CAPÍTULO 32 | TARA

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Me cuesta bastante trabajo prestarle atención al doctor después de lo que me ha confesado Austin hace un rato en la sala de espera. Al igual que se me hace difícil recobrar la voz para decirle que tan solo tengo un esguince leve y que, con la muñequera que me han puesto, en una o dos semanas estaré perfectamente.

Siendo sincera, de camino al coche me percato de que Austin, pese a estar más cortado que de costumbre, parece mucho menos ansioso. Como si se hubiera quitado un enorme peso de encima y las paredes de la burbuja en la que se encontraba estuvieran volviéndose cada vez más finas.

Esa aura de melancolía que parecía acompañarle allá a donde iba prácticamente ha desaparecido.

Aunque no todo gira en torno al accidente de coche. ¿Austin estaba prometido? Y no es cosa del pasado. Que ocurrió hace cinco meses, por favor. ¿Significa eso que debería dejar de darle vueltas a las mariposas (sí, mariposas) de mi estómago, sabiendo que, en el caso de que significaran lo que creo que significan, no serían correspondidas de todas formas?

Trato de no ser egoísta y dejar de creerme el centro del mundo. Mi dolor no tiene ni punto de comparación con lo que ha podido llegar a sentir Austin.

Si antes ya era difícil que llegáramos a Nueva York antes del anochecer, entre el pícnic y el incidente por el cual hemos terminado en el hospital, es ahora imposible. De todas formas, ya nos habíamos mentalizado para pasar la noche en algún motel en la carretera, así que no es problema, ni mucho menos.

De hecho, me alegro, porque eso significa que tengo al menos doce horas más con Austin.

—Vale —dice cuando el silencio en el interior del vehículo se prolonga demasiado—. Quiero que sepas que no te lo he contado para darte pena ni mucho menos. Y no es necesario que digas nada al respecto o te sientas incómoda.

Intenta mostrar una aparente calma, pero soy consciente de cómo sus manos se aferran al volante como si su vida dependiera de ello.

—Me alegra que me lo hayas contado —respondo, posando una mano sobre su brazo más cercano para transmitirle mi apoyo—. Y comprendo que no quisieras hablar del tema. Debe de ser desolador perder a la persona a la que amabas de una manera tan brusca, sin poder despedirte.

Por la forma en la que frunce el ceño, me parece que en esta ocasión no he dado en el clavo.

—¿Qué ocurre? —pregunto.

—Nada, tan solo que... —Se queda callado unos segundos, mientras traga saliva. Mantiene la vista clavada en el frente, impidiéndome descifrar lo que sea que se le esté pasando por la cabeza—. Lo que pasa es que sí fue horrible. Por supuesto que perder a alguien así es lo peor del mundo, pero...

—¿Pero? —le animo.

—Me hizo darme cuenta de que no la amaba tanto como yo pensaba, supongo.

Abro los ojos más de lo que creía que era humanamente posible.

—Es decir —se explica—, estaba completamente enamorado de ella, no pienso negarlo, pero a veces el amor no es suficiente. A veces nos hace daño.

No parece que quiera decir nada más y no voy a ser yo quien le presione a ello si se ha cerrado en banda. Suficiente me ha contado por hoy. Sobre todo, porque Austin no parece una persona que te confiese sus pensamientos fácilmente.

—¿Ponemos música? —sugiero.

Me alegro al instante al ver cómo Austin sacude la cabeza al tiempo que una sonrisa aparece en su rostro. La primera que veo desde esta mañana cuando estábamos en el parque, así que pongo la radio y las notas del estribillo de Little Talks empiezan a inundar el coche.

Amor de carreteraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora