CAPÍTULO 29 | AUSTIN

9 3 0
                                    

—¿Te llevas la guitarra? —pregunta Tara a mi espalda mientras saco el instrumento del maletero de mi coche—. ¿En serio?

—Dijiste que querías escucharme tocar, ¿no? —Hemos venido a por mi bloc de dibujo y la cesta de pícnic, pero, al verla, no he podido evitarlo. Para nada se debe a que quiera impresionarla, ni mucho menos, aunque no puede negarse que soy un gran músico.

Asiente con la cabeza y nos encaminamos en dirección al parque en el que se me ha ocurrido desayunar. Suele haber flores por todas partes y conozco una zona no tan conocida en la que podremos estar tranquilos. No sé si es buena idea estar a solas con Tara, pero, de todas formas, lo hago.

Llegamos a la explanada y ella extiende la manta bajo un árbol, a la sombra. Pese a ser las diez de la mañana, ya hace bastante calor, y eso que estamos en Chicago; no quiero ni imaginarme el tiempo que hará en nuestro pequeño Willow Creek.

—¿Has venido aquí más veces? —pregunta.

—Sí, pero siempre solo —respondo con sinceridad. Una vez estuve tentado a invitar a alguien especial (y a quien debo olvidar) aquí, pero no lo hice. Es mi sitio seguro en el mundo. Como una burbuja. Ahora Tara forma parte de ella. Y no sé si, al abrirle las puertas, voy a provocar accidentalmente que explote.

Me dirige una mirada extraña y tengo que desviar la atención a otra cosa porque sus ojos son demasiado bonitos.

—Vale, te voy a enseñar el retrato, pero no critiques, por favor. —Nunca me ha dado miedo la opinión ajena respecto a mis dibujos. Básicamente porque no me dedico a ello. Sin embargo, lo que piense Tara me importa. Mucho. En especial si es ella la retratada. La he representado, no solo leyendo, sino también tal y como la veo: una persona especial, no tan aburrida como dice ser, y he intentado capturar ese brillo que aparece en su mirada cuando habla de algo que le gusta o, en este caso, está leyendo.

Le tiendo la hoja de papel y me froto las manos con nerviosismo.

Tarda unos treinta segundos en cambiar la expresión. Empieza tranquila, pero poco después frunce el ceño y, por último, eleva las cejas con sorpresa. Eso es buena señal, ¿no?

—Austin, esto es...

—¿Te gusta? Si no es así, no pasa nada, es una tontería. —Hablo atropelladamente hasta que me hace una señal con la mano para que eche el freno.

—Iba a decir que es impresionante. Literalmente soy yo, y no solo en el físico. No sé cómo decirlo, hay algo más... —Intenta encontrar las palabras, pero yo ya sé a qué se refiere.

—No sé qué verás tú, pero yo veo a una chica enamorada.

No sé qué ha pasado, porque mi comentario parece tener el efecto contrario al esperado en vista de sus ojos abiertos de par en par y la mueca de susto que atraviesa su rostro.

—¿Sabes que no tienes que enamorarte necesariamente de una persona? También puedes hacerlo de otras cosas, como la lectura. ¿Ves cómo no estás rota?

No sé bien cómo interpretar su reacción, pero sé que ese rastro de decepción ha sido producto de mi cabeza.

—Claro, tienes razón. —Se rodea el cuerpo con los brazos con expresión reflexiva.

—Bueno —digo para aliviar la tensión que se ha generado en apenas unos segundos sin saber exactamente el motivo—, ¿quieres escuchar la guitarra?

Parece que funciona porque se le ilumina la mirada.

—¡Sí!

—Muy bien. —Me doy la vuelta para coger el instrumento y colocarlo sobre mis piernas flexionadas.

Pienso durante unos segundos la canción que tocar hasta que me doy cuenta de que mis dedos han comenzado a rasgar y marcar las notas automáticamente, sin ser consciente todavía.

Siento los ojos de Tara clavados en mí cuando suenan los primeros acordes de Yellow, pero continúo tocando como si nada. Todo a nuestro alrededor desaparece conforme nos rodea una melodía que podría ser nuestra si tan solo me atreviera a mirar atrás al pasado y decirle que pienso pasar página. Pero no puedo, así que simplemente le regalo la canción a Tara para que, en algún momento, ella la comparta con alguien que pueda amarla con todo su corazón y no solo la mitad.

Nadie habla al terminar. Tampoco cuando la guardo en su funda. Ni cuando saco la comida de la cesta. Tan solo uno de los dos se atreve a romper el silencio unos minutos después.

—Gracias —dice Tara.

—¿Por qué? —pregunto, frunciendo el ceño. No tiene nada que agradecer.

—Por traerme aquí. Supongo que te habrá costado, teniendo en cuenta que es un sitio muy especial para ti.

Ah. Claro. ¿Cómo le digo que no me ha supuesto esfuerzo alguno? ¿Que cada vez que la miro siento algo que ni yo mismo puedo explicar? Pues fácil: no haciéndolo. Así soy yo. Y así me va.

—No ha sido nada. Mi casa es tu casa.

—Más bien tu coche es mi coche. —Consigue que me ría ante ese último comentario.

—Muy graciosa. —Mi intento de aparentar que no es divertido queda en el olvido en cuanto la curva de mis labios imita la suya.

¿Qué narices voy a hacer cuando esta chica salga de mi vida, mañana?

—¿Qué es eso? —pregunta, sacándome de mis pensamientos. Cuando la miro veo que señala un punto a lo lejos.

—Un parque infantil —respondo sin poner especial interés. Al menos hasta que se levanta corriendo y empieza a guardar las cosas en la cesta—. ¿Qué haces?

—¡Vamos! No parece que haya nadie. Finjamos ser niños por un rato.

A cualquier persona le habría dicho que no. De verdad que sí. Porque me parece una gilipollez. Pero no puedo negarle nada a esos ojos y esa sonrisa esperanzada. ¿He dicho ya que Tara es muy niña? Rebosa inocencia y es lo que más me gusta de ella. En un mundo como este, es raro encontrar a alguien así y mucho menos de su edad. Siento la imperiosa necesidad de abrazarla y no soltarla jamás. De resguardarla de todas las decepciones y batacazos que la vida seguro le traerá. Pero, por mucho que quiera, ocurre lo mismo que con Yellow: no soy la persona correcta.

Empiezo a recoger con ella, aunque quedan pocas cosas, como mi bloc de dibujo. Lo abro para extraer la delicada hoja de papel que contiene el retrato.

Lo miro por última vez, ese en el que a Tara se la ve enamorada. He dicho que era por la lectura porque es la explicación más sensata. No obstante, hay una parte de mí que quiere creer algo diferente. Porque puede que haya algo más de lo que esté enamorada sin saberlo. Porque justo antes de hacer el dibujo, esos ojos estaban fijos en mí.


Amor de carreteraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora