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Samantha

Estaba cabreada, más que eso... no sabía cómo estaba porque nunca me había sentido así en toda mi vida.

Ni siquiera entendía cómo es que había dejado que Alondra me dijera lo que debía o no debía hacer; aunque con ello pudiese estar con ella de la forma que deseaba, porque cada célula de mi cuerpo se encendía nada más verla, no era motivo suficiente para que yo aceptara ayudarla en aquella ridícula farsa para que pudiese deshacerse de su novia.

Hacía tiempo que había superado las tonterías de instituto y siendo sinceros las cosas podían solucionarse de una forma mucho más rápida y eficaz: partiéndole las piernas a esa gilipollas y echándola de mi casa, por ejemplo; Alondra tendría lo que quería y yo me quedaría de lo más a gusto.

Me metí en mi coche dando un portazo y sin detenerme a pensar en que estaba dejando a Alondra a solas con esa imbécil en casa. Después de haberla visto no creía que nada pudiese ocurrir entre ellas y al ver cómo me sentía tan solo de imaginármelos juntas me hizo pisarle al acelerador con fuerza y marcharme lo más lejos de lo que si no tenía cuidado se convertiría en mi propia y martirizante prisión.

Desde que nos habíamos enrollado todo había cambiado. Aquella irritación que sentíamos la una hacia la otra había pasado a convertirse en un deseo irrefrenable que me ponía a mí en una situación de lo más complicada.

No sabía lo que quería pero estaba seguro que empezar cualquier tipo de relación con Alondra no era lo que le convenía a alguien como yo. Ya lo había comprobado; Alondra tenía madera de novia, por ese motivo se había cabreado conmigo por haber estado con dos tías mientras salía con ella y se había marchado dejándome allí tirada.

Eso me había molestado y ni siquiera me di cuenta de que había estado haciendo algo mal.

Mi relación con las mujeres nunca había sido monógama, me gustaba la variedad, y huía del compromiso con todas mis fuerzas. Ninguna mujer se merecía más de la atención que yo estuviese dispuesta a darle, y nunca dejaría que una chica pudiese tener ningún control sobre mí o mis decisiones. Yo hacía lo que quería y con quien quería.

Alondra Ramírez me atraía más que ninguna otra chica, tenía que admitirlo. La deseaba con tanta fuerza que me dolía permanecer alejada de ella; mi mente tenía tantas fantasías creadas a su alrededor que cuando estaba con ella perdía el hilo de mis pensamientos y dejaba que mi cuerpo dirigiese mis movimientos.

Con Alondra era todo diferente y por eso mismo tenía que andarme con cuidado.

Aparqué el coche cuando llegué a la casa de Mica. Aquella noche había una fiesta en la playa; no íbamos a ser muchos pero los suficientes como para poder distraerme y dejar de pensar en Alondra.

Cogí el móvil y marqué el número.

-Estoy fuera.-dije cuando la voz de Mica sonó al otro lado de la línea.

Ya eran las once de la noche y unos dos minutos después, Micaela salió de su casa y vino hacia a mi coche con una sonrisa que prometía muchas cosas. Se subió y antes de que pudiera decir nada ya había pegado sus labios a los míos. Siempre llevaba algún pintalabios con algún sabor característico y nunca me había disgustado... hasta ahora.

Me aparté de ella y puse el coche en marcha. No pareció darse cuenta de cuál era mi estado de ánimo, más bien parecía de muy buen humor y miró hacia adelante mientras salía de nuestra urbanización en dirección a la playa.

-Hacía mucho que no salíamos.-me dijo un momento después y noté su mirada clavada en mi rostro.

Seguí mirando hacia a la carretera.

𝐂𝐮𝐥𝐩𝐚 𝐌𝐢𝐚 {𝐑𝐢𝐯𝐞𝐫𝐬_𝐠𝐠}Where stories live. Discover now