CAPÍTULO 5

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El rey Eliott lanza la copa de vino contra la pared rocosa.

El odio empieza a hacer estrago en su cuerpo al darse cuenta de la magnitud del asunto. Está perdiendo soldados regresan mal heridos y otros ya muertos por culpa de esa mujer.

Un odio espantoso se siembra en su pecho mientras fantasea con tenerla de arrodillada frente a él. Quiere cortarle el cuello por ser una traidora, por romper las alianzas con otros reinos al darle protección al demonio en sus tierras.

La frustración se vuelve apoderar de él y lanza contra la pared una bandeja que contiene algunas uvas y carne.

Está perdiendo y no le queda más remedio que retirarse. Ha considerando a su más débil oponente ahora el más poderoso.

—¿Cómo se atreve amenazarme? —gruñe —¿Qué no sabe quién soy?

—Mi señor...

El nuevo general mira con ojos de terror el rostro de su rey arrugado por la rabia y la ira que no lo deja tranquilo.

—Envía tropas a su reino, así tenga que invadir sus tierras quiero ver con mis propios ojos la causa de esta desgracia.

El general asiente con la mirada en el suelo ya no esta soportando observar esos ojos aterradores no le queda más remedio que obedecer, es joven, demasiado joven para un cargo tan grande.

—Señor...

—¿Que quieres?

Las puertas se abren con violencia. El soldado ahí parado trae malas noticias. Esta pálido, y aterrado.

—Tenemos un problema —jadea —Hay una visita en la puerta principal.

—¿De que hablas?

—Una mujer.

El hombre que se detuvo frente a su rey le explica que en la puerta una mujer extraña apreció y nadie la detectó llegar.

—Está pidiendo audiencia con el rey.

Eliott mira los ojos de aquella persona que trae el mensaje.

No hizo falta hacer algún movimiento porque desde la puerta una mujer completamente desnuda se hizo presente. Su cabello rojo intenso como el vino descansa sobre sus hombros pálidos. Unos ojos tan oscuros como la noche lo miran con intensidad muy fijamente.

—¿Quién eres tú? ¿Quién te dejó entrar?

Los ojos del rey bajan a las manos de la mujer. Sus uñas negras, puntiagudas como garras aprietan el cuello enterrándose en la carne de uno de sus soldados, que suelta un grito de agonía al caer al suelo.

Eliott no pudo moverse, sintió sus pies pegados al suelo igual que los dos soldados allí presentes.

Un profundo escalofrío recorrió sus cuerpos.

Eso no era nada bueno.

—Quisiera una audiencia con el rey —su profunda voz llena cada espacio del lugar —A solas...

Luego sonríe con malicia. Y mientras camina hacia el rey  las puertas se cierran muy lentamente detrás de ella.

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En los huesos Where stories live. Discover now