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¿Alguna vez has pensado si alguien puede volverte loco con solo mirarte a los ojos?

Mi nombre es Becky Armstrong, tengo casi 17 años y más secretos en mi interior de los que me gustaría decir, pero callan en mi interior. Callan totalmente.

Vivo con mis padres y mi hermano pequeño, Richie. Me mudé a Seul cuando tenía tan solo dos años. No dije mi primera palabra hasta los cuatro años, mis padres pudieron llevarme a psicólogos y logopedas, finalmente pudieron diagnosticarme algo
que poca gente sabe lo que es.
Padezco mudismo selectivo. La gente creía que no hablaba porque no quería, pero era más bien lo contario.
En mi cabeza había montado mil historias, mil relatos y cuentos, pero ninguno de ellos los podía expresar con mi voz.

Con los años, he aprendido a mantener conversaciones con mi familia, pero si me sacan de mi círculo habitual, es como si unas manos apretaran mi garganta, me congelo, y cuando llego a ese punto, sé que no voy a hablar. Intento mejorar, pero es difícil cuando todos los días me recuerdan lo feos que son mis ojos, lo bajita que soy o si tengo el pelo estropedo. Es estúpido, pero me duele que se rían de mí públicamente.
Solo tengo dos amigos, mi hermano e Irin, una chica del instituto. A ella también le molesta que se rían de mí y me defiende cada vez que puede.
Bueno, creo que es demasiada información sobre mis problemas... Ahora les contaré el mayor de ellos.
Nunca había visto la verdadera belleza en la gente, prefería concentrarme en mi alrededor, la naturaleza, en como caía la nieve en verano, como se evaporaba en primavera y las mariposs salían de sus crisálidas, como calentaban los rayos del sol en verano o como crujían las hojas secas bajo mis pies en otoño. Pero...

Sí, hay un pero.

Y mi pero es una chica con la que me cruzo cada día en la parada del autobús hacia el instituto. Normalmente soy muy receptiva visualmente con la gente que nunca he visto, pero con ella era algo totalmente distinto.

No podía mirarla ni de reojo, pero siempre que nuetras miradas se cruzaban, ella me dedicaba una sonrisa. Era impresionante; quizá sus labios gruesos, su cabello largo y sus grandes ojos formaban una combinación detonante para mi extrema timidez. Por sus rasgos podía adivinar que no era coreana.
Cuando pasaba por mi lado, me quedaba encantada con su aroma, olía una mezcla a fruzas y olor a cuero de las botas negras que solía llevar. Siempre viste con prendas
grandes o anchas que simplemente le quedan genial.

- Becbec, olvidaste tu almuerzo! --una voz sonó a mis espaldas y suspiré al reconocer a mi madre. Seguro que ahora la chica misteriosa había escuchado aquel estúpido apodo. Mis pies casi se congelan cuando escuché un "Ya se lo doy yo, señora". Mierda, su voz era hermosa también.

Cogí la bolsa de papel que me ofreció, nos miramos directamente a los ojos y ella se quedó esperando con una sonrisa a que le agradeciera. Yo no pude hacer nada más que asentir levemente y salir medio corriendo porque el autobús iba a irse sin mi.
Durante todo el día tuve con remordimiento por no haber podido dar las gracias a la chica.

No tenía ni idea de como era, su aspecto era rudo, casi se mostraba prepotente y segura de ella misma. Sabía pisar al frente sin miedo, con sus botas de cuero y sus chaquetas hanchas. Sin embargo, tambien tenía una sonrisa dulce y tierna, que la
hacía ver dulce.

De todos modos, vamos a empezar.
Mi nombre es Becky Armstrong, y voy a contarles mi historia.

CAOS/ FREENBECKY Where stories live. Discover now