Capítulo V

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Mi cuerpo duele, he dormido atada a una silla y no se ha sentido precisamente como la gloria. El sol está entrando por la ventana, me molesta pero es la única señal que tengo para saber que es de día. Siento la hinchazón de mis ojos por tanto llorar y mi cabeza duele un poco, traigo calambres en los pies y un nudo en la garganta difícil de tragar. Estoy muy preocupada por mis amigas, la culpa casi no me dejó dormir hasta que no sé en qué momento caí en un profundo sueño.
Escucho la puerta abrirse y me pongo en alerta, alguien se acerca y lo puedo ver claramente, es ese chico, el mismo que me arrastró aquí y que está haciéndome pasar por las peores horas de mi vida. No dice nada, solo camina en silencio a mi alrededor sin apartar sus ojos de mi. Me mira tanto que me siento expuesta, sus ojos van a los míos, luego a mis labios, mi torso, mis piernas, mis manos atadas y luego vuelven a subir a mi rostro. Carraspea con la garganta y cambia la vista antes de tomar la palabra.

— ¿Has dormido bien? — es irónico.

— Que te follen hijo de puta. — digo con enojo. Se ríe tan alto que su risa retumba en mi cuerpo, se siente como si estuviera pegado a mi.

— Tienes carácter. — busca algo en su bolsillo, una cajetilla de cigarros. Lleva uno a sus labios y lo enciende.

— ¿Dónde están mis amigas?

— Chica, eres muy pesada. ¿Otra vez con lo mismo? — expulsa el aire y sonríe.

— Hasta que no me lleves con ellas no dejaré de preguntar.

— ¿Y qué te hace pensar que tus amigas están vivas?

Ahogo un grito y rápidamente un sollozo hace su aparición. Mis ojos van al suelo porque por alguna razón me molesta que él me vea llorar. Comienzo a hacerlo y mi cuerpo se sacude violentamente, noto como voy perdiendo el control tanto que me muevo con fuerza y grito, caigo al suelo haciéndome daño pero no me interesa, el dolor físico no se compara con lo que estoy sintiendo ahora.

— ¡Ya basta! — demanda llegando a mi lado e intentando detenerme. Sigo llorando y pataleando en el suelo. — ¡Ya! — el grito me estremece y me detengo involuntariamente.

Lanza su cigarrillo lejos y luego con sus manos comienza a deshacer el amarre de mis muñecas. Lloro en silencio, él levanta la silla del suelo conmigo sobre ella. Cuando mis manos están libres las acaricio porque duelen y arden muchísimo, están enrojecidas y las fuertes marcas de la soga hizo estragos en mi frágil piel. El chico está quitando los nudos del amarre de los pies, cuando lo hace intento golpearlo con una patada, pero es veloz y esquiva el golpe. Me pongo de pie y él me agarra con fuerza, me quejo.

— ¿Puedes estar tranquila? — su profunda voz es amenazante. — Camina.

— ¿A dónde me llevas? — estoy presa del pánico ahora.

— Cállate y camina.

Intento resistirme pero evidentemente no hay nada que yo pueda hacer contra su fuerza. Mientras caminamos por un pasillo voy viendo a mi alrededor, estamos en una zona baja, como saliendo de un sótano, no lo había notado hasta ahora. Él va caminano delante de mí, a veces voltea a verme cuando me da alguna instrucción de hacia donde debo ir. Me siento como en la escena de la bella y la bestia mientras era llevada hacia su nueva habitación en un hogar en el cual se tuvo que quedar aún sin quererlo realmente, solo por su padre. Parecidas circunstancias pero diferente historia. Subimos unas escaleras y no me pasa desapercibido toda la vigilancia que hay en este lugar, mi piel se pone de gallinas al ver las armas en sus manos y la seriedad escalofriante de sus rostros. El chico abre una puerta y al ver que me detuve voltea a verme directamente a los ojos. Nos vemos en silencio por unos segundos, el miedo como protagonista en mi rostro, todo lo contrario al de él.

Las dos caras de la seducción Where stories live. Discover now