Onda y Pulso: Acto II

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A veces Vox olvidaba que no todo el Infierno le pertenecía y había lugares a los que debía ser invitado para entrar. Lugares donde sus cámaras no llegaban y su tecnología apenas era presente. Puntos ciegos en el océano de su devoto rebaño eternamente doblegado a una pantalla donde él les vendía sus sermones y torcía sus mentes.

Pero, maldita sea, a veces era un golpe de suerte cometer errores. Si él hubiese tocado la puerta o el timbre, no podría haber sido testigo de eso. Y, joder, Vox sabía que podría vender esa imagen. La energía que esa escena le rogaba a su líbido dormido despertar de su luto para beber de ella en toda su gloria.

Había algo adictivamente placentero en ser testigo de ver a Alastor tocando a Angel, sus ojos inquisitivos mirando el brazo del otro pecador como si ahí estuviera el secreto mismo del Infierno y él, por primera vez, no tuviera el poder de simplemente demandarlo. Por otro lado, estaba Angel, atrapado en ese momento, su espalda arqueada de tal forma que su cuerpo parecía ir al encuentro del Demonio de la Radio, dejando suficiente espacio como para distinguir dónde comenzaba uno y terminaba el otro. Nada de eso era un performance ni actuación. Alastor no estaba usando su exagerada sonrisa y peculiar actitud, ni Angel estaba coqueteando como si estuviera siguiendo uno de los libretos patéticos que Travis escribía. Ese segundo era real y visceral.

Perfecto.

Angel notó su presencia y el hechizo se rompió. Su araña se soltó y desvió la mirada avergonzado. Ridículamente avergonzado. Como si hubiera hecho algo fuera de las reglas. Vox sonrió de lado. ¿Era la chispa de la amistad que una vez tuvieron la que hacía que Angel quisiera respetar lo que sea que creía que había entre Alastor y Vox? Eso sería prometedor. Pero también existía la posibilidad, remota y casi tabú, de que Angel no quisiera que Vox lo viera deseando a otro.

La idea de que Angel sintiera algo por él era el tipo de fantasía que años atrás casi lo hizo perder todo.

—¿No trajiste a Vark? —Lily preguntó, su decepción palpable y el reproche en su voz justificado.

No...

Lo había olvidado.

Había estado tan nervioso y entusiasmado que... había olvidado su estrategia de negocios.

—Vark tenía su día de spa, —intervino Angel, atrayendo la atención de Lily de vuelta a su persona—. Vox suele cuidar sus cosas demasiado bien.

Estática se elevó en el ambiente. Por su parte, no se atrevió a mirar a Alastor, sintiendo aún la vergüenza de no haber tenido la energía de acudir a él como tantas otras veces cuando su rival desfilaba en frente de sus televisiones. Todo eso era ridículo. La expectativa y nervios de ver a su rival. El olvidar a Vark, su moneda de transacción perfecta con Lily porque había estado demasiado distraído pensando en Angel... Pero ¿qué le extrañaba? La lógica y la estrategia parecían saltar por la ventana cuando se trataba de emociones.

Y el mejor ejemplo de cuán imprudente podía ser fue su intento de mirar a Husk. Décadas en el Infierno y jamás había visto al felino más allá de las imágenes que sus cámaras y redes sociales le permitían capturar. En cualquier otro caso, no le hubiera importado, pero se trataba de Husk; donde Alastor fuese, estaba cerca el arruinado Overlord. ¿Cómo no iba a desbordarse su obsesión de uno a otro? Y esa era su oportunidad de compartir el mismo ambiente que el tesoro que resguardaba el Monstruo de la Radio. Pero cuando por fin pudo distinguir a Husk, la estática se metió en su frecuencia, directamente en su mente para viajar hacia sus circuitos, y su visión se volvió borrosa, como si una tormenta de nieve bañase sus sentidos.

En el segundo en que Vox apartó la mirada, el efecto se fue.

Bastardo posesivo. ¿Qué creía que Vox iba a lograr con solo mirar a su mascota?

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