Capítulo dos

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Verónica

Fiarse de Amanda era igual a saltar a un río en invierno esperando que el agua estuviera caliente. Aunque en el fondo deseaba que sus palabras estuvieran en lo cierto.

Cambió el vestido primaveral por una bata de seda que se ceñía a su esbelta figura y que le llegaba unos centímetros bajo los muslos, exponiendo sus rodillas laceradas. Desde pequeña había cuidado sus piernas, pero las cicatrices de aquel día en que conoció a Ernesto prevalecieron aún con la infinidad de cremas que se obsesionó en comprar y usar sin falta todos los días durante años. Igual no importaba, sus piernas seguían resultando atractivas. Haberse dado un baño disminuyó el aturdimiento del alcohol en su cerebro y ahora limpiaba la cocina, escondía las botellas de vodka en el almacén y preparaba café. En la mañana había hecho aseo, así que sólo tendría que esperar el regreso de Octavio. Si lo que Amanda dijo era cierto, seguro esa misma noche Octavio se lo haría saber.

Esperó sentada en el taburete de la barra de la cocina. Amaba esa barra, la hacía sentir acogida. En casa de sus padres, su padre tenía una parecida donde compartía sus bebidas favoritas con amigos o socios importantes, pero que a ella nunca le dejó usar aún cuando ya había cumplido la mayoría de edad, por eso en cuanto se casó con Octavio le pidió construir una para cuando le tocara comer sola. Él accedió de inmediato. Creyó que se haría cargo exclusivamente de la barra cuando comenzaron las remodelaciones del apartamento de Octavio, pero al final quedó a cargo de todo.

Por eso y muchas cosas más, la noticia del divorcio le dejó un sabor agridulce. Una punzada de culpa ultrajaba su corazón, y a sus pensamientos acudían las veces que fue consolada por su distante esposo.

Desde su asiento se veía la fotografía del día de su boda exhibida en la pared del descansador de las escaleras, podía notar la tristeza de su mirada en contraste con la sonrisa espléndida y el brillo orgulloso en los ojos de Octavio. La fotografía la trasladó al día que conoció a su esposo, día en el que también se pactó su compromiso. Ella esperaba nerviosa en el sofá pequeño de la sala, portaba un vestido color albaricoque sin tirantes con un enorme lazo decorativo que se extendía desde el borde del escote hasta el dobladillo de la falda, demasiado voluptuoso para su gusto, pero «perfecto para la ocasión», como le había dicho su padre. El cabello se lo terminó recogiendo en un moño con un tocado de pedrería en forma de rosa color plateado y de su cuello descendían unas perlas recién enviadas de la joyería. La ostentosidad en su vestuario no disminuyó el temblor y sudor de las manos y los escalofríos que le recorrían la espina dorsal, su mamá trataba de darle palabras de aliento, pero su cabeza se mantenía ocupada imaginando al digno pretendiente, basado en las expectativas erradas de su padre. Temía que fuera igual a él. O incluso peor.

Sus conjeturas se vieron interrumpidas con la fila de personas que irrumpió en la sala, su padre la encabezaba, portando el esmoquin beige de siempre; detrás un hombre igual o un poco mayor que él, las canas en la melena negra y las patas de gallo en los ojos, así como las minúsculas arrugas alrededor de la boca, acentuaban la dureza de su mirar y ni se diga del pulcro esmoquin azul. El nudo en la garganta de Verónica creció. No había manera de que su prometido fuera diferente a los patriarcas de ambas familias. Con temor, miró al joven. La espalda recta y los hombros erguidos, su mirada era menos aprensiva y muy tranquila, igual a un manantial entre la espesura de la vegetación, su mandíbula angulosa cubierta por una barba de tres días perfectamente cuidada le daba un aire despreocupado, a diferencia de su padre, llevaba puesto una polo azul, pantalones de vestir beige y mocasines azules. Los latidos apresurados de Verónica no disminuyeron, pero la sensación sofocante, sí. Y por último una mujer de ojos saltones y sonrisa condescendiente, llevaba un bonito traje sastre azul con botones dorados y tacones blancos, el cabello se lo dejó suelto, dándole protagonismo al tinte rojizo recién aplicado. Los tres eran la definición de poder, poder que ansiaba su padre para posicionarse fácil en el mundo de la policía.

Yo quisiera amarte (borrador)Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu