desagradable de los clientes en una jornada larga como si fuese tu mayor sueño.

Porque sino te ahogas.

Y a Martin no le quedó otra que aceptar eso.

Le llevó un tiempo aprender que lo más sano para sí mismo era empezar a intentar obligarse a olvidar todas esas cosas que (antes no valoraba, pero que, ) ahora echa de menos de su pueblo de nacimiento.

Lucas y Ruslana le ayudaron a crear nuevas costumbres que también apreciaba; como los jueves de pizza con Ruslana, o los desayunos de domingos con Lucas.

Todos esos detalles que ahora más que nunca lo ayudaban a seguir adelante estaban bien, genial incluso.

Pero hoy, un jueves lluvioso y un día en el que la cola de clientes no parecía llegar a su fin en toda la jornada, la cena de pizzas no se le hacía suficiente para arreglar el lío de su cabeza.

Así que cuando llegó a casa y vio a Omar y a Ruslana viendo una peli con las cajas de las pizzas cerradas le entraron unas ganas terribles de llorar.

Cuando Martin analizó la situación horas después en su cama, se avergonzó. Porque dejó que Ruslana y Omar volvieran a ver su vulnerabilidad más inocente.

Pero en el presente a Martin le dieron un calor tan agradable los abrazos de la pareja, le pareció tan cariñoso el movimiento del brazo de Ruslana en su espalda y le pareció un gesto tan bonito el de Omar yendo a coger la caja de pañuelos, que no pensó en como el Martin del futuro se castigaría por aceptar todo eso.

Los dos lo sentaron en el sofá y le vistieron con mantas, quitándole la chaqueta calada. Le peinaron el pelo con los dedos y pararon la película, que a este punto ya había sido completamente olvidada por los dos.

La primera vez que Ruslana le pregunto que había pasado él no lo escucho. La segunda vez lo escucho, pero no pudo contestar.

- Vamos, cariño. Estamos preocupados. ¿Qué te ha pasado?

Y Martin no sabía cómo contestarle porque no sabía qué era lo que exactamente le pasaba.

Había tantas cosas sobre las que quisiera desahogarse, pero era tan incapaz desde hace tanto tiempo que poco a poco todas esas cosas se estaban cementando en su interior, como si estuviesen cosidas con unos hilos lo suficientemente fuertes para rasguñar a la persona que intentase romperlos.

No es que Martin no intentase pedir ayuda, lo hacía. Pero su garganta comenzaba a raspar en el momento en que intentaba formular palabras y sus ojitos se aguaban, acelerando su respiración y haciéndole imposible centrar su cabeza en otra cosa que no fuese respirar con normalidad y tranquilizar a sus pulmones. Recordarles que él seguía vivo.

Que seguía vivo y que seguía sintiendo.

Porque por mucho que Martin se esforzará en pedir ayuda, solo sentía esa necesidad cuando su corazón le jugaba una mala pasada. Cuando esa adarga que tantos meses le habia costado construir dejaba ver un rastro de realidad por alguna de sus grietas.

Ruslana y Omar comprendieron que en ese momento la única forma de ayudarle a Martin era manteniéndose a su lado, limpiándole esas gotas brillantes que caían de sus ojos y dándole ese cariño que muchas veces el sentía invisible.

A Martin se le hizo suficiente y según la noche transcurría, se esforzaba por volver a adherir ese broquel que tanto se empeñaba en llevar consigo siempre, y las cajas de pizza se iban vaciando, el ambiente en el pequeño salón del piso se iba tranquilizando. El tema casi siendo olvidado. Casi.

Don't you know that I am right here?Where stories live. Discover now