Onda y Pulso: Acto I

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—¡Husky! —Angel detuvo sus pasos y giró exageradamente en la punta de sus pies para cambiar de dirección y apoyarse en la barra del bar—

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—¡Husky! —Angel detuvo sus pasos y giró exageradamente en la punta de sus pies para cambiar de dirección y apoyarse en la barra del bar—. Es extraño verte despierto a esta hora. Pero es aún más peculiar notarte aquí cada vez que debo salir. —Él movió sus cejas de forma juguetona.

—Es solo una coincidencia, muchacho, —dijo Husk encogiéndose de hombros, su atención puesta en un pequeño cuaderno de contabilidad—. Los bares cierran cuando las empresas abren.

—Igual que los prostíbulos. Pero antes cerrabas el bar cuando yo llegaba del estudio, bebé, —agregó él, tomando la pequeña taza de espresso que había aparecido sobre la barra y sonriendo de lado—. Gracias, Husky.

Cualquiera podía decir que estaba ilusionándose por tonterías. Pero cualquier italiano o apasionado del café podía testificar a su favor y asegurar que era fácil ganarse el corazón de alguien con la correcta taza de café esperando por ellos todas las mañanas.

—Es para que no hagas un escándalo para que te prepare uno. A pesar de que la cocina está en esa dirección y tienes dos buenas—

—Y perfectas, —interrumpió Angel.

—...piernas, —Husk continuó lanzándole una mirada de advertencia—. Me ahorro el tiempo simplemente sirviéndote el maldito café.

—Y dicen que el romance está muerto.

—Calla y toma tu café antes de que se enfríe, muchacho.

Angel sonrió de lado y bebió un poco. Husk podía decir lo que quisiera, pero no hacía esas cosas por los otros residentes del hotel. Claro, lo había visto preparar con antelación la bebida de Alastor, pero eso era diferente.

—Te ves... mejor, —observó Husk, levantando la mirada de su cuaderno e interrumpiendo el tren de pensamientos que estaba teniendo Angel en ese momento—. ¿Tu jefe encontró algo con qué distraerse un rato? No te he oído hablar de él.

—Gracias por notarlo, Husky. Sí, me siento mejor, pero es solo la calma antes de la tormenta, —respondió Angel levantando su taza en un brindis solemne hacia el aire y riendo—. Un oasis temporal.

—¿Un buen cliente?

A veces tenía de esos. Buenos clientes eran una rareza, pero había tenido un puñado de esos. Del tipo que le compraban cosas y creían que podían hacerlo sentir como el protagonista de una de esas tontas películas que Vox producía, donde el prostituto se enamoraba del empresario.

Y sí, Angel veía la ironía en sus actuales circunstancias.

—Sea lo que sea... te sienta bien, muchacho, —comentó Husk, volviendo a sus apuntes—. Solo... ya sabes...

—Lo sé, tendré cuidado, Husky. Nada de corazones rotos por aquí, —bromeó él, jugando con el moño que adornaba el cuello de Husk—. Esos los guardo para ti.

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