Capítulo VII

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Hace unas horas que estoy aquí sola, en esta fría habitación, con los pies pegados a mi pecho mientras lloro en silencio y suplico a quien quiera oirme para que me ayude a salir de aquí. Estoy asustada, no puedo engañar a mi mente y la reacción de mi cuerpo confirma todos y cada uno de mis miedos.
Ese chico es un monstruo, sus ojos eran rojos, como si estuvieran inyectados en sangre, mientras su amigo intentaba hacerlo entrar en razón él solo podía verme como un demonio a su nueva presa, listo para domar, quemar y matar.
Me arrastro lentamente hasta llegar a la enorme cama, las sábanas color vino que la cubren están perfectamente tendidas. A duras penas me pongo de pie y me acuesto arrugandolas, pero la sensación de suavidad y confort que recibe mi cuerpo me hace soltar un exagerado suspiro y cerrar mis ojos con calma. Las lágrimas han cesado, cosa que agradezco. Esta pesadilla llamada vida parece no querer terminar nunca, la paz ha pasado a ser un espectro de lo que hubiera sido algún momento de mi vida, ahora, parece un imposible, algo que nunca volveré a experimentar.
Me duermo, no sé cuando ni como, pero lo consigo, aún cuando mi estómago vacío se empeña en no darme la tranquilidad que necesito. Siento una calma exagerada a mi alrededor y eso me desconcierta, si hay algo que en estos días he aprendido en este lugar, es que la calma es un privilegio del cual no volveré a gozar. Abro los ojos de golpe porque la presión de una mirada sobre mi es demasiado patente. Me incorporo y observo de inmediato quien es el dueño de la silueta que se aprecia a duras penas en la oscuridad de este sitio. No fue difícil reconocer su físico, la iluminación está apenas presente pero la claridad de sus ojos habla por si sola.

— ¿Cómo estás? — pregunta como es él, tranquilo y sin prisas.

— Muerta en vida, gracias a ustedes. — pura amargura sale de mi voz.

— Necesitas comer algo.

Se pone de pie y camina hacia una mesilla, trae en sus manos una bandeja plateada, enciende la luz y mis ojos sufren ante su repentina e inesperada aparición, los cubro.

— Quiero ir con mis amigas. — le digo mientras coloca la bandeja de alimentos sobre la cama, me mira directamente a los ojos y yo a él. — Sé que puedes ayudarme, Thiago. — intento persuadirlo, convierto mi voz y gestos en pura amabilidad mientras él no deja de observarme.

— Come, volveré por la bandeja en un rato.

Así sin más, se aleja poco a poco, a ratos viéndome pero sin mediar ni una sola palabra más e ignorando mi patético intento de manipulación. Cuando cierra la puerta una vez más el nudo en mi garganta aparece, es tan difícil de tragar que ahora entiendo que el aceite de hígado de bacalao que me obligaban a ingerir de niña, no era lo peor que me podía pasar en realidad.
Como un poco de frutas, mi estómago necesita cosas frescas y no tan pesadas. Hay leche, amo la leche, y está tan deliciosa que bebo el vaso rápidamente haciendo que parte de esta caiga sobre mi pecho, una buena cantidad de hecho.

— ¡Mierda! — me quejo.

Busco a mi alrededor alguna prenda para sustituir la manchada, mis ojos conectan con un enorme closet al lateral de la habitación. Me pongo de pie y me acerco a él, pura ropa oscura o blanca es lo que veo. Mis dedos temblorosos por alguna razón quieren acariciar las prensas, y lo hago, el tacto es suave y se siente caro, materiales de primera calidad, sé muy bien de eso. Agarro una polera negra, es enorme en comparación con mi cuerpo pero, lo que más atrae mi atención, es el aroma. Me siento la persona más patética llevando esta prenda a mi nariz y aspirando el olor, mi piel se pone de gallinas ante el varonil olor y mi mente reacciona, es el olor que está por todas partes de esta habitación, su habitación. Lanzo la ropa al piso con desagrado y en recriminación a este instinto tan extraño que apareció. Mando señales de molestia a mi cerebro por las cosas innecesarias que me hizo pensar por un minuto.
Al final decido cambiar mi blusa sucia por esa misma polera. Cuando intento salir de la habitación me doy cuenta que la puerta está cerrada con seguro y eso me frustra, me tomo de los cabellos y doy una patada enojada al aire pero de nada sirve.

Las dos caras de la seducción Where stories live. Discover now