Escuchar la verdad puede cambiar una perspectiva

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No se sentía capaz de hablar.

Había quedado agotado por ese día, admirando las calles vacías de un Yokohama en la madrugada del inicio de noviembre.

Kiato admiraba a Dazai con verdadera preocupación, queriendo decir y hacer algo por él. No había palabras para consolarlo, inclusive, él siendo un médico capacitado para repartir noticias poco favorables. Con su hijo, no se sentía capaz de afrontarlo. Podía ver las ojeras marcadas en el pálido rostro del castaño, así también como sus labios secos. Su hijo estaba realmente agotado, por dicha razón, al recogerlo y llevar a la joven con la que se encontraba a su hogar, le pidió que fueran a cenar, con el único motivo de hablar sobre el verdadero diagnóstico de Tane.

No pudo hacerlo.

En la cena, Dazai admiraba la comida con dolor, no pudiendo pasar más allá de tres bocados hechos.

Podía ver las náuseas aglomerarse en su garganta.

Sus sentimientos estaban floreciendo de una manera tan fructosa, que no podía controlarlo. Lo mejor, era esperar a que descansara, con la esperanza de hablar adecuadamente al día siguiente. Osamu pareció agradecer eso, ya que no fue capaz de liberar ninguna palabra ante la llegada de su padre.

Lo sucedido con su madre y con Chuuya le estaba carcomiendo las entrañas.

Cuando llegó a su habitación, se dirigió a su librero, admirando el lugar donde yacían todas sus cartas.

Al estar frente a dicho librero, finalmente pudo liberar su alma, escondiendo sus ojos con su flequillo, llorando en silencio, no dejando escapar ningún patético gemido que recalcara el dolor de su pecho.

Sacó su tercera carta, leyéndola, sabiendo que esa era la carta con la que despediría a su madre.

Si hubiera seguido con su plan inicial, se hubiera ido lejos del país con tal de no estrechar los lazos, justificando su propia muerte con el anhelo de mantenerse distante, alejado y olvidado dentro de lo que era su mente.

No.

No fue así.

Se dejó llevar.

Disfrutó dejarse llevar.

Fue joven, estúpido e ingenuo. Estaba realmente disfrutando de lo que era la juventud en un año que no recordaba si era bisiesto.

Río genuinamente a lado de sus amigos, se permitió soñar, abrazó y besó a su primer amor.

Fue lo que su madre siempre quiso que fuera y en realidad lo disfrutó, porque entre su mediocridad, eso era lo único que podía dar. Dejarse llevar por lo desconocido de la edad, no pensando sobre separaciones adversas o sobre el destino impuesto, únicamente disfrutando el momento. Apreció los instantes y los convirtió en verdaderos recuerdos.

Al haber hecho eso, se había lastimado.

Se dejó caer al suelo, releyendo la tercera carta.

No podía hacerle eso a su madre.

No cuando estaba tan cerca, presenciando, teniendo a la muerte susurrándole que cada día que tuviera ganado, sería la perdición de sus seres amados.

¿Qué podía hacer?

¿Regalarle a su madre su muerte con el único fin de aliviarse?

Soltó el aire que estaba reteniendo sus pulmones, dejándose caer en una esquina, sosteniendo la tercera carta que escribió al querer justificarse. Las lágrimas seguían cayendo y su garganta se cerraba con el anhelo de verlo sufrir, rogando, implorando por no sufrir durante el proceso. Sus músculos temblaban de impotencia, de miedo y de desesperación.

Entre cartas y canciones  • SoukokuWhere stories live. Discover now