CAPÍTULO 40.

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《JOSEPHINE ASTLEY》

El atardecer pintó el cielo de un rojo sangre y sol moribundo comenzó a ocultarse detrás de las altas colinas, la brisa era fría y recorría mi piel de forma pesada.

Luckyan camino cabizbajo hacia mí, su cabello alborotado por la brisa y sus mejillas un poco pálidas, lucía realmente agotado. Suspiró cuando llegó a mi altura y sus hermosos ojos recorrieron mi rostro con determinación, como su quisiera grabar cada uno de mis rasgos en su memoria de una forma u otra.

Me acerqué un paso más y envolví mis brazos a su alrededor, se sobresaltó un poco y luego me devolvió el abrazo con una fuerza casi desesperada.

—Iré contigo —susurró con voz suave, sobre mi piel.

—¿Qué dirá el rey William? —pregunté, él se encogió de hombros con aire pensativo y dejó un beso ligero sobre mi hombro.

—No me importa, pero no te dejaré ir sola esta vez, no con lo que... —Se detuvo y dejó de abrazarme, sus manos, en tanto, siguieron sobre mi cintura, acarició mi nariz con la suya. Sabía que todavía se sentía culpable por lo que me había pasado cuando llegué a Mariehamn.

—¿Estás seguro? —pregunté, mi propia mano viajó hasta su mejilla donde él inclinó su rostro para sentir mi contacto.

—Sí —dijo con firmeza, dejé un beso sobre sus labios y él sonrió, pero aquella sonrisa no llegó a sus ojos.

—Vamos entonces —susurré, porque sabía que me sentiría mejor si él venía conmigo. Sonrió de nuevo, dejó otro beso en mis labios y tomó mi mano, luego avanzamos entre las carpas hasta donde había dejado su caballo y sin esperar a nadie más salimos del campamento.

❁❁❁

Loramendi estaba de luto por su reina, podía verlo en los rostros angustiados y en las lágrimas que derramaban niños y mujeres, ancianos y ancianas, pero ¿había sido la reina Elizabeth alguien que merecía el amor y el dolor de sus súbditos? Yo creía que no... lo que conocía de ella, lo poco que conocía, solo me recordaba lo indiferente que era al dolor ajeno... incluso el dolor de sus propios hijos.

Ir a Mariehamn había sido relativamente fácil, no habían demasiados guardias cuidando las fronteras, todos parecían estar ahí junto a la marcha fúnebre y a la carroza que transportaba el cuerpo de la reina en un ataúd de color caoba con pequeños acabados en oro, adornada con rosas de color rojo y blanco y la bandera de Loramendi.

Nos unimos a la procesión con disimulo, había ahí tanta gente con sus mejores ropas y capas ocultando sus rostros que pasar desapercibido era sencillo, demasiado sencillo. Luckyan estrechó mi mano con fuerza, sus ojos demasiado brillantes y sus labios en una línea fría.

La noche había comenzando a caer y el frío se colaba por nuestra ropa, las velas en las manos de los pobladores de Loramendi se apagaron con la brisa sopló mas fuerte aunque otras simplemente se mantuvieron encendidas guiando el camino.

Llegamos a la catedral de Linth, una construcción con altas torres y ventanales de colores. Sus jardines eran alfombras verdes y las rosas crecían sobre las vallas de hierro forjado. Loramendi no era una nación que alabara Dioses o a un Dios, Loramendi había dejado la fe muy por detrás hacia mucho tiempo, ni siquiera sé si alguna vez había oído hablar a alguien sobre ir a la iglesia a escuchar la misa del clérigo, sin embargo, ahí estábamos en los jardines de un lugar sombrío y extraño para muchos.

Luckyan se mantuvo en silencio a mi lado, no podía ver su rostro debido a su capa, pero la fuerza con la que tomaba mi mano solo indicaba lo nervioso que estaba, me acerqué más a él. Esperamos de pie durante una hora o quizá más y vimos el carruaje del rey Eadred salir por la parte de atrás de la catedral fue en ese momento que las personas de enfrente comenzaron a dispersarse, pero se detuvieron cuando el vocero salió con un pergamino en la mano y leyó con voz a cuello.

EL PRÍNCIPE QUE SOÑÓ CON SER REY [LIBRO #2]Where stories live. Discover now