Capítulo uno

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Verónica

La canción en la radio era Por ti me casaré de Eros Ramazzotti y era lo único que se escuchaba en el interior del apartamento de Verónica, quien miraba por la ventana ningún punto fijo, en una mano agitaba con movimientos circulares y lentos su vaso con cerveza light, y con la otra se acariciaba el empeine de su pie derecho. Hacía mucho calor, así que llevaba un vestido ligero con aberturas en los costados de las piernas y el escote bastante pronunciado. Le dolía un poco la cabeza. Quizá por tantas vueltas que le daba al asunto entre Octavio y ella. O quizá era el efecto del alcohol.

Pensaba en todo y en nada. Había momentos en los que unos pensamientos se cruzaban con otros completamente diferentes, distorsionando la idea inicial y dejándola con un sabor amargo por no llegar a una resolución sencilla. El vaso de agua en el que se ahogaba cada segundo que pasaba transmutaba en un océano profundo y mordaz.

Exasperada, le dio un trago profundo al vaso y se levantó, se dirigió a la cocina donde revisó su teléfono olvidado, había varios mensajes de diferentes personas, los que predominaban era de Caro, una de sus compañeras de trabajo con la que mejor se llevaba, la invitaba a una comida en el famoso Dragón Dorado junto a Octavio. Se terminó lo restante del alcohol y lanzó el vaso a la basura. Le dio un vistazo a su rostro en el vidrio puesto en el vestíbulo. No se veía mal. Tal vez pasaba desapercibida ante el escrutinio de los agentes de tránsito. Descolgó las llaves de la camioneta y salió. Importaba poco si ya se había ido Caro y toda la gente que invitó, ella bien podía ordenar algo y pasar el resto de la tarde, incluso quedarse en la noche. Al menos así podría respirar sin apuro.

Dragón Dorado se ubicaba en el centro de la ciudad, a un par de cuadras del parque central. En la fachada descansaba un dragón imponente hecho de yeso, mostraba los dientes y observaba desafiante a cualquiera que se atreviera a sostenerle la mirada. Le daba un aire solemne al restaurante-bar. A Verónica le tomó una hora llegar, coincidir con el horario de salida de las primarias y algunas secundarias volvía una locura el tráfico. Estacionó a unas cuadras la camioneta y bajó con la mejor cara posible, no tuvo ánimos de llevar consigo su bolsa, bajando sólo el monedero de Nicole Lee.

Todo seguía tal y como lo recordaba. La barra adornada con figuras de pequeños árboles de cerezo de tronco curvo y un arroyo corriendo debajo de este, hecho de acero y pintado de dorado, en cada extremo, al fondo, la tarima lista para las presentaciones en vivo de aficionados y artistas medianamente reconocidos en la ciudad, a un costado comenzaban las escaleras en espiral para la primera planta, y a los alrededores, mesas colgantes con formas de nubes doradas junto a sus sillas, seguían el patrón de un trébol de tres cabezas. El tapiz rojo de las paredes hacía juego con las vajillas y resto de decorativos dorados.

La recepcionista detuvo a Verónica para saber si tenía reservación o iba al área libre (la barra). Le mostró la invitación donde se apreciaba el número de la reservación y la mujer procedió a verificar. Al parecer la reunión había terminado una hora antes de su llegada, no obstante, decidió quedarse a beber otro rato.

El inconfundible olor del vapor de los dumplings recién hechos la llevó a recordar una tarde en el parque Joyyo Mayu. Corría por la orilla del lago, llevaba un globo en la mano y en la otra un trozo de la torta que su mamá había preparado. Le encantaba ir los fines de semana con su familia, disfrutaba correr de un lado a otro, sentía que en una de esas alzaba el vuelo como los pájaros, lo cual la hacía poner mucha atención en aumentar la velocidad de sus piernitas. «Mientras más rápido, mejor», decía sonriente. Para su infortunio, en una de las vueltas, no se percató de una roca y cayó de rodillas, poco le faltó para rodar y hundirse en las aguas, su torta no corrió con la misma suerte, sólo la vio hundirse en el lago y a su globo irse hasta perderse por encima de la copa de los árboles; las lágrimas no se hicieron esperar, pero mantuvo los labios apretados, no dejaría escapar ni un sollozo a menos que quisiera ser duramente reprendida por su padre, a quien le temía desde lo profundo de su corazón, trató de respirar como la maestra le había enseñado una vez que también se cayó jugando fútbol. «Inhala y exhala lo más lento que puedas», le decía.

Yo quisiera amarte (borrador)Where stories live. Discover now