Capítulo cincuenta y nueve

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—Ahora con esto, debemos decidir a dónde irnos.

—¿Cómo que a dónde irnos?

—Sí, tenemos que salir de este estado, recuerda que Kwan sabe donde vivimos y puede cambiar de opinión en cualquier momento y romper la tregua. Ya viste cómo vino a buscarme aquel día. La mejor opción será irnos del país. A un lugar donde nadie nos conozca y empecemos de cero los tres. Lejos de toda esta basura.

—¿Del país?

—Sí, será lo mejor. Quiero que estén seguros y lejos de todo. No quiero arriesgarlos, y quedarnos aquí es muy peligroso.

—¿Tú vas a volver a ese lugar primero?

—No, no tengo que hacerlo. Daré órdenes desde acá. A ninguno de ustedes les faltará nada. He trabajado por muchísimos años, y tengo dinero ahorrado para darnos la mejor vida de todas; la vida que los tres nos merecemos, pero para eso hay que hacer el sacrificio de irnos del país y olvidarnos de todo lo demás. Comienza por quitarte esos tacones y dejar de usarlos. Eres torpe y puedes caerte con ellos. Deja de querer alcanzarme, que no vas a poder, topito— la despeiné, y reí.

—Creí que te gustaban.

—No, me gusta más lo pequeña que eres, y en la cama tu estatura es perfecta. Es raro que no me hayan confundido con tu padre.

—No seas tonto.

—Te llevo varios años, mocosa.

—Gran cosa. Te conservas joven físicamente y por dentro eres como un niño. Deberé llamarte mocoso de ahora en adelante.

—Ahórrate eso.

—¿Al mocoso no le gusta que le digan que lo es? — sonrió.

—No me estés provocando con esa sonrisa, o te lo haré aquí mismo.

—¿Ahora incluso mi sonrisa altera tus hormonas?

—Todo de ti lo hace. ¿Es cierto eso que dicen?

—¿Sobre qué?

—¿Cuándo una mujer está embarazada incrementa el deseo sexual?

—Yo me he sentido con muchas ganas.

—Vamos a la mesa, o se me olvidará donde estamos. No debí preguntar eso en este momento. Soy muy terco por lo que veo.

—Un besito al menos.

—¿Uno solo?

Asintió con la cabeza y le agarré la mano para apartarla a una esquina.

—¿Quieres que no nos vean besándonos? ¿Tienes vergüenza, John?

—No, solo me quiero aprovechar de mi mujer un poquito.

Bajé las manos un poco más abajo de su trasero y la levanté, para acribillarla contra la pared.

—John— aferró sus piernas a mi cuerpo y llevó ambos brazos a mis hombros.

—Sigues igual de liviana. Cualquiera diría que no te alimento bien. En unos meses no sé si pueda hacerlo, pero volveré a tratarlo— dejé una mano en su trasero y con la otra acaricié su muslo.

Besé su cuello lentamente y daba suaves mordidas.

—Eso da cosquillas— rio.

—¿En dónde?

—Entre mis piernas.

—Tengo la solución, pero tendrías que esperar para ella. Ni te cuento hasta dónde provocas palpitaciones en mi cuerpo.

Alma Negra (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora