Capítulo cuatro

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Ernesto

—Te odio como no te imaginas —se quejó José mientras subía las maletas a la Nissan Pathfinder estacionada en la entrada.

—Te dije que podía venir solo —repuso Ernesto. Llevaba puestas unas gafas de mosquito negras y una gorra con la visera cubriéndole casi por completo el rostro.

Omar los observaba con aire burlón desde el asiento del piloto.

La discusión entre José y Ernesto luego de que este último dijera que regresaría sin importar qué fue menos agresiva. A José le tocó aceptar que su amigo ya no era el muchachito de veinte años y que estaba de más querer imponer su voluntad sobre la suya. Eso sí, no rechazó la invitación de acompañarlo.

Los dos se desparramaron en los asientos traseros. Tenían las extremidades entumecidas y los ojos les ardían. El viaje fue una locura debido a la urgencia de llegar a su destino. Se suponía que ahora solo les quedaban tres horas para llegar puntuales a la fiesta a la que Oca los invitó, era la celebración de la expansión de sus servicios a toda la república luego de concluir con éxito la gira del reconocido cantante Luis Miguel. Aunque a Ernesto le hacía ruido haber sido invitado, pues nunca nada lo vinculó con Oca.

Para él, Oca fue un sitio prohibido del que se mantuvo expectante hasta ahora. Cuando supo de su fundación y de la colaboración de un viejo amigo suyo, se emocionó, consideró la posibilidad de codearse con él y otros de ahí para ganar fama y abrirse camino en la industria del entretenimiento nacional. Las telenovelas hubieran sido una gran opción. Sin embargo, conocer la identidad de los fundadores aplastó la ilusión. ¿Acaso podría trabajar con el esposo de la mujer a la que amaba? No, definitivamente no. Una cosa fue aceptar que no podría igualar lo que ese hombre le ofrecía a Verónica, y otra distinta la fortaleza para presenciarlo de primera mano. Si se hubiera armado de valor o le hubiera dado igual poner en una situación incómoda a Verónica quizá, solo quizá, se habría quedado y conformado con mirarla.

Llegaron a la casa alquilada dentro del fraccionamiento San Fernando. En la entrada le pidieron la identificación a Omar y les hicieron saber que, por ser inquilinos momentáneos, cada que salieran se le solicitaría la credencial al conductor y al salir se la devolverían. Por motivos de seguridad.

Pese a ser un fraccionamiento, ya habían bastantes casas modificadas, algunas elegantes y otras demasiado esplendorosas; la que les tocó resultó hogareña, al puro estilo de las cabañas. La estructura inicial tenía forma de ele corta con patio delantero de aproximadamente cinco metros, en la de ellos habían sacado toda la fachada de la casa hasta cubrir esos cinco metros sin perder la forma de ele, dando un aire imponente. La terraza de la primera planta contaba con barandales de vidrio templado, a juego con el acabado de madera Aceite de cedro. El interior también era acogedor, además de que cada espacio se utilizó de forma estratégica. La sala se hallaba entrando, del lado derecho, frente a este un enorme ventanal polarizado, viéndose desde afuera como un simple cuadro negro, cubierto por enormes cortinas beige y a su costado, en un brazo móvil, estaba suspendido un Televisor Samsung de 65 pulgadas; al comedor se llegaba por el pasillo en donde, a la mitad, se encontraban las escaleras para la primera planta; la cocina y el comedor se dividían por una puerta corrediza blanca y del lado izquierdo había otro ventanal que contaba con una puerta para salir al minipatio. Tanto el juego de sillas como las puertas y los sillones eran de color blanco, contraste abrupto con el amaderado de las paredes. Y demasiado lúgubre para el gusto de Ernesto.

Omar se desplomó en el sofá más cercano y José, emocionado, comenzó a inspeccionar cada rincón de la casa.

El aura refinada del lugar le generaba malestar a Ernesto. Sentía la boca del estómago apretada y las pulsaciones de su corazón en cada palmo de su piel, igual que la primera vez que Verónica lo invitó a su casa para pasar el rato, sus padres habían salido de viaje, según recordaba. Ella tenía dieciséis años y Ernesto diecisiete.

Yo quisiera amarte (borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora