Arriésgate primera parte

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Arriésgate

Chadwick cabernet sauvignon Chile Reserva 2014

Suave y delicado riesgo

Mientras Mario y Roberta jugaron a no quererse, Carlos y yo ignoramos el encuentro de aquella tarde en casa de Roberta. Pasaron casi dos semanas y en vista del trabajo, las ocupaciones de cada uno, mis noches de vino y el romance de mis amigos, no se tocó más el tema de la huida. Yo no dejé de pensar en el diseñador, ni un beso y no me lo podía sacar de la cabeza, pero lo que vino después de la jornada laboral me dejó sin palabras. Otro día en el edificio con las ganas de escapar, llegué a un punto en el que por más que amara mi trabajo, me aburría estar allí. Eran las tres menos cuarto y el sol se asomó por la ventana. Dejé lo que estaba haciendo y me levanté de inmediato para ver la tarde a través del vidrio. El cielo estaba azul y no había ni una sola nube; el sol en lo alto iluminaba el parque; las palomas se paseaban por la plaza y la gente en su gloriosa tranquilidad caminaba por las calles. A diferencia de otros fotógrafos, yo prefería fotografiar gente y no modelos. Nada como la gente del común: las chicas despelucadas, las señoras con kilos de más, los viejos con bolsas en sus ojos por los años, los chicos que para el resto de la gente no tienen ningún encanto, pero en los que en cambio yo veo magia. 

Antes de que dieran las tres cogí mi cámara y bajé al parque. En el ascensor iban dos señoras que superaban los cincuenta años, seguro visitantes. Al llegar al primer piso, el vigilante revisó mi bolso de acuerdo con el protocolo. Crucé la puerta, luego una calle para llegar al frente del edificio. Caminé por la calle 19 y cuando no venían carros, crucé hacia la plaza. Llegué a la estatua de Bolívar para fotografiar una pareja que estaba de pie en una de las esquinas de la base que sostenía el monumento —la vi desde lejos y llamaron mi atención—. Llevaba mi cámara colgada en el cuello. La tomé, el aire y mi pulso fueron el soporte. Eran dos chicas, tenían entre 25 y 30 años. Estaban cogidas de la mano…Fijé el visor en un ángulo que captó cuando se miraron mutuamente. Luego la más alta de ellas pasó su mano derecha por la mejilla de la otra. Ahí conseguí presionar el disparador varias veces formando una escena íntegra. Sobre la misma base había una chica de unos treinta años y un hombre que casi llegaba a los cuarenta, el cual tenía barba y era un poco panzón; él abrazó a la mujer cuyo cabello llevaba recogido con una coleta. Me alejé un poco de ellos. Esta vez quería que el primer plano fuese de aquellos que observaban a las parejas: unos con sorpresa, otros con recelo y unos cuantos con cariño. Nuevamente le di firmeza a mi pequeña, fui lo más reticente posible. Me puse en cuclillas, direccioné hacia arriba y, sorprendida de la vista frente a mí, empecé a disparar. El sol hizo de reflector y me dio lo necesario para dar un efecto sombrío; historias finitas registradas en un lente. Sin siquiera pensarlo se convertirían en uno de mis recuerdos favoritos —casi como el olor del vino recién fermentado— porque no creo que hayan pensado que eran mis protagonistas. Preciso estaban de pie en la figura más representativa de la ciudad, el Bolívar desnudo, la cual era fotografiada a cada día por turistas, reporteros y los mismos citadinos. A pesar de que los pereiranos suelen ser espontáneos a la hora de entrometerse en una situación como puede ser una sesión de fotos, ese día solo disfrutaban del sol y la compañía. Saqué un aproximado de veinte capturas de los enamorados… Después volví con una sonrisa radiante a la oficina.

Tardé media hora. El único que notó mi ausencia fue Mario, quien me necesitaba para una edición.

—¿Dónde andabas? 

—Relajándome —respondí—. La edición nos tomará media hora y tendrás una hora antes de terminar el turno para relajarte también.

—Espero que sea así, que no se nos presente ningún inconveniente. Imagino que invadías la privacidad de la gente de esta ciudad —bromeó.

Aquí huele a vinoWo Geschichten leben. Entdecke jetzt