un vuelco al corazón segunda parte

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Procuré no fijarme mucho en él durante la reunión, la cual no duró tanto. Al final intercambiamos unas cuantas palabras, eso sí, sobre lo estrictamente laboral, pero temí haber cometido una indiscreción porque fue un intento fallido el no mirarlo insistentemente.

Para cuando el jefe de departamento terminó su intervención, yo ya había preparado mi rápida salida de la oficina entendiendo que mi cuerpo necesitaba descansar. Posterior a ello, me despedí de toda la junta y de mi nuevo compañero, al cual vería al día siguiente para entregarle su nuevo puesto. 

—¿Existe una carrera para la fotografía? —preguntó.

—Hablas de la licenciatura en artes visuales —contesté.

Carlos y yo habíamos llegado a las 8 a.m. para iniciar nuestro turno. Llevábamos alrededor de una hora hablando de cualquier tipo de tema, incluyendo los proyectos en los que la compañía estaba invirtiendo.

—No lo sé, por eso pregunto. —Torció un poco sus ojos.

A pesar de que me hubiese encantado estudiar esa carrera, nunca lo decidí, dado que enseñar no es mi talento.
Fuera de eso mi madre me dejó claro que si no escogía Medicina ella no aportaría a mis estudios; ante ese caso hice cursos relacionados e intensivos. Diría que encontrar la agencia de publicidad fue un golpe de suerte. 

—Aquí donde me ves, tengo un talento innato y mis conocimientos han sido adquiridos empíricamente. —Tomé sigilosamente mi cámara, posé mis dedos por su superficie y detallé a Carlos a través del lente: sus pobladas cejas adornaban su rostro. Él mojó sus labios mientras se le dibujaba una sonrisa. Enfoqué para dar precisión a la toma y justo cuando pulsé el botón de disparo, su mano arrebató la cámara de las mías.

—Chica lista, lástima que sea más veloz que tú —dijo riendo.

«¿Tendrá novia?», fue lo que pensé en aquel instante. Ya saben: un hombre apuesto, interesante y al parecer inteligente.

—Bueno… Y tú… ¿Cómo has llegado aquí? —Interrumpí mis pensamientos—. Ser un recomendado ha de ser bueno
—concluí. Buscaba irritarlo. Me era divertido. Tal vez por su cara de niño caprichoso. No conocía mucho de él, solo que era amigo de uno de los ejecutivos; de ahí venia mi comentario. Eran sus ojos los que me incitaban a portarme mal de distintas formas, su mirada me gritaba «jódeme».

—No te lo imaginas —afirmó dando vueltas por la oficina mientras se acomodaba la corbata para que le quedara lo más ajustada posible. 

—«Mucho más apuesto» —pensé. 

—La verdad es que si no estuviera en la «rosca», como dicen en mi pueblo, no sería nadie —concluyó.

En definitiva, era de los míos, excepto por lo petulante que me sonaba a veces. Caminó hacia la puerta y antes de salir giró su cuerpo.
—Por cierto, me gustan tus fotografías. Espero que no se te suba el ego por decírtelo. —Cruzó el umbral con determinación para no escuchar mi respuesta.

—¿A que esta guapísimo el nuevo diseñador? —Me sorprendió Raúl, el encargado de la papelería, quien iba entrando en ese momento—. De el siempre supe poco, lo único es que tenemos las mismas preferencias sexuales y respecto a su puesto de trabajo el setenta por ciento de su labor era mantener informado al jefe operativo de cómo ejecutábamos nuestras tareas. Por esa razón, los compañeros lo evadían.

—Es normal, como lo podemos ser tú y yo.

—Disculpa, querida. No sé tú, pero lo que soy yo, me siento espléndida. —Abrió sus manos como un pavo real alza sus plumas para aparentar su belleza. 

Raúl no era el típico gay alto, masculino y guapo, ya saben, esos hombres hermosos que toda mujer quisiera tener y que al final se van con una polla, dejándolas decepcionadas. Él, por el contrario, nos hacía un favor al inclinarse por ese lado.

—¿Cuál es tu mensaje? —Solté antes de que algún comentario sarcástico saliera por mi boca—. Venías a decirme algo, ¿no?

Volvió a su postura normal y me entregó los documentos que traía en la mano, que casi termina olvidando pasarme por estar fantaseando con sus coloridas plumas.

—Este es el informe detallado que hizo Francisco al dejar su puesto, con los últimos diseños y contratos que elaboró.

—¿Has hablado con él?

—Llegó por correo. Decidí dártelo a ti porque fuiste la encargada en la última semana.

—No veo el porqué. Yo solo tomo las fotografías y ayudo en la parte de edición. En cambio, esto es trabajo del nuevo.

—Sí, pero tú serás su guía.

—¿Quién lo dice?

—Yo —expresó el administrador del otro lado de la puerta.

Giré la cabeza impresionada, para encontrar su mirada de jefe allí, imponiendo su mando.

—Don Guillermo, ¿cómo está? —le saludé, apenada.

—Bien, señorita Santamaría, y espero que usted no le vea problema a instruir a Carlos —dijo secamente.

—No es así, solo que me sorprendí. Creí que Carlos ya había tenido inducción. —Traté de excusarme lo mejor que pude—. De mi parte le enseñaré todo a detalle.

—Eso espero. No siendo más, me retiro porque tengo una junta. En una semana usted me dirá cómo le va con Carlos. 

—Claro que sí, feliz día. —Asentí con la cabeza. Él salió de la oficina y tras él iba Raúl huyendo.

–¡Te encontraré! —le grité cuando ya no estaba en mi campo visual. Era evidente que sabía de antemano que vendría don Guillermo y, como siempre, no dijo nada para quedar bien él y causar intrigas. 

Esa tarde, al salir de la oficina, el diseñador quiso invitarme a una cerveza. Me dijo que no me conocía lo suficiente, pero que suponía que una cerveza estaría bien; me invitó a Del Piero, el cual siempre me ha parecido el típico sitio donde van los despechados a ligar con otros para superar a sus ex; en últimas nada de mi estilo.

—Prefiero una copa de vino en la comodidad de mi apartamento —le dije dándole una palmadita en el brazo, giré para irme y le guiñé el ojo.

Me dirigí hacia el parqueadero para ir por mi automóvil. Imaginé que se había quedado de pie observándome mientras me alejaba, mas cuando miré desde la esquina, su figura ya había desaparecido.

Los siguientes días Carlos y yo solo cruzamos palabra cuando el trabajo lo ameritó. «Se toma bastante mal el rechazo», me dije en varias de esas ocasiones. Ya era sábado y el turno terminaba en poco menos de una hora cuando lo atajé en el pasillo que daba con los baños.

—La cerveza no es mi bebida preferida y en casa tengo una colección de vinos que podríamos degustar —le dije mirándolo a los ojos.

—Señorita Santamaría…

—Gabriela —interrumpí.

—¿Me estás invitando a tu casa? —dudó—. Porque si es así…

—No… Bueno, sí… Digo, no… Bueno… —balbuceé—. Es una aclaración a lo sucedido. No quiero que pienses que soy presuntuosa o aburrida.

—Aburrida no lo creo, pero presuntuosa debería ser su apellido. —Sonrió. Pero esta vez sus ojos se veían apagados—. El vino no es de mi preferencia, prefiero unas cervezas en un bar. —Me dio una palmada en el brazo, mientras guiñaba el ojo y se alejaba tal como lo hice yo la vez anterior.

«¿Qué le pasa?», fue lo que me pregunté. Es notorio cuando alguien no se encuentra bien. Me hizo gracia que me imitase. Sin embargo, sentía que algo andaba mal.

Luego de ese encuentro, intenté bromear en un par de oportunidades y no conseguí lo que quería; cuando mucho lograba sacarle una sonrisa.

Algo ocurría, estaba claro. Tal vez solo le apetecía ir a ese bar y platicar con alguien, en ese caso conmigo. Simplemente que, aunque me negaba admitirlo, me sentía intimidada ante su presencia.

Si has llegado hasta aquí, muchas gracias por seguir leyendo. Espera el siguiente avance de esta historia para ir descubriendo cada personaje

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