CAPÍTULO 36 | TARA

4 3 0
                                    

Mi habitación en casa de la abuela siempre ha sido uno de mis lugares favoritos en el mundo. Es como un sitio seguro, muy mío. Incluso más que el de la casa de mis padres en Willow Creek; y ya no hablemos de la residencia universitaria.

Cuando tenía diez años me dio por coleccionar chapas que iba encontrando por la calle.

Cuando tenía trece empezó esa moda de hacer pulseritas con gomas.

Cuando tenía quince tuve una pequeña obsesión por Shawn Mendes y obligué a mi abuela a comprarme una revista en concreto el mismo día de su lanzamiento porque venía con un póster suyo.

Todo esto se ve reflejado en mi habitación. Las chapas están expuestas en la cómoda como si fueran trofeos deportivos. Las pulseritas cuelgan del pomo de la puerta. El póster de Shawn está frente a la cama, por supuesto. Cada detalle perfectamente cuidado por mi abuela, quien lo conserva todo como si tuvieran un valor incalculable. Aunque la entiendo; para mí lo tienen y supongo que para ella también.

También están todos los libros que han marcado mi adolescencia. Madre mía, tenía un serio problema con los vampiros. ¿Qué nos pasa a las adolescentes con estos seres? Todas, y repito, todas caemos bajo sus ojos cautivadores.

Me gusta volver año tras año a esta habitación y darme cuenta de que no soy la misma, pero que, al mismo tiempo, un pedacito de cada Tara que ha vivido aquí siempre va a residir en mi interior.

Aun así, esta vez es en la que peor me siento al entrar porque llevo a cargas un corazón roto. Todas las versiones mías que han pisado esta habitación pensaban que nunca podrían enamorarse, pero siempre estuvo ese anhelo, esa forma romántica de ver la vida.

Suspiro hondo y, tratando de sacarme estos pensamientos de la cabeza, comienzo a deshacer la maleta. Todavía no me creo que en un mes vaya a vivir aquí. No creo que me quede en Nueva York para siempre, pero sí que me apetece pasar una temporada. Conocer nuevas personas y vivir experiencias que me saquen un poco de mi zona de confort. Esa en la que llevo tanto tiempo metida.

Estoy colgando mi jersey magenta en el armario cuando se escuchan dos toques en la puerta.

—Abuela, soy yo, no tienes que llamar —digo, sonriendo por dentro.

—Ahora que vas a pasar más tiempo aquí —responde mientras entra en la estancia y se queda apoyada en la pared—, hay que intentar establecer unos límites como llamar a la puerta. Por si acaso traes a un chico o algo así.

—¡Abuela! —Mi abuela es una de esas personas que han nacido en la generación equivocada. Podrá tener setenta y tres años por fuera, pero por dentro su espíritu es joven.

Siempre la he admirado. Desde que tengo uso de razón. Mi mayor referente. Todos los días se despierta a las ocho de la mañana, sin ponerse alarma, y da su paseo matutino de dos horas por Central Park, antes de irse a zumba con sus amigas y después ir a almorzar todas juntas. Vamos, ya me gustaría a mí tener esa vida. Después se echa una buena siesta y se pasa la tarde leyendo o haciendo cualquier cosa.

—¿Qué? ¿Qué problema hay? Como si yo no hubiera llevado chicos a mi casa cuando era jovencita.

Me tapo los oídos.

—Suficiente información, gracias.

Se queda unos instantes mirándome y hay algo en sus ojos que no me gusta.

—¿Qué pasa?

—¿Por qué no nos sentamos?

Genial, ya sé de quién ha heredado mi hermana su habilidad de leerme el alma.

—Cuéntame qué te ocurre.

Intento hacerme la loca.

—No sé de qué hablas, abuela, estoy perfectamente. —Tal y como cabía esperar, nada más pronunciar las últimas palabras, se me quiebra la voz y un par de lágrimas ruedan por mis mejillas.

Ella simplemente me acoge entre sus brazos y espera un poco a que me serene.

—¿Por qué no empiezas por decirme la verdad sobre tu noviecito? Ese tal Liam. Porque no acaba de colar eso de que te traiga para marcharse sin siquiera saludar, ¿no crees?

Sabía que la mentira era poco consistente, pero quedé con mi hermana en no decirle lo que había ocurrido de verdad. Aun así, en cuanto la miro directamente empiezo a largar. Lo suelo todo, desde lo de romper con Liam, quedarme tirada en la carretera, Austin ofreciéndose a llevarme a una gasolinera y, más tarde, accediendo a traerme hasta aquí, todo el viaje y, por supuesto, yo enamorándome de forma perdida de él y, finalmente, su rechazo.

Ella escucha sin mediar palabra y tan solo asiente cuando he terminado por completo. ¿Siendo sincera? Me siento mucho más aliviada una vez lo he soltado todo.

—Nubecita, —Hace años que no me llamaba por ese apodo—, estas cosas pasan. A veces amamos con todo nuestro corazón y por razones que no llegamos a comprender no somos correspondidas. Aun así, ¿sabes lo que pienso yo, en base a lo que me has contado?

—¿Qué? —pregunto, secando los restos de lágrimas con el jersey que no he llegado a colocar en la percha.

—Que Austin en realidad siente exactamente lo mismo, pero no está preparado para afrontarlo. No quiero darte falsas esperanzas, Tara, porque es muy probable que, para cuando lo esté, ya no haya rastro de ti en su vida y viceversa. Y no pasa nada. Al final, cada persona que pasa por tu vida lo hace por una razón. —La miro con el ceño fruncido y me hace una seña, indicándome que espere—. Lo que quiero decir es que Austin ha puesto el granito de arena que estaba destinado a poner en tu vida, al igual que tú en él. Es posible que no se haya quedado tanto como te habría gustado, pero algo ha contribuido.

Supongo que tiene razón. Austin me ha hecho despertar, por decirlo de algún modo. Dejar de darle tanto la vuelta a las cosas y salir de mi zona de confort. Y estoy segura de que yo le he ayudado a comenzar su reconciliación consigo mismo y su pasado.

De todas formas, una vez mi abuela sale de la habitación, vuelve a asaltarme esa tristeza que lleva persiguiéndome desde que he salido del coche.

Jamás pensé que algo pudiera dolerme tanto, pero esta despedida se ha encargado de desmentir mi ilusa esperanza.

Se ha encargado de desgarrar todo lo que ha encontrado a su paso hasta llegar a mi pobre corazón y romperlo en pedazos tan pequeños que, con la brisa del desamor, han volado demasiado alto y jamás seré capaz de alcanzarlos.

Porque si antes pensaba que estaba rota ahora las grietas se han convertido en abismos imposibles de cruzar.

Porque Austin tenía razón y es mejor no haber amado en absoluto que haber amado y perdido.

Porque cuando no sabes lo que es el amor vives en una perfecta burbuja de ignorancia, pero cuando lo experimentas y te das cuenta de que te llena hasta el alma, ya no contemplas una vida sin él.

Pero ya es tarde para mí.

Tarde para él.

Tarde para nosotros. 

Amor de carreteraWhere stories live. Discover now