Capítulo 4

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Nadie lo creería, pero había sido fácil ser el pecador de Alastor.

Además, dadas las circunstancias, era mil veces mejor lidiar con el Demonio de la Radio que con Valentino. Ser arte había sido sencillo; el Ángel de la Radio, siendo la orquesta de la matanza que constantemente se desataba, había sido una transformación aterradora y visceral pero gratificante al final. Ser voz y arte para el caos y la frecuencia. Fácil. Alastor había sido franco y directo en cuanto a qué esperaba de Angel, y eso había ayudado mucho. Por supuesto, en el fondo le dolía ser un medio para un fin, un camino hacia otro destino, pero la barra estaba jodidamente baja y eso era mejor que nada.

Valentino, en cambio, siempre había sido una sorpresa. Aquello que este encontraba divertido un día podía ser el motivo de encerrar a Angel al otro. Un día lo llenaba de afecto y atenciones, y al día siguiente lo abandonaba por un nuevo juguete. Siempre era una competencia por su atención y un profundo medio de estar bajo esa mirada. Angel se consumía al ser el foco de ese intenso interés y recibir tanto afecto, que era fácil olvidar que no siempre las cosas serían así. Y aún cuando se preparaba para el cambio de actitud, nunca pudo parar buscando más. Era adrenalina pura.

Lo que pocos querían entender era que no siempre había sido malo estar con Valentino, y no solo las drogas habían sido aquello a lo que Angel había buscado desesperadamente obtener. Por supuesto, era lo otro, la forma en que al final del día Angel era solo un objeto, una prioridad y una novedad que debía arrastrarse y aceptar todo porque no tenía una opción, lo que había vuelto toda una tortura. Aún lo bueno.

Así que prefería ser arte, una pieza de colección intercambiable en manos del Demonio de la Radio, entrenando entre sus voraces garras para un objetivo superior.

―Si deseas, puedes esperar afuera, ―dijo el demonio de limpieza.

Angel parpadeó un par de veces y salió de su cabeza para mirar al demonio que una vez más debía deshacerse del cuerpo, o lo que quedaba de él, y limpiar toda su habitación hasta dejarla habitable una vez más.

―No, estoy bien... ―Él se cruzó de brazos y desvió la mirada―. No tengo a donde más ir...

Usualmente, después de asesinar al imbécil de turno que llevaba a su habitación, Angel iba directo a la oficina de Husk y lo fastidiaba un poco. Pero ese día su Overlord le había dejado en claro que tenía una reunión privada, y Angel había merodeado lo suficiente para ver que se trataba de una hiena en rosa punk a la que todo el personal trataba como si fuera dueña del lugar.

Resultaba que técnicamente así era.

La chica de risa estrambótica resultó ser la famosa Crymini, la pecadora que técnicamente era la hija de Husk, pero tanto Rosie como Alastor tenían algún tipo de afecto/protección por ella. Después de mirarla, con sus botines de cordones, sus shorts de cuerina, su camisa rosa desteñida, su perfecto corbatín negro y tanto metal en esas pulseras... no veía cómo dos Overlords tan anticuados como Rosie y Alastor podían encontrarla entretenida.

A Husk no lo conocía, pero por lo que el personal había confesado, era un secreto a voces que Husk había ayudado a criar a Crymini cuando ellos estuvieron vivos. Nadie sospecharía que no eran familia de sangre; incluso sus apariencias demoníacas se parecían. Pero la verdad había sido más complicada ¿Conocerse en vida y reencontrarse en el Infierno? Algo casi imposible.

Lo más sorprendente fue descubrir que el Overlord de las Apuestas era un papá decente, con su gran escritorio de mafioso, sus negocios lucrativos, estafas, engaños, deliciosa risa y ojos color ámbar.

Así que, sin tener a su Overlord para distraerse, Angel hizo lo mejor que podía hacer: encontrar compañía. Después de todo, a Husk no le molestaba que se hiciera de amantes en sus horas libres o que los llevara a su habitación para un poco de diversión. Lo cual era bueno, porque una de sus quejas más grandes con Alastor fue el tiempo de celibato que tuvo que tomar debido al secretismo y aislamiento. ¿Qué tipo de amantes iba a encontrar si técnicamente la única cara que podía ver era la de Alastor? Adoraba a ese ciervo caníbal, pero... maldita sea, había sido tiempos difíciles para su lívido. Así que el cambio era bueno.

Suerte y SusurrosWhere stories live. Discover now