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Antes de que se hubiese visto arrastrado a aquella pesadilla con forma de novela cliché para adolescentes urgidos, su vida había transcurrido con pasmosa tranquilidad. Es decir, obviando el hecho de que él había sido un lector compulsivo con blog propio, que se dedicaba a leer todas aquellas historias web que le recomendaban, solo para después poder echar pestes sobre ellas en su propio espacio.

No es que fuese un ser poco razonable ni que disfrutara con el sufrimiento de los autores a los que ponía a parir. Pese a lo que pudiese parecer, sus críticas siempre eran objetivas y, en su mayoría, acertadas. Por esto mismo es que se había ganado fama de buen crítico, adquiriendo millones de visitas en su página y aumentando en decenas de seguidores a diario.

¿Sería esto que estaba viviendo obra del karma? No podía ser. Incluso ahora, tras varias jornadas en las que se había dedicado tanto a adaptarse a este mundo como a pensar en su propia situación, consideraba que hizo lo correcto. "Mi impura obsesión" era una obra de cien mil palabras de diálogos absurdos, personajes planos, narración infantil y situaciones ridículas. Si un libro merecía todo su odio, ese era éste. Y aun así, en su reseña jamás insultó a su autora —aunque ganas no le faltaron—, al contrario, la animó a continuar.

Tal vez, y solo tal vez, debió imaginar que algo se torcería cuando todas las fangirls de la susodicha, tras leer su reseña, vinieron a tirar odio a su blog. Dejando cientos de comentarios deseándole la muerte.

¡Pues bien! ¡Había muerto! ¿Contentas?

Oh, aunque él no estaba seguro de eso... Pero un sueño no podía durar tanto, ¿verdad? Según las novelas orientales, eso de morirse por cualquier azarosa causa y luego transmigrar a otra época, novela o videojuego era algo más usual de lo que al común de los mortales le pudiera parecer. Y quizás fuese esto, el conocimiento de que ese tipo de tramas cogidas por los pelos existían, lo que le dio algo de valor para enfrentarse al mañana.

No regresaría a su mundo.

Estuvo reflexionando sobre ello durante largo y tendido, siendo esta la única conclusión a la que llegó. ¿Qué había estado haciendo justo antes de transmigrar? Oh, eso era sencillo... ¡Bebiendo! Y bebiendo ginebra de la cara, para variar. Aunque este dato no debería ser malinterpretado; él siempre había sido una persona responsable. Ya no era que tuviese una alta tolerancia al alcohol, es que tampoco disfrutaba de tomar hasta caer desmayado.

A propósito de esto, se acordaba de cada detalle de la tarde en la que tomó prestada esa botella. Podía incluso evocar la cantidad exacta de chupitos en los que se enfundó antes de, con la consciencia todavía intacta, quitarse los zapatos con la torpeza de alguien demasiado cansado como para siquiera desvestirse, y meterse en la cama.

Se quedó dormido casi al instante y, al despertar, ya estaba metido hasta el cuello en este marrón.

Al principio pensó hallar un modo para volver a su mundo pero, tras haber pasado unas jornadas familiarizándose con este nuevo panorama, rectificó. ¿Qué sentido tenía ofuscarse con encontrar un camino de regreso cuando no existía ni una simple pista de cómo o por qué había acabado allí? No, esto no significaba que se fuese a rendir por completo en la premisa. Pero era innegable que necesitaba más tiempo para evaluar el panorama y, de momento, ir haciéndose a la idea de que su estancia podría prolongarse semejaba la más prudente de las opciones.

Ante todo, debía mantener la cabeza fría.

Repasando los hechos, así es como estaban las cosas:

Había reencarnado en un chico de veintiún años llamado Oscar Gladwin. Huérfano desde temprana edad, sus tíos le adoptaron. Y así, desde que tenía uso de razón, estuvo viviendo en los dominios de los Cornell.

Cómo sobrevivir a la peor novela jamás escritaWhere stories live. Discover now