Capítulo noventa y uno

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Han pasado tres días en los que he estado a la espera de que mi compañera se comunique conmigo para brindarme la información que le pedí, pero esta ha estado ignorando mis llamadas, por lo que decidí venir a buscarla personalmente.

—¿Qué haces aquí?

—Me has obligado a venir por mi cuenta, Clarisa. ¿Qué te ha tomado tanto tiempo en encontrar una simple dirección? ¿Ya tienes lo que te pedí?

—Sí, pero es lo último que haré. No pienso inmescuirme en esto más. Ese hombre es la mano derecha de Kleaven Roberts, por eso te lo encontraste en medio de ese contrato que aceptaste. 

Ya veo… ¿Habrá sido un eslabón para colarse en la organización? Tiene sentido. 

—Dame la dirección. 

Se dio la vuelta, permitiendo que entrara a su casa y cerrara la puerta detrás de mí. Caminó hacia su recámara y regresó con una memoria USB en las manos. 

—Quémala cuando termines.  

—Cuenta con eso—di media vuelta, cuando le oí agregar algo más. 

—Aún estás a tiempo de dejar las cosas como están. 

—Entre el resto de nuestras compañeras, tú fuiste la única con quién conecté a un nivel más íntimo y emocional, por así llamarlo. Me sentí tan identificada contigo, pensaba que eras la única que me entendía y que el respeto y el aprecio era mutuo. Pero ¿por qué tengo el leve presentimiento de que esta distancia que has interpuesto entre las dos, tiene que ver con un reflejo de supervivencia? —la miré por arriba del hombro—. ¿Serías capaz de poner mi cabeza en un picador para salvar tu pellejo? 

—No sé de qué estás hablando. 

—Sí que sabes. Conozco a las personas débiles como tú. Estás actuando como una traidora haría. 

—Yo jamás te traicionaría. 

—A veces creemos que hacemos lo correcto, pero no es así. Dime, ¿qué pretendes que haga? ¿Cuál es tu sabio consejo? 

—Las dos sabemos que esto no terminará bien. El mejor sacrificio que puedes hacer, si realmente quieres lo mejor para ambas partes, es dejar las cosas como están y no revolver el avispero. Yo tuve que sacrificar lo más valioso que tenía, porque mi intención siempre fue protegerla. Más que nadie entiendo tu posición. 

—No, no me entiendes. Tú renunciaste porque tuviste miedo, porque no te crees lo suficientemente capaz de defender a tu propia hija. Yo no soy como tú. ¿Crees que renunciaré a esta oportunidad que me está dando la vida?  

—¿Te estás siquiera escuchando? ¿Qué te ha hecho cambiar tan radicalmente? Todavía no hay nada seguro y tú estás dando por hecho toda esta historia que te has creado en la cabeza. 

—Me arrebataron a un pequeño angelito que crecía dentro de mí de la manera más espantosa que pudieras imaginarte. Ahora mismo soy un saco vacío. Perdí el don de convertirme algún día en madre, y todavía ahora no estoy segura del porqué se ensañaron conmigo de esa manera. En aquel entonces sí fui débil, le rogué una y mil veces a una figura vacía, deposité mi confianza en algo inexistente, creyendo que solo un milagro podría salvarme de ese infierno. ¿Aún piensas que debería simplemente renunciar? Si ese hombre es mi marido, y tengo una hija con él, sangre de mi sangre, haré lo que esté a mi alcance para protegerla, porque abandonarla no es una solución que esté dispuesta a aceptar, porque yo sí me creo capaz de defenderla con uñas y dientes de quien intente lastimarla. Así que, ahora vuelvo y te hago la misma pregunta: ¿Serías capaz de poner mi cabeza en un picador para salvar tu pellejo? 

—No. 

—¿Lo ves? No somos iguales. Porque yo sí pondría la cabeza en un picador de quien fuera para salvar, no solo mi pellejo, sino también el de los míos. Y ese precisamente es un riesgo que no pienso tomar. 

Desenfundé mi arma, tirando del gatillo justo cuando la tuve en la mira, acertando el tiro cercano a la yugular. Su cuerpo cayó, sufriendo fuertes convulsiones, una detrás de la otra, mientras el suelo se teñía de sangre con rapidez. Mis pasos fueron calculados, evitando manchar mis botas con el charco de sangre que se había creado en las losas. 

—Por el cariño y el aprecio que te guardo, voy a liberarte del sufrimiento—levanté la boca del cañón, asegurando el tiro perfecto en la cabeza, poniendo fin a sus últimos momentos de agonía. 

No sé quiénes eran esos hombres que me tuvieron retenida por tanto tiempo. Cuáles fueron sus razones para torturarme como lo hicieron. Pero siento que las respuestas las obtendré por medio de ese hombre. Él debe saber algo más de lo que busca aparentar y lo averiguaré. 

Alma Negra (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora