Arriésgate segunda parte

3 3 16
                                    

En los eventos de la oficina éramos discretos; nada más pasar por el frente el uno del otro para encubrir con un saludo el coqueteo. En la agencia no molestaban por las relaciones de pareja, es solo que la discreción resulta ser un buen aliado para preservar romances sin la intrusión de terceros. Roberta y Mario de mi parte iban a ser los únicos involucrados y es que por más que las sombras busquen ocultarse, con un minúsculo destello de luz quedan descubiertas. Me di a la tarea más adelante de esclarecer quién había sido el bocazas que mencionó Carlos en la nota y me quedó claro que la hippie fue la culpable de aquel encuentro. «Ya sé quién ha sido tu cómplice», le dije en una de sus invitaciones a almorzar y con jocosa naturalidad él admitió y reveló el nombre de nuestra amiga.

—Roberta no podría ocultarme nada por mucho tiempo. «Lo que sospechaba, tenían una amistad sólida», pensé. Y espero que tú no vayas a reclamarle.

—Por supuesto que sí lo haré. Me ha mandado a los brazos del chico más engreído que pude haber conocido. —En el interior lo agradecía—. Alguien tendrá que hacerse responsable por si algo malo ocurre.

Me puse en contacto con Roberta. Ya iban varias semanas que no nos veíamos. Yo le tenía buenas nuevas y era obvio que no haría caso a Carlos de mantener en secreto lo evidente. La probabilidad de que ya lo supiera era igual que sus incidentes diarios «me varé», «llegué tarde a…», «no podré ir porque…», «se me presentó un inconveniente…». Esos y muchos otros acontecimientos hacían parte de su día a día. Puesto que vivía retirada del museo donde hacía sus exposiciones y colaboraba con otras actividades sin ánimo de lucro, compró una motocicleta que, como ella, parecía sacada de una telenovela de los años 80. Para ser exacta tenía una vespa automática; el asiento, que era para dos, terminaba sirviendo para uno, con un baúl grande y ancho que ponía en el segundo. Aunque había modelos modernos, ella no quería lucir o adoptar estilos de personas ya conocidas.

Por sus mismos gustos solía quedarse varada. La salvé en más de una ocasión de llegar tarde a ciertos compromisos y de terminar en algún disturbio con la policía porque, así como era tranquila, también se volvía revolucionaria si pescaba alguna injusticia. En otras ocasiones, Mario se convertía en su héroe: él sabía contrarrestar toda esa extravagancia e intentaba neutralizar esa crueldad con la que se refería a ciertas situaciones y ante la que yo me había descubierto incapaz de hacerla razonar.

—Me veré con Natalie en el ONCA —escribió a través de nuestro chat de WhatsApp—. ¿Vienes? La pasaremos muy bien, no te lo pienses mucho.

—Salgo a las 6 p.m. Lo que tarde en llegar —texteé. 

Con Natalie, en definitiva, lo sabía; llegué a la conclusión un día. Las mujeres, a diferencia de los hombres, no subsisten en la tierra escondiendo verdades; arriesgamos a contar todo lo que sea posible, a nuestros amigos cercanos, a nuestros familiares e incluso a nuestros padres, todo con el fin de sentir esa liberadora frescura como cuando nos confesamos por primera vez ante el párroco de la iglesia. Es la naturaleza de las mujeres: contarlo todo para no explotar.

El ONCA, un café bar con una exquisita colección de vinos importados, un estilo clásico combinado con una tendencia rock y un toque salvaje. Preciso su nombre hace alusión al jaguar: en una de sus paredes justo al subir las escaleras está un mural con una intrépida pintura que da la bienvenida a sus clientes y los invita para que al menos por un rato dejen atrás la cotidianidad. 

«Si tienes una ocasión especial o deseas sorprender a un ser querido, te recordamos que puedes reservar con anticipación para que esa fecha tan importante sea un momento inolvidable», decía uno de los carteles puestos para el público, motivando las celebraciones en familia en el lujoso sitio. Lo único que me disgustaba de este y la razón por la que dejamos de frecuentarlo era lo mucho que demoraban en atender, y aun después de ser atendidos, tardaban horas en traer el pedido. Al venir a Europa creía que no me encontraría bajo circunstancias similares, pero fue una de tantas sorpresas. Ese día, cuando llegué al bar, vi que en una de las mesas del centro estaban Natalie y Roberta hablando. Cuando me aproximé a ellas, alcancé a escuchar lo que estaban diciendo:

Aquí huele a vinoWhere stories live. Discover now