4

112 23 1
                                    

Oscar había decidido ayudar a Madeleine. Pero, pese a que varios días pasaron desde el encontronazo que tuvieron ante las puertas de la propiedad Cornell, nunca la abordó para hablar al respecto. 

Decidió aguardar por dos motivos. El primero, porque deseaba verificar tanto que el protagonista masculino asistiría a lo de los Summerfield, como que existía una manera efectiva de burlar a los Cornell para que dejaran a la protagonista acudir a Londres sin poner reparos. El segundo, y este no era en absoluto culpa suya, porque desde que la rechazó, Madeleine había estado evitándole de forma continua y sin ningún disimulo. Cada vez que sus miradas se encontraban, ella ponía una mueca de desaprobación y se daba la vuelta, dando a entender que no deseaba tener nada que ver con tan desobediente mozo.

Persiguiendo sus propios intereses, a Oscar le daba igual lo que Madeleine pensase de él; ahora que por fin podía considerar realizado lo primero, tan solo le restaba arrastrarla a su perfecto plan. Para ello, esperó a una tarde en la que el trabajo le permitió quedarse en los jardines de Rose Cottage, la propiedad de los Cornell.

Al no ser unas fincas demasiado extensas, el patrón nunca se había molestado en contratar personal extra para que cuidase del jardín. No, esa tarea siempre había recaído sobre el tío Rob y, a la larga, también sobre el propio Oscar. Pues ambos se turnaban, repartiéndose las zonas en las que faenar, según qué día.

Esto a él le vino perfecto, ya que mientras podaba los setos pudo observar cómo las hermanas salían del caserón en un descanso de sus lecciones.

Oscar ya no se llevaba tan bien con ellas como cuando eran niños y jugaban juntos, así que la rutina habitual era que, si él estaba trabajando por allí mientras ellas permanecían a lo suyo, no les dirigiría la palabra excepto para saludarlas. Y esto en caso de que se cruzaran e hiciesen contacto visual, porque la brecha entre clases sociales ya estaba demasiado bien forjada entre ellos. Se hubiera ganado una buena reprimenda por parte de sus amos, en caso de hablar fuera de turno.

Por esto es que Oscar estuvo pendiente. Por lo común, Madeleine era la única que no tenía reparos en acercársele por voluntad propia, sin importar que su familia desaprobase ese comportamiento. Mas estando tan enojada como se hallaba, eso se tornaba imposible. La única manera de convencerla para hablar fue aguardar a que sus otras hermanas no estuviesen alrededor y, entonces sí, decir las palabras mágicas:

—Madeleine, estoy dispuesto a ayudarte.

Y Madeleine, que ya había comenzado a caminar hacia Theresa cuando Oscar apareció, se detuvo en seco.

—¿Qué dijiste?

—Esto es, si todavía quieres ir a Londres.

Era obvio que quería. Madeleine se dio la vuelta y, obviando todas las normas de etiqueta, corrió hacia él. En su rostro se dibujaba una expresión de pura alegría, nada que ver con las múltiples miradas asesinas que le había echado a Oscar en los últimos días. Debía de haber olvidado todas las muestras de agravio que mostró, así como el rechazo de su queridísimo amigo, porque enseguida le tomó de las manos diciendo:

—¡Sabía que no me dejarías sola y desamparada ante esta crisis! ¿Por qué has tardado tanto en decidirte a venir a mi rescate? —Sin darle tiempo a contestar, añadió, eufórica—. ¡No importa! Desde que has tomado la resolución de ayudarme, olvidaré lo mal que te portaste conmigo en el pasado.

—Escucha, voy a utilizar tu idea. Pero necesito que me ayudes a colarme en el despacho de tu padre.

—¿Eh? Pero no es necesario, puedo entrar yo en un momento, coger las cosas que necesites y volver a salir. Incluso si padre me pilla, no será un problema. Puedo decir que nos quedamos sin papel o algo, ¡seguro que no se enfada!

Cómo sobrevivir a la peor novela jamás escritaTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang